Nota: Toda coincidencia con la realidad es pura casualidad
¿Nunca les dije que yo amo los trenes? Solo un puñado de los que me rodean lo saben, casi ando en los límites de ser un marimacho porque la mayoría de mis amigos son varones, hago cosas de varones, si vamos de decirlo de un modo. Yo no conozco mujeres que gusten de estos fierros, pero bueno, cuando hay una en el mundo, más o menos llamemosle el extraterrestre.
Internamente sentí que de algún modo debía hacer algo por estos nobles fierros que se vienen a pedazos porque los están dejando caerse a pedazos y ellos por sí solos van desperdigándolos a la vera de la vía... y yo lo tengo que ver desde mi lugar, como espectadora, no tengo el timón para digitar que cornos deben hacer, o indicar que las cosas deben ser políticamente correctas.
Alguien me chifló en el oído que sí podía hacer algo por ellos, mínimo, pero algo. Muy bienvenida fui cuando en aquella entidad de Lynch fui...
Mis inicios como socia fueron como la frase “Escoba nueva, barre bien”. Todo iba viento en popa, pero no sé, si por suerte o desgracia mía, tenía unos comentarios de corte negativo. Opté por tenerme al margen pero no tanto. Cuando todos pensaban que no cortaba ni pinchaba, cortaba y pinchaba mucho más de lo que podían imaginar...
En este tipo de entidades sabía perfectamente que un día podía estar en la contaduría como al otro terminar con grasa hasta en mis mechones. Todo a cambio de... de preservar una pieza de museo. Sin sueldo, claro.
Con el correr del tiempo, sin haber hecho comentarios de ninguna especie, algo me hizo suponer que a mí me cuereaban. Y mi sospecha se hizo certera aquel día que sorpresivamente fui hasta la guarida que ellos le dicen contaduría. Supe quienes eran los que me criticaban. Juro que me dio tanta rabia que me fui a laburar al galpón con cara de culo.
A la semana, los mismos que me criticaban me invitaban a una cena. En un principio contesté que no. Luego la pensé mejor con mi almohada y decidí aceptar, y de paso, me iba a traer una sin anestesia, bien estilo Sarmiento.
Fui a la cena. En el medio de los comentarios, cuando llegó mi turno, mandé la mía sin anestesia “He de decir que amo mucho estos fierros pero en visto y considerando que el afuera y el adentro son iguales, decido hacerme un paso pidiendo un traslado a Haedo”. Después de la frase, a varios la comida se les quedó en el garguero, uno se atoró y los otros quedaron mudos. Nadie dijo nada y nada tenían por decir.
Levanté campamento de Lynch, bueno, también me mudé de donde vivía: me fui de Coronado a Morón. Y en Haedo hice nuevamente mi campamento.
Y la rueda volvía a repetirse. Cuando uno es nuevo, todos ven de qué forma pueden conocerte, y hasta por ahí te ponen a prueba para ver hasta donde llegas.
Siempre disfrutaba haciendo lo podía, aunque acá era todos los fines de semana encerrarme en un galpón para llenarme de grasa. Pero lo amaba. Y no tardó mucho en que volví a ver la misma hilacha que en Lynch: las críticas. ¿Será que en esa entidad convive el fantasma de la anarquía ferrófila?
Recuerdo que una vez me citaron para una reunión. Fui a Escalada sin saber de qué se trataba. Al llegar, me entero del derrotero de temas. Cuando profundicé en cada uno de ellos, en la mayoría observé un común denominador: todo empezaba y acababa en socios. La verdad, no lo entiendo.
Esa reunión la recuerdo como haber sesionado en el Congreso Nacional. No sabía si levantarme e irme o quedarme. Pero lo hice por una obligación.
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