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martes, 10 de junio de 2008

Cuentos de Alcoba XLVII: El día que Aquilino conoció a Gardel

Nota

  • Acerca de los personajes

Todos, todos los personajes son de la realidad.

A diferencia de Carlos Gardel y su novia Loretta, que no están en vida, Aquilino sí lo está.

  • Acerca de los espacios

Todos pertenecen a la realidad.


Es un cuento. Cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad.


Desde el 520 de la calle Thompson, esquina Valle, se ve el frente de una casa añeja, en pleno barrio porteño de Caballito. Si no fuera por los carteles, pocos podrían llegar a pensar que ahí funciona la sede social de una entidad que ama una parte de los fierros, pero los que fueron sepultados hace años porque los bondis vinieron a acaparar el espacio que ellos ocupaban. Menos mal que hay carteles suficientes para que quien pase sepa que funciona ahí: la Asociación Amigos del Tranvía.

Pero al lado de esa casa añeja, por la calle Valle, hay otra del mismo estilo, aunque por su reciclado reciente, esconde su vejez. La parte de afuera parece algo normal, pero basta con abrir la chapa de las cartas, para la sorpresa de quien sea, no existe el buzón, así que es posible espiar un poquito adentro. No más abrir esa chapita de las cartas, es suficiente para que salga de ahí dentro aire a tranvías...

Una vez más Aquilino viene con dos bolsitas cargadas, en uno de los tantos días más, después de ir a algún almacén de por ahí. Pero todos los días tiene el mismo problema: la llave. Bueno, es que la llave de la puerta de calle anda muy mal... o es que aún no se da cuenta de que cualquier día, o se queda encerrado, o no ingresa desde la calle.

- ¡Llave desgraciada! ¿Cuándo será el día bendito que andés como la gente? – es la frase que sale de su boca cuando reniega tratando de abrir la puerta.

Para muchos, es un transeúnte más, pero para cuando saben de su doble apellido, ahí se revela la verdadera identidad. Pero volvamos al Aquilino rasca. Bueno, rasca porque es el estilo suyo.

Deja las bolsitas arriba de la mesa y se va a conectar la radio que está arriba de una ventana que da al patio. Radio... porque es la única función que cumple, en realidad, es un electrodoméstico más cercano de irse a algún volquete o terminar en alguna obra en construcción dado que le faltan las tres cuartas partes de su carcasa externa... el enchufe es un cable solamente y ahí, no acaba todo...

Deja andando esa radio y se va a guardar la mercadería en una heladera Siam fabricación 1965. Una cosita que a ningún fabricante de heladeras se le va a ocurrir: ponerle rueditas – Es para que cuando la quiero mover, la muevo sin necesidad de hacer fuerza – justifica Aquilino cuando le preguntan sobre las rueditas. Invento ingenioso.

Luego sube las escaleras a la terraza, y encuentra olor a pis de gato - ¡Qué gato habrá sido el que me dejó los lamentos!!!! – maldijo y salió a buscar un balde con agua y la lata de fluido Manchester.

Después de lavar la terraza, fue por la ropa sucia. Con dos baldes de 20 litros, juntó la ropa sucia que tenía desperdigada por toda la casa. Camisas, remeras, pantalones y medias llenaron los baldes. Pero le quedaba el cesto de la ropa de la pieza: de ahí sacó el pijama con el cual durmió la semana entera.

Con ese tendal de pilchas, volvió a la terraza. Dejó los baldes a un costado y abrió el lavarropas. Miró asombrado por lo que encontró - ¿Qué es esto? – dijo Aquilino y empezó a sacar una por una las ropas que había en el tambor.

- Un saco... pantalón... camisa blanca de vestir... pañuelo... medias... ¡calzoncillos! ¡Pero si yo no dejé ropa adentro del lavarropas! – dijo Aquilino sin entender - ¿Pero quién iría a dejar un traje acá dentro? Cochino habrá sido de dejar hasta los calzones... qué asco... -.

Dejó la ropa a un costado, cargó el lavarropas y metió la ropa para lavar. Después volvió a mirar la ropa – Pero esta ropa está avejentada... de qué muerto será... ¿o se la habrán sacado a Gardel antes de enterrarlo? Pero si Gardel se quemó en Medellín... – dijo Aquilino y se fue a buscar una bolsa negra de consorcios al cuarto de la terraza. Volvió y metió la ropa en esa bolsa, que dejó durmiendo en el cuartito de la terraza.

Días después, Aquilino decidió hacer una limpieza de zapatos. En su pieza, había de todos pares metidos debajo de la cama. Apartó unas zapatillas extremadamente mugrientas, más mugrientas que las que tenía puestas encima, para enviarlas a la lavadora. Fue a la repisa y sacó un frasco con pomada para lustrar. Se sentó en una sillita y empezó a lustrar uno por uno los tantos zapatos que tenía desparramados. Contabilizó algo así como seis pares. Después fue al mueble donde guarda sus zapatos, pero se llevó otra sorpresa: las cajas donde guarda los zapatos, que supuestamente debían estar vacías, algo guardaban. Tomó una y la abrió – ¿Un moño? ¿para qué un moño? ¿qué hago yo con un moño? – se preguntó Aquilino. No acababa aquí. En otra caja, un par de zapatos de bailar tango (tipo de cantinfleros) - ¿Zapatos de tango si yo no bailo tango? – decía Aquilino mientras sostenía los zapatos – en fín...

Apartó el moño y los zapatos para llevarlos luego a la bolsa negra donde estaba el traje, la camisa y el calzoncillo.

Una mañana se levantó, se dirigió a la cocina y otra sorpresa más lo esperaba: en el perchero, había un sombrero y una capa con un bastón – Sombrero, capa y bastón... alguien me está haciendo una pequeña broma... – dijo Aquilino y se llevó las tres cosas a la bolsa negra que hacía días y días que estaba durmiendo en el cuartito de la terraza.

Nada mejor que un día soleado para salir a ventear las pulgas. Con su coche llegó hasta la intersección de las calles José Bonifacio y Emilio Mitre. Estacionó el auto y se bajó. Caminó hasta el taller Polvorín. Ingresó. De la guardia, se fue al baño. Al salir del baño, como por arte de magia, su ropa había cambiado – Aquilino – dijo sorprendido el guardia.

- Sí, ¿pasa algo? – pregunta Aquilino.

- Yo veo mal pero... cuando lo ví entrar, usted no estaba con ese traje tanguero – le dice el guardia.

- ¿Qué traje tanguero? – pregunta Aquilino sin saber.

- Pero Aquilino... yo lo ví que entró y tenía unas zapatillas zaparrastrosas, un jean a punto de hacerse hilachas y una remera de cuando fueron las Olimpiadas en Sydney 2000 y, ahora de golpe y porrazo, está con un traje para bailar tango – le dice el guardia.

- Pero... ¿por qué me habría de estar con un traje? – pregunta Aquilino.

- No lo sé. Solo sé que hoy ando mal de la cabeza, voy mal, muy mal - dice el guardia.

- Dejá de decir estupideces muchacho – dice Aquilino.

- ¡Mírese usted mismo al espejo y véase que tiene puesto un traje negro! – exclama el guardia.

- Me voy a mirar – dice Aquilino y vuelve al baño y se mira al espejo. En el espejo aparece reflejada la imagen de Aquilino con la remera de las Olimpiadas de Sydney 2000, el jean a punto de hacerse hilachas y las zapatillas zaparrastrosas. Vuelve afuera y le dice al guardia - ¿Ves? Me miré al espejo y estoy con la ropa con la cual salí de casa -.

- Entonces... estoy viendo ilusiones ópticas... usted se ve hecho flecos y yo lo veo con traje... alguno de los dos estamos a punto de enloquecer ya mismo – dice el guardia.

En realidad, a la vista de todos, Aquilino lucía un traje tanguero, pero él no lo percibía, seguía sintiendo que estaba con la misma ropa con la cuál salió de su casa.

Salió a servicio. El público miraba como el motorman lucía aquel traje tanguero. Precisamente, sin quererlo, entre los pasajeros, se filtro la novia de Gardel.

La parada en avenida Rivadavia, que tradicionalmente suele estar poblada de pasajeros e invadida por el ruido del caótico tráfico, de repente se había vuelto en un lugar solitario y silencioso, bajo las luces que iluminaban afuera y adentro. Aquella parada sería algo más larga que lo tradicional. Es que una chica, se puso de pie, fue a buscar al motorman - ¿Cuál es la siguiente parada? – preguntó poniéndole su mano derecha sobre el hombro izquierdo de Aquilino.

Aquilino enmudeció. Finalmente se dio vuelta y una mujer estaba a sus espaldas – Esto es de paseo – finalmente contesto.

- Error... esto es algo más que un paseo – le dijo Loretta, con otra mirada.

- No... es un paseo. Hay pasajeros – contestó Aquilino.

- No. Pasajeros no existen – le dice Loretta – Además, tú insistes en que tienes puesta una remera de Sydney 2000, unas zapatillas negras de mugre y un jean hecho flecos, pero de lo que no te das cuenta, es que el traje que tienes puesto ahorita mismo es el mismo traje que hace varios días atrás sacaste de la lavadora y enviaste a la bolsa negra...

- ¡Vos estás loca! – exclama Aquilino.

- No. Es más, tienes los mismos calzoncillos que miraste con tanto asco, los mismos zapatos que encontraste en una caja, el sombrero que encontraste colgado en el perchero de la cocina... Todo lo que tienes encima, es lo mismo que fuiste guardando con tanto desprecio en la bolsa negra de consorcio, en el cuartito de la terraza de tú casa – le habla Loretta como si le estuviera dando una reprimenda.

- ¿Y qué esperabas que hiciera con todo eso? – pregunta Aquilino.

- Lo menos que podrías haber hecho es preservarlo, porque ni siquiera tienes la menor idea de quien es este traje... mira que hasta los muertos se te vuelven en las pesadillas – le dice Loretta.

- ¿Sí? Qué bueno... – dice Aquilino y acciona el controller. Pero el tranvía no marcha - ¿Por qué no marcha si hace un ratito estaba todo bien? – pregunta.

- ¿No se te ocurrió pensar en que debías desconectar el freno y que el mismo no está? – le dice Loretta.

- Ah, sí, claro, tenías razón – dice Aquilino y ve que falta la manija de freno – pero no voy a ser tan despistado -.

- Usted sí que es despistado – le dice Loretta y le muestra la manija de freno. Aquilino trata de tomar la manija, pero Loretta la aparta – Momentito! No sin antes bailar un tango conmigo.

- ¿Qué? – pregunta Aquilino.

- Bailas un tango, y te doy la manija – le dice Loretta.

- Vaya, esto es ridículo. Pareciera que hasta los muertos se confabulan contra mi persona para hacerme la vida imposible – dice Aquilino.

- Pero mientras más sigas hachando los muertos, más veces bailarás tango en plena avenida Rivadavia – le dice Loretta.

- Está bien, está bien. Voy a bailar ese maldito tango, pero me devuelves la manija – dice maldiciendo Aquilino.

- Por maldecir, bailarás dos, y no salgo de esta tesitura Aquilino, tú lo buscaste – le dice Loretta.

Loretta lleva a Aquilino a plena avenida Rivadavia. Solitaria, solo un par de tangos, bajo las luces de Buenos Aires se proyectan ambas sombras al son del baile.

Después del baile, la avenida Rivadavia volvió a ser el mismo ruido de siempre. Volvió corriendo al tranvía y vió que todo estaba en su lugar, nada faltaba. Siguió viaje.

Por la oscuridad de la calle Hortiguera, de la nada, un bulto se interpuso en el paso del tranvía - ¡Vos! – dijo Aquilino y accionó el freno de emergencia.

Apurado bajó a buscar qué había arrollado, pero no encontró nada. Un patrullero pasaba, paró. Uno de los policías le preguntó - ¿Pasó algo?

- Sí... acabo de atropellar una persona con el tranvía – dice Aquilino.

- Bueno, vamos a ver – dice el policía y se bajan los dos del patrullero. Buscan el cuerpo y no existe.

- ¿Usted dice haber atropellado una persona? El cuerpo no existe por ninguna parte – dice el policía.

- Lo atropellé, lo atropellé – insiste Aquilino.

Los policías se miraron. – Mire amigo, si encuentra el cuerpo, llámenos, pero como no está, no tiene ningún sentido estar aquí. Me parece que aquí, usted está loco. Vaya al nosocomio más cercano a su domicilio – le dijo el policía y se marcharon.

Guardó el tranvía y volvió a su casa. Se acostó a dormir – Me tiene podrido esto de las apariciones de otro mundo... – dijo. Se durmió profundamente, y en el medio del sueño, se le volvió en forma de pesadilla aquel baile eterno en la avenida Rivadavia y el falso atropello que hizo con el tranvía.

Días después, sonó el teléfono. Una rara voz estaba del otro lado del tubo.

Aquilino.- Hola.

Voz.- Hola. ¿Aquilino?

Aquilino.- Sí, yo. ¿Quién es?

Voz.- Yo. Soy yo, el del traje.

Aquilino.- El del traje... ¿pero quién sos?

Voz.- Yo. Y te aconsejo que tengas más respeto, porque has bailado con mi novia en plena avenida Rivadavia, y es una de las chicas más lindas del mundo artístico.

Aquilino.- No es una Valeria Mazza.

Voz.- Y el peor pecado que cometiste fue atropellarme con el tranvía, después que te proveí con mi traje para que estuvieras elegantísimo ante la visita de mi novia.

Aquilino.- ¿Algo más te queda por echarme en cara?

Voz.- El desprecio que haces por las ropas que te dejo.

Aquilino se fue de gira en tren hacia Córdoba capital. Mientras tanto, Loretta vino a la casa de Aquilino para poner orden. Se ocupó de renovar todos los elementos que tuvieran demasiada vejez y dejó el ambiente con un aire a tiempos de lujo tangueros. Un aire francés.

Al regreso de su viaje por Córdoba, Aquilino entró a su casa. Encendió las luces y vió que muchas cosas habían cambiado de lugar: su cama, el comedor, la heladera, electrodomésticos de museo, pero, este sí, un tocadiscos. Pero el cansancio podía más a Aquilino y se tiró a la cama a dormir.

Al día siguiente se levantó. El primer sonido fue el teléfono, que había sido reemplazado por uno más viejo aún.

Aquilino.- Hola.

Voz.- Hola Aquilino.

Aquilino.- ¿Otra vez vos?

Voz.- Sal a la puerta de calle, por favor.

Aquilino colgó el teléfono. Sin darse cuenta, se levantó con el mismo traje que había estado en aquella jornada en el tranvía. Llegó hasta la puerta de calle. Abrió y... una persona estaba con el mismo traje tanguero que Aquilino.

- Señor... – dijo dubitando a la persona que estaba afuera.

- Aquilino, gracias por bancarme – le contestó aquella persona.

- Lo veo y no lo creo... sos vos... Carlitos Gardel, el morocho del Abasto – dice sin salir de la emoción Aquilino.

- Pero tal vez quieras explicar todo lo que te ha sucedido en todo este tiempo – le dice Gardel.

- Seguro – le dice Aquilino e invita a Gardel a pasar a la casa.

Adentro, Carlos Gardel le dice a Aquilino – Aquilino, usted es un gran peso en la sociedad y guarda un gran aire por ser quien dirija los tranvías. Yo fui quien le fue dejando este traje con los calzoncillos incluidos. Yo fui quien le quitó esa ropa llena de flecos para convertirse en el motorman que sedujera a mi novia Loretta, a quien envié para que renovara su casa para el regreso de Córdoba. Te resististe a bailar el tango con Loretta, por eso te seguí molestando un poquito más, pero no tengas remordimientos, ya acabó todo, ya te puse a prueba y las superaste -.

- Menos mal... – dice Aquilino.

- Por fortuna debía ser así... porque este día lo vas a recordar para siempre – le dice Gardel.

- ¿Pero no lo volveré a ver nunca más? – pregunta Aquilino.

- Nunca se sabe. Lo invito a tomar un café – le dijo Carlos Gardel y Aquilino fue al comedor, elaboró un café y Gardel le cantó uno de sus tantos tangos.

Aquilino va a recordar por siempre todo lo que le sucedió durante todo este tiempo, porque un día cualquiera, fue el que conoció a Carlos Gardel.

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