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viernes, 1 de agosto de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: De Junín a San Carlos de Bariloche

Hace varios años, no tantos, por cierto, acababa el industrial en Junín, pero a pesar de tener ofrecimientos de trabajo de la rama que había estudiado, internamente algo me decía que yo no estaba hecho para eso. Tan corto como un suspiro fue mi estancia en los talleres de Junín, al servicio de estos brasileros de ALL porque descubrí que lo mío tenía que ver con los ejercicios físicos. Entonces pensé “¿Por qué no estudiar educación física?”.

Después de varias vueltas, armé mis maletas, dejé tiradas así nomás las pilchas en el taller y me tomé un micro. Para todo esto, sabía que debía cuidar muy bien los ahorros... los pocos que tenía. Así llegué a Bariloche, sin conocer absolutamente nada. Me tomé un taxi y el muy guacho me llevó a dar mil vueltas sin sentido para acabar cobrándome un dineral.

Mis comienzos no fueron los mejores. Estuve a punto de dejar de estudiar por falta de dinero y, los trabajos esporádicos fueron la segunda causa llegando a ser el desempleo la que ocupara el tercer lugar. Pues entonces, de una forma muy extraña me alisté como un soldadito al servicio de Tren Patagónico. Salí de unos y volvía a otros... paradojas del destino. ¡Y en Junín estaba al servicio de ALL!

Entre tropezones acabé mis estudios. ¿Qué fue de mi vida luego de pasar por la universidad? Y seguí al servicio de los trenes, para mí es como salir a dar un paseo desde Bariloche a Viedma y viceversa. Y se me ha convertido en una rutina...

Jamás en mi vida he estado acostumbrado a convivir con la nieve, cosa que se me ha convertido en algo habitual. Ahí es cuando recuerdo las cuatro estaciones en Junín y acá pareciera que la estación fría es la predominante... es duro acostumbrarse a tanto frío aunque es cuestión de abrigarse un poco más. Es posible creer que uno parece un matambre arrollado de tantas ropas que uno lleva encima.

Sé cuan solo estoy acá en el sur, pero al mismo tiempo pienso que no lo estoy tanto. He ganado no solo compañeros, sino amigos y muchos conocidos, que me han acogido en mis peores momentos y a ellos les debo un tirón y medio! También extraño mucho a mi familia, que duerme en Junín, sueño con que algún día vengan acá a visitarme. A disfrutar de la nieve, que es blanca y hermosa. A esquiar.

Y de paso, si es posible, a dar un paseo ligero en este hotel sobre rieles, así le digo al camarote, porque los pasajeros duermen... descansan mientras un ejercito de ferroviarios – entre ellos me incluyo – llevamos adelante el servicio, velando por la seguridad y la integridad de los pasajeros para que lleguen a destino.

Después de todo, es encantador atravesar el país en el sentido de los paralelos...

Hay paisajes que parecen salidos de ensueños.................

No hay palabras para describirlos. Son para una postal.

Lo que no es para llevar en una postal es cuando se producen desperfectos en la formación. Pero bueno, son tropezones que se dan en la vía, qué se le va a hacer.

Y así, aprendí a saber las historias de mis compañeros. El que vive con su familia, el soltero, el de las novias... el separado, el viudo... años le dicen, no solo de trabajo, sino de historias particulares. Pero, no hace mucho, un compañero de Ferrosur me dijo:

- Hijo, (Siempre me trata así) las abejas nacen, crecen, se reproducen y, lamentablemente mueren. Todo cambia en la vida. Los hombres nos adaptamos a vivir en distintos ambientes. Vos migraste en busca de tu destino. No sientas remordimientos por haber dejado atrás tu infancia en Junín, la novia que alguna vez compartiste besos y abrazos a escondidas, tus amigos, compañeros, estudios y mil cosas. ¿Entendés?

Lo miraba atentamente y mentalmente pasaba como una ligera cinta de video mis mejores momentos de la vida. Hasta que me quedé mirando hacia el horizonte sin pronunciar palabra alguna.

Cuarenta y ocho horas después, alguien golpeó la puerta de mi casa. Pensé en alguien conocido, en algún amigo o algún compañero de laburo. Cuando abro la puerta, me quedé helado. Era Fátima, ella no titubeó dos segundos y... bueno, dio el primer pie volviendo a aquel beso de cuando tenía 16, con la diferencia de que ahora pasaron 12 años. Es decir, por un lado, besar a quien fuera mi primer novia 12 años después fue emocionante porque no es lo mismo hacerlo a los 29 que cuando era un pendejo de 17.

Y sí... 29 pirulos... suficiente para que en ese momento se me fuera toda la cordura a los talones y me la llevara conmigo, a cuatro paredes internas, aprovechando la ocasión – porque si me viera Analía, mi novia real, se me pudre todo -. Volví a hacer todo, exactamente lo mismo que cuando tenía 17, con la diferencia que ya metí gancho: yyyyyyyyyy... me fui a los tomates. Menos mal que estaba solo, y además, que Analía estaba de viaje en la casa de los padres en Talcahuano, del otro lado de la cordillera.

- Yo te diré algo – dijo por fin Fátima.

Me acarició, me volvió a besar para luego susurrarme algo al oído.

- Pero Fati... es un poco suicida lo que sueñas conmigo.

- No Javi... – respondió Fatima – Vine hasta acá para buscarte, a regresarte nuevamente a Junín. Vamos.

Me tuve en mi tesitura: no daría el brazo a torcer, después de todos los años que me llevó acomodarme y volver a empezar, no tengo muchas ganas que digamos.

- Pero Javi... yo quiero que formemos una familia juntos – me dijo con voz denotando algo de tristeza.

Pero la siguiente noticia, la dejaría más triste aún:

- Fátima: sé los hermosos momentos que hemos pasado juntos, en la escuela, en la calle, pero la vida nos ha mandado por dos vías diferentes. Sé que va a serte muy doloroso lo que te diré, pero es preferible que lo sepas: ¿Ves esta chica del retrato? – le muestro la foto – bueno, ella es Analía, mi compañera de tantos buenos momentos. Somos pareja pero con la diferencia que cada uno en su casa. Aparte, hace unos días apenas acabo de saber que vamos a tener familia y no joda esto.

Las siguientes horas las pasó como el reo que aguarda su ejecución. Le serví un buen café con leche, bien caliente. Finalmente Fátima, con cierta tranquilidad, liquidó su tazona de café con leche. Le pregunté que pensaba al respecto. Me contestó algo, infantil, por cierto.

- No te preocupes, Javier – me dijo -. Si querés, un día los llevo a que tú puedas despedirte de las otras novias.

Que las dos tuvieron un encuentro, lo supe. Lo que nunca supe fue qué conversaron. O si solo se miraron las caras.

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