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sábado, 17 de abril de 2010

Trenes del Bicentenario: Pehuajó

Un poco en serio, y otro en broma, en la ciudad de Manuelita, en pleno marzo del año 2010, el sótano de la estación de trenes ha vuelto a ser noticia. Más precisamente, fue sacudida por un crimen de singular ferocidad, más notable por el alto rango laboral que ocupaba la víctima. Los detalles eran pocos, imprecisos e inquietaban a cualquiera que quisiera aventurarse a saber más detalles del caso. En la estación, bien se sabía que el auxiliar, un joven cordobés de apellido Méndez Cueto había pedido traslado a la base de Carmen de Patagones, y en su lugar, vino un viejo oriundo de Olascoaga, más conocido como el “Viejo Loureiro” (Loureiro es el apellido, al menos es lo que se sabe). Vino a hacerse cargo de la estación. Los conocidos de su lugar de origen sabían los grosos antecedentes que escondía este viejo patón, gordito, canoso, grandote y de tupida barba blanca.

Se sabe que trata con rudeza a los empleados en la playa ferroviaria. Es inevitable que algún día no haya algún grito, o es posible que acabe insultando a alguno. Y a todos les molesta. Es por eso, que algunos maquinistas de Ferroexpreso Pampeano optaron por tomar otras vías y no bajar por ahí. Nadie investigaba nada hasta que Papalardo bajó con su tren no por simpatía a Loureiro, sino por la curiosidad. Papalardo llegó con su tren cerca de las once. Aunque hubo niebla esa madrugada, la niebla algo se disipó y pudo ver borrosamente la luna llena. Al parecer, Papalardo accedió en absoluto silencio a la oficina de Loureiro y descubrió un libro de contadores. Lo abrió y lo hojeó, dedujo que el viejo era muy amante de las matemáticas o, bien, sabía muy bien como llevar los registros contables.

Siguió hojeando el libro y descubrió que en los lugares donde había estado, había sido trasladado a otro, pues no explicaba cómo podía ser que figuraran tantos destinos y en diversas líneas, hasta de líneas clausuradas por donde no andan trenes de pasajeros. Al parecer, el viejo tenía sus negocios. Tenía mucha habilidad para manejar los ingresos de material del ferrocarril y luego revenderlos, para después hacerle creer al ferrocarril que hubo un robo o fue un extravío.

Detectó que en uno de los pueblos, al parecer fue en Shaw, el viejo tenía un garito clandestino y las apuestas se contaban a miles. No podía explicar cómo una persona de oficio ferroviario, y jefe de una estación, podía enriquecerse de esa manera. En un papel, todo garabateado por un tercero, dice que el garito se levanta porque una noche hubo serios quilombos entre un apostador y la casa, parece que el viejo se quedó con un vuelto y esta persona no se iba a ir sin que le dieran su parte. El viejo desenfundó su arma y lo mató sin más. Los vecinos llamaron a la policía y cuando llegaron al lugar, la escena del crimen había sido limpiada y todo quedó en la nada.

Ni en Olascoaga lo quieren que se lo mandaron a Vaccarezza, pero no tuvo suerte vendiendo las cosas del ferrocarril. Escondía un recorte de diario donde un peón de la cuadrilla redactó una denuncia al juzgado de Mercedes, por la venta de los durmientes.

Cuando Papalardo parecía haber descubierto los verdaderos antecedentes de Loureiro, el viejo lo sorprendió por detrás, abrió el sótano y lo bajó a Papalardo a las patadas limpias.

Papalardo rodó los veinte escalones tipo barco hasta el mugriento suelo. En la caída, se había lastimado todo el rostro, nada más. Cuando se reincorporó para hacerle frente, no tuvo tiempo que el viejo lo volvió a empujar violentamente contra la pared. Esta vez sí se había roto una muñeca, la de su mano izquierda, gemía de dolor. Era insoportable.

“Quejate de dolor todo lo que quieras imbécil” – le dijo el viejo despectivamente y tomó un hacha con la cual le cortó media pierna.

Papalardo supo que de esta no sadría vivo. Su pierna parecía brotar un río torrentoso de sangre. Luego sintió cómo su brazo derecho era separado de su cuerpo. Después siguió por su pierna izquierda y acabó con el brazo izquierdo.

“Termine de matarme Loureiro, no tiene sentido esto” – suplicó Papalardo muy malherido.

Loureiro tomó una marca de animales y la calentó al máximo. Con un cuchillo, abrió el pecho y con la marca fue apretando lenta y gradualmente, hasta reventar el corazón. Luego, el viejo limpió todo. Y el cuerpo lo enterró en el tupido jardín de margaritas.

Ese lunes llegó un tren de ALL. El supervisor de tráfico fue hasta el baño y le llamó hondamente la atención la prolijidad de los sanitarios y el jardín. Cuando salió del baño, ve algo raro y se acerca. Lo toma y tira. Saca un pedazo de puño de camisa. Se lo guardó en el bolsillo. Se va un locutorio en el centro de la ciudad y llamó a un conocido de General Pico:

“Tengo mis sospechas que nuestro cumpa Papalardo tuvo un final amargo”

“¿En qué te hace pensar al respecto?” – preguntó su interlocutor.

“En lo siguiente: hoy fui al baño, cosa rara que estuviera radiante, cuando por lo general ese baño nunca recibe una limpieza, aparte, el jardín también estaba algo revuelta la tierra…”

“¿Y entonces…?”

“Oh, cosa, que entre la tierra había un pedazo de puño de camisa de grafa color azul”

“No me digas que…………………..”

“Espero que estés pensando lo mismo que yo porque algo me hace pensar que acá hay gato encerrado”

Se tomó el tren de pasajeros a Mercedes. Se pasó un día entero para poder tener una entrevista con un fiscal.

“¿A qué me viene a ver a mí si usted no tiene antecedentes?” – comentó el fiscal.

“Simple: tiene que investigar en la estación de Pehuajó. El sótano siniestroso y el jardín esconden algo raro”

“¿En la estación de Pehuajó hay un sótano?”

“Si”

“Digame… ¿qué puede haber según usted en el sótano?”

“Pues… últimamente hasta donde sé, se hablaba de que alguien podía estar en el sótano muerto”.

Una noche, apareció la cuadrilla de Ferrobaires. Siete hombres vestidos al estilo de detectives norteamericanos, con sobretodos largos y armas largas y cortas, fueron dispuestos a ajusticiar al viejo Loureiro.

Golpearon la puerta despacito pero nadie atendió. Abrieron la puerta a las patadas, se metieron buscando a Loureiro pero no lo encontraron en ninguna parte. Salieron a afuera y en el jardín encontraron el cuerpo todo separado en partes de Papalardo. Fueron a los baños y en uno de ellos descubrieron que Fonseca había sido maniatado y puesto cabeza abajo para que se ahogara con el agua.

El capataz le recordó a sus muchachos que esa noche había joda en la seccional de la Unión Ferroviaria en la ciudad. Y se fueron todos en un coche desvencijado, a toda velocidad por la ciudad.

Llegaron a la seccional de la Unión Ferroviaria y encontraron que había una fiesta de disfraces. Aunque uno de ellos supo que Loureiro llevaba el disfraz de Papá Noel. Uno a uno fueron entrando y al rato, la alegre fiesta empezó a silenciarse.

“¿Así festejas el día del ferroviario matando a tus compañeros, los ferroviarios?” – le gritaron desde las alturas.

Y el viejo Loureiro salió corriendo del lugar.

Los demás salieron a seguirlo. La cuadrilla vestida a lo detectivesco, lo alcanzó a los pocos metros.

Maniataron al viejo Loureiro y un séquito de pobladores siguieron a la cuadrilla para ver qué pasaba. Todos sabían de la mala fama de este tipo en el lugar.

Condujeron al viejo Loureiro a la estación “Mira viejo, si debe haber un lugar donde elegir para ajusticiarte, debe ser este, la estación de trenes. Tú mismo con tus asquerosos antecedentes has hecho que todo Pehuajó entero te odiara hasta el extremo y los que laburan detrás de los trenes de carga sienten la presión de estar caminando por calles dominadas por su mafia. Como no hay tiempo de llamar a un patrullero para que te lleve, ni de avisar a la empresa a que te despida, nosotros te vamos a despedir delante de toda esta multitud que ha venido a verte sufrir, padecer, humillarte…………… morir como quien diría. Va a ser la única forma de que todos los muertos que has matado a lo largo de tu vida puedan descansar en paz definitivamente. No es nuestro el trabajo ni la forma de impartir justicia pero en un país donde no hay nada para los justos, los muchachos vamos a enseñarte a morir” – le habló bien clarito el capataz.

Entre todos, con dos escaleras altas, colocaron un cable de acero en una vieja señal de brazo. Cuando todo estuvo listo, hicieron subir al viejo y uno por atrás, lo acomodaron colocándole una bolsa tapándole la cabeza. El viejo les gritó “Se van a arrepentir par de guachos malparidos”

“No te preocupes que si querés te piso con la máquina que está estacionada” – le contestó.

“No hace falta tanto, ya se vá” – le contestó su compañero y entre los dos empujaron al viejo Loureiro. El peso de su cuerpo hizo que el cable de acero fuera la trampa mortal.

Hasta el día de la fecha, el cuerpo del viejo Loureiro sigue ahí colgado…………… vaya uno a saber para qué.

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