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domingo, 25 de enero de 2009

Café Ferroviario II: Juan trepador y corrosivo

Son las 23.16 de un frío lunes de junio y el tren recién llega a Mar del Plata. Los pasajeros bajan ordenadamente de la formación y automáticamente como un río humano buscan la salida hacia la calle. Ese movimiento fluido dura tan solo un rato.

A paso tranquilo camina el mecánico. Se mete para desacoplar la locomotora de los vagones. Arriba, el maquinista sale rumbo a la mesa giratoria. En el andén, un alguien mira boletos. Luego los guarda y mira en su reloj la hora. Camina hasta la oficina a dejarlos.

Vuelve a salir de la oficina y camina hasta la salida. Lo ataja el mecánico – “¿Cuándo hay que volver?”.

“En la oficina está el horario para regresar, vete que el jefe no te va a morfar” – le contesta y sigue camino.

El mecánico miró a su compañero. Se acerca el auditor - “¿Algún problema Díaz?”.

El mecánico giró la cabeza hacia la derecha - “¿Quién carajo es este personaje vestido de azul?”.

“El inspector. Se llama Juan Fernando Karpik. ¿Nunca tuviste trato con él?” – pregunta.

“Recuerdo que alguna vez conocí un sujeto de apellido Karpik…”

“Guarda que eran dos los mecánicos Karpik ¿A cuál te refieres?”

“Yo sé del mecánico capo”

“Ese es el que cagó fuego hace tiempo y espacio. Este es el que está vivito y tuvo el ascenso”

El mecánico tenía un cierto odio hacia su compañero.

“Díaz… ¿Qué drama tienes conmigo?” – le preguntó Juan. Estaban en el andén.

“¿Quieres saber qué me pasa? ¿Quieres que te lo diga? ¡Lo sabrás hijo de mil perra! – le grita Díaz - ¡Negro grasero, ahí debiste quedarte porque ni siquiera sabías como carajo meter dos tuercas juntas! ¡Chupamedias! ¡Jetón de mierda que le lustró las botas y ahora sos el fino pica boletos!”

Juan miraba asombrado a su compañero, pero por dentro no podía soportar los insultos de su compañero.

“¿Y qué carajo piensas decir de esto?” – le siguió profiriendo el mecánico.

Juan lo miraba en silencio.

“Ahora te comieron la lengua los ratones”

“Ningún ratón me la comió Díaz” – contestó Juan.

“Pero no te perdonaré jamás que hayas mandado a rajar a mi primo hijo de puta”

“Fui sincero y no me pienso retractar. Si lo tuyo es la suciedad, no me interesa y apártate” – Juan da dos pasos y con la mano izquierda hace a un paso a Díaz.

Desde la casilla de los cambistas, Emiliano llama a Juan “Juan, vení a tomar unos mates”.

Sube las escaleras y se sienta a compartir unos buenos mates “Emil…” – dice Juan.

“Disculpa Juan – le da el mate a su compañero – sin pecar de chusma, pero desde la ventana he oído la reñida que has tenido con Díaz”.

“¿Te vas a calentar en eso?”

“No, pero me sorprende que te hagan drama por una pavada sin sentido”

“En mi pasado de mecánico cuando llegué a supervisor de taller, solicité el despido del primo de Díaz por asalto a mano armada”

“Flor de muchacho”

“Si claro, yo delincuentes no me interesa tener y si este está, no sé, pero fuera yo el jefe de la línea, ya lo hubiera puesto de patitas en la calle, es tan delincuente como el primo. Un buen pillo, después tengo que oír a los pasajeros chillando porque le faltan cosas. Hace unos años casi, casi lo rajan pero lo salvó el sindicato”

“Que mugre” – se atoró con el mate. Tose. Juan le golpea la espalda.

“Cambiando de tema… ¿qué es de tu vida?”

“Lo mismo de siempre. Con la diferencia que terminé con la Jorgelina” – comenta Juan.

“A mí mi ex se me llevó los chicos a Enrique Carbó, casi más pierden el Gran Capitán después de tener el orto por 11 horas en Lacroze y cuando salió……..”

“Olvidaron algún…”

“Algún pelotudo de los que no faltan al clásico. No sé si lo habrá alcanzado al tren en Zárate”

“Fantástico…”

“El regreso mejor: un día y medio esperándolo más no sé cuántas más con el orto arriba, así que……………….”

Los dos se ríen. Intempestivamente entra Díaz. Emiliano y Juan se sobresaltan.

“¡Díaz! ¿Pasa algo?” – pregunta Emiliano.

“¿Qué hace este asno aquí?” – pregunta Díaz señalando a Karpik.

“Lo mismo que tú” – contesta Emiliano antes.

Díaz toma de la camisa a Emiliano “Qué putísima costumbre la tuya la de contestar sin que yo te lo haya preguntado pelotudo de mierda tan puto como todos los demás”.

“Te olvidas que tienes una bonita chica delincuente de mierda”

Juan mira. Al final llama por teléfono a la oficina “Por favor, necesito ayuda…”. De atrás, recibe un golpe que lo desmaya.

Semanas después, Díaz deambula con una muchacha. A Juan le llama la atención el hecho de una ver una mujer de buen aspecto con su compañero. Pero no irá más allá. Será ella la que irá más allá.

Así como Díaz se mostraba sumamente violento con sus compañeros, lo hizo con su chica.

“Qué puta costumbre la tuya de interceder en cosas que no te competen” – le gritaba Díaz delante de los demás sin ninguna clase de tapujos.

Estaba Juan. Oyó lo que le gritó Díaz. Pero no esperó a nada que se levantó rápido como un rayo, lo tomó de la camisa, lo llevó contra la pared, le dio un par de trompadas. Volvió a tomarlo de la camisa y al final le dio la cabeza contra una canilla que goteaba en una pileta. Y un golpe le dio en la cara, eso le aflojó tres dientes.

“¡Vos no vas a tratar así a tu novia hijo de re mil puta!” – le dijo entre dientes Juan. Lo dejó caer.

Esa noche, llamaron de la estación a la policía y debió comparecer ante el comisario.

“¡La próxima usted va a pasar veinte días parado de cabeza, a lo gallo!” – le dijo el comisario.

Pero Díaz terminó en el hospital.

Varios días después, la novia de Díaz se atrevería a hablar ante Juan “¿Él siempre tiene esas reacciones nerviosas?”

“¿Reacciones nerviosas? No, es un tipo violento de por sí. No es la primera vez que grita, bah, grita a todo el mundo” – habla Juan como si nada.

“No sé, pero no sé cómo decir pero tengo miedo…”

“¿A Díaz?...” – Juan no da mucha importancia.

“Lo digo en serio”

“Yo aprendí a ignorarlo. Otra no te queda. Pero te va a arruinar tu vida, yo sé, hazme caso”

Justo entra Díaz “¿Qué carajo tienes que andar charlataneando? ¿eh? Qué carajo hablabas!” – le gritó a su novia – “¡Contestá Natalia!”

La tomó de los brazos y la llevó violentamente contra la pared “¿Cuándo mierda piensas contestar puta barata!”

Juan se levantó por su lado, fue hasta una mesa, tomó una jarra de acero y una botella de ácido muriático, la vertió en la jarra y con ella en la mano, se da vuelta hacia Díaz “Si no sueltas a Natalia, derramo ácido muriático encima de ti y eso va a ser más corrosivo aún”. Díaz soltó a Natalia.

“Contigo tengo que dirimir algunas cosas. Ya vengo” – contestó Díaz y se fue.

Natalia estaba acongojada. Asustada. Nerviosa. “Ven que ahora Díaz no está” – le dice Juan.

“Quiero rajar… me siento en una cárcel”

“No te preocupes, tendrá aún más motivos para acumular odio” – le dijo Juan, la llevo hacia una pared y apretó con ella. Regresa Díaz.

“¿Qué haces levantándote a mi novia?” – le gritó Díaz.

“En definitivas, es lo que te mereces” – contestó suelto Juan.

Durante varias semanas, Juan y Natalia anduvieron juntos. Iban y venían. Díaz hacía rato que estaba sospechando que su novia se había ido con Juan. Y los dos fueron muy lejos “¿Vamos al hotel?” – le dijo Juan.

“Vamos” – le contestó Natalia y se dieron un beso.

En la habitación aprovecharon para darse besos. Para quitarse los atuendos. Tirarse en la cama. Y seguir apretando.

Pero todo se va a precipitar apenas unos días después: Juan ve que Natalia había vuelto con Díaz. No va a perdonar una traición de esa suerte.

“Ahora vas a comprobar que tan trepador puedo ser contigo” – se dijo Juan asimismo.

Una noche, Juan invitó a Natalia a cenar en su casa. La cena trascurrió normalmente.

Después de la sobremesa, se fueron a la cama. Él demoró un poco más. Abre el cajón de la mesada y saca un frasco de veneno, con la ayuda de un goterito, lo introduce en el contenido que está en la botella. Vuelve a guardarlo en la heladera. Y regresa a la habitación “Estoy contigo cariño” – le dice Juan y los dos se dan un beso.

Durante un rato se miman “Tengo algo para ti” – le dice Juan.

“¿Qué es?”

“Espera” – le dice Juan y sale caminando rumbo a la heladera, saca la botella de vino y sirve una copa. Se la trae hasta la habitación “Esta copa para celebrar nuestro amor” – le dice Juan y se la entrega a Natalia.

Natalia se toma la copa de vino sin saber que adentro del vino estaba disuelto el mortífero veneno. Se la da a Juan.

Se acarician unos segundos y por un espacio largo de tiempo, los dos mantienen una relación sexual. Ella después queda dura e inmóvil. Juan acerca su rostro para comprobar que esté muerta de veras.

“Lamentable pero ninguna mina me viene a joder de esta suerte” – dijo Juan sarcásticamente.

Al día siguiente, Juan va a la estación. En la casilla estaba Díaz y era todo un milagro que no estuviera alterado.

Juan se dirigió a la mesa donde estaba la jarra y la botella de ácido muriático. Cargó la jarra y se acercó hasta Díaz.

“¿Algo que no hubiera podido ser salvado en pleno viaje Díaz?” – preguntó Juan.

Díaz levantó la cabeza, giró la silla y Juan le volcó todo el ácido muriático contenido en la jarra. Díaz notó inmediatamente los efectos del ácido, se llevó las manos a la cara, gritó “¡Me estoy quemando! ¡Auxilio que me quema!”.

Mientras, el ácido muriático le iba carcomiendo la piel. Juan se apartó dejando que Díaz se revolcara en el suelo de dolor y ardor, en tanto que su cara estaba totalmente desfigurada “Te merecías esto por ser tan hijo de puta conmigo” – le dijo Juan.

A pesar del pedido desesperado de auxilio de Díaz, murió dos días después en el hospital. Juan purga una pena de 25 años por doble homicidio.

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