“Papi... estoy aburrida” – susurró Sheila a su padre, Federico.
“Mamá está trabajando, solo puedo cuidarte, pero debes guardar cama” – le dice Federico mientras está sentado a su lado. Solo está encendida la luz del velador en el dormitorio y la puerta apenas está entreabierta.
“Tengo frío...” – gime Sheila.
Federico va por el termómetro digital. Minutos después sabe que su hija tiene temperatura.
“Toma esto para bajar la temperatura” – le da una aspirineta con un vaso de agua. Ella lo toma.
“¿Qué quieres hacer?” – pregunta Federico.
“No sé” – contesta molesta Sheila.
“Bueno – dice Federico a Sheila – acomoda tus cobijas que vamos a hacer algo muy divertido”.
Sheila se acomoda las cobijas y Federico saca de su caja un cuaderno completamente escrito, a mano. Se sienta en la sillita cerca de la luz.
“Hija: ¿veis este cuaderno? Este cuaderno es un diario de viaje de tu padre” – le dice Federico a Sheila.
Sheila toma el cuaderno y lo hojea – “¿Papá... cuántos viajes hay acá?”.
“Acá – da vuelta las páginas – escribí algo que me sucedió y tu bien lo recuerdas. Nunca supiste de este cuaderno viajero, pero ahora que estas en cama, viene bien, te voy a leerlo”.
Mientras Federico se prepara para leer, Sheila acomoda sus cobijas de la cama.
Federico lee “Como no recuerdo de que estación salí, solo puedo recordar que estaba en las alturas... donde un pestañeo y fuiste. Durante mucho tiempo, años que vengo reptando las alturas salteñas con los largos cargueros y desde la cabina observo los barrancos, es entonces cuando recuerdo aquella tragedia de Quebrada del Agua, que mis compañeros me contaran, que vaya uno saber, cosas de la madre naturaleza le dicen, una locomotora y unos dos o tres vagones cayeron al fondo de un barranco. Y nos arrancó a tres compañeros... Pero... ¿qué es andar en tren por las montañas tan solitario, donde no convive ni un alma en pena? Muy pocas veces pensé en eso, si pienso en la hábil mano del hombre que construyó un camino ahí pero que nadie se atrevió a vivir, dígase que el ambiente también es muy hostil. Las montañas son algo muy bonito en el paisaje, pero solo los que sabemos conducir sabemos de lo tan traicioneras que son. No me las doy de geólogo, pero algo sé. ¡Que nunca se te mueva la tierra ni que tampoco se te venga un alud encima! *** Eran las 8.26 cuando partí de Santa Rosa de Tastil camino a San Antonio de los Cobres. Hacía un día y medio que estaba fuera de casa y lo que podía ser un viaje muy normal, lo dejó de ser cuando del Nevado de Acay, según pude observar en mi mapa Esso del año 1986, de golpe y porrazo ví como el brusco y repentino desprendimiento de esa masa de agua en forma de nieve se había desprendido y cayó en forma de alud... ¿cómo contar esto? Sé que frenó la marcha del tren de una. Así no más. Sin frenos. Punto. Sé que quedé sepultado, porque desde los vidrios solo veía nieve y más nieve. Parecía divertido, pero lo divertido, sería un serio dolor de cabeza... Pensé: desesperar, no vale la pena. Acá tengo dos cosas: o salgo vivo, o me muero. Probé con llamar por el radio: no tenía señal. Es decir, incomunicado. El GPS no funcionaba. También pensé en que si hacía muchos movimientos, consumiría el poco oxígeno disponible. Podía resultar sencillo tomar una pala y hacer un pozo para encontrar la salida, pero no era simple. Tuve hambre... no sed, tenía agua a todo momento, la sacaba como decir... me comía los pedazos de hielo tal cual ¡Qué ni se me ocurriera encender la calefacción! Otra que combinación letal con carbono... *** De repente, sentí ganas de ir al baño y fue cuando pensé seriamente que estaba atrapado y mal. ¿Cómo descargar entonces? A ver, trataré de buscar las palabras finas, que mas que finas, adecuadas y delicadas. No le encuentro la vuelta, es complejo describirlo, porque una cosa es el recuerdo que yo percibí en primera persona y otra diferente es plasmarlo en este papel... al final, diré que hice de tripas y corazón, y en el rincón donde me lo permitiera, mi socio y yo hemos hecho las necesidades. Para todo esto, sabía que era de noche porque miraba el reloj y al menos tenía noción de la hora, pero cuando te hallas en estos aprietos mal, es muy fácil perder la noción del tiempo, y si sigue, la del espacio también, por suerte, si no fuera por aquel mapa Esso del año del ñaupa, no sabría donde estoy. ¿La carga? Ejem... no llevo carga, llevo un convoy vacío pero los vagones están cargados de... nieve. Linda y blanca nieve, dolor de cabeza, por eso, no la quiero tanto... A todo esto, como ni siquiera la radio funciona y comunicarse es lo mismo que perder el tiempo, el aburrimiento fue lo que primó en todos estos días que pasé como “prisionero” – dicho entre comillas – de la nieve. *** Ya había trascurrido casi dos días que estábamos ahí, un poco en las alturas pero también las nieves... ¡Maldita sea! Y otra vez vuelta a lo mismo: paciencia, paciencia, ya vendrán, ¿pero si no venían? ¿qué sería de nosotros? ¿correríamos el mismo destino que la dotación de la locomotora que cayó al fondo del barranco en Quebrada del Agua? Pobres muchachos, solo puedo apelar a mi imaginación así que... calma, paciencia. No pienses en eso, piensa que debes estar vivo, debes luchar por seguir con vida no solo por ti, sino por mis dos solcitos que me dan sentido a mi vida: Sheila y Eunice. Ahí fue cuando me animé a mantener más que nunca la calma, por ellas, que están en casa preocupadas pensando que algo me debe haber sucedido *** Era el día 2 y entre unas cobijas estábamos mi socio y yo, obviamente que nuestras tripitas ya hacían ruidito del hambre, para los colmos, mi socio había olvidado las hojas de coca que sabe traer, no es bueno, pero en momentos como este, es una solución alternativa pero bueno, había que apechugar. Parece gracioso, los dos estábamos acurrucados, el uno al otro pero con buenos propósitos: darnos calor mutuamente. Mi socio se durmió y yo miraba el techo, se me ocurrió en ese momento pensar en mi dos soles. ¿Qué estaban haciendo? Eunice ahora estaría cargando con el deber de llamar a Sheila para que fuera a la escuela, o ayudarla a hacer sus deberes, amén de ir a limpiar esa casa de ricos cuyos patrones son la última miseria que hay, de ávaros, miserables, todo. Me duele cuando pienso que ellos la tienen hace añares a Eunice como empleada doméstica y que nunca son capaces de ponerla en blanco, y cuando tiene que ir al médico, ponen un pero. Recuerdo patente el día que estábamos Sheila y yo tomando la leche en el comedor y que Eunice por traer unos pesitos más, se quedaría haciendo horas extra. Como atendió Sheila, yo hubiera sido más disciplente pero no pude controlar el temperamento de una nena de 11 años cuando se enojó y al patrón le dijo por teléfono “¡Usted tiene una madre que lo parió y yo también! ¡Dejate de romper las pelotas, ponela en blanco que anda muy mal de la vesícula...!”. Colgó. Me puse colorado como un tomate de la mentira, así que en la siguiente media hora estuvo presente. Ni así, ese hijo de su mala leche no es capaz de ponerla en blanco, no importa, yo me jubilaré mañana y compartiremos ese sueldito... *** Lo más lindo que me regaló la vida, en primer lugar, fue Eunice. Mi segundo regalo, algo rodado, por ahí, fue Sheila. Siempre digo que cuando supe que era una nena, se me caían las babas... era cierto. Y de esto hace 11 años... 11 largos años. Pienso que Sheila algún día dejará de ser la nena para ser una adolescente, por eso, queremos disfrutar a pleno de su infancia porque habrá algún día en que ella va a querer volar y es natural, ahí será cuando crea oportuno ella que podrá valerse por sus medios. No estoy en su cabeza, ni en su mente, tampoco puedo predecir ni imponer qué tiene que hacer en el futuro. No quiero apurar las cosas. Es nena y algún día será toda una mujer. ¿Tendrá hijos? No lo sé. De chiquita siempre imaginó mil cosas para ser en el futuro, pero ¿por cuál se decidirá? Por eso, muchos se encuentran con sus padres en el día del padre, en cambio, Eunice y yo le enseñamos a Sheila que tanto el día de la madre como el del padre son los 365 días del año. Y que lo más importante es que nos vea juntos. *** Día 3: ¿Qué hacemos hoy? Aburrirnos, como siempre. Estoy podrido de escribir, ya he escrito una biblia y un calefón. No aguanto más el hambre que tengo y... abandono porque estoy por quedarme dormido. Dulces sueños... zzzzzzzzzzz... dí un bostezo y vuelvo a leer las exiguas palabras del día de hoy. Son las 11.23 de la mañana y escucho ruiditos de que alguien excava. No quiero ilusionar a mi socio pero él se anticipó: tardaron su buen tiempo hasta que lograron llegar hasta nosotros, que estábamos enterrados, totalmente tapados por la nevada. Antes de poner fin a estas páginas, trascribiré la pregunta del socorrista “¿Deseas algo en este momento?”. Yo contesté “Sí, comida, tengo hambre, mucha hambre. Y devuélveme a casa”. *** Volví a abrir el cuaderno en el hospital, diré que me hicieron un chequeo general para ver que estuviera todo en orden, pero cuando me trajeron la milanesa con ensalada de lechuga, tomate y cebolla, por favor, ¡qué manjar! Y lo mejor de todo fue mi reencuentro con ustedes. Sheila, Eunice y yo. Los tres nuevamente juntos. Hasta el próximo tren” y cerró el cuaderno.
“Yo nunca supe de esas líneas” – dijo Sheila.
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