Dicen sus hermanas mayores, que cuando Doris supo de este regalo anticipado de Reyes y atrasado de Navidad, intentó quitarle las baterías a Elisabetta.
Pero ella hizo oídos sordos a las envidias de Doris. Ni le prestó atención. Dos días antes del viaje de Año Nuevo, ejecutó algo que nunca jamás lo hubiera imaginado: le pinchó el tanque de combustible.
Un maquinista, apodado como “El Hasi”, haciendo maniobras de traslado, es el que advierte el problema mientras se desplazaba rumbo a Escalada. El olor a combustible en el camino fue la evidencia.
“Hay tufo a combustible linda” – le comentó El Hasi a Elisabetta.
“De veras…”
“¿No notas que tienes algo pinchado?”
Recordó que mientras dormía en Gerli, alguien hacía un pinchazo.
“Hasi, desde que me comunicaron mi regalo de Reyes, mi melliza Doris tengo la impresión de que está muy celosa de mí”.
“¿Regalo de Reyes? Mmmm…”
“Es que tengo una amiga con la cuál tenemos buenos recuerdos de momentos vividos… me enseñó a darle sentido a los fierros”
El Hasi entendía a medias.
“Si tu lo dices linda…”
El día del viaje se sacudió toda la tierra que tenía acumulada encima de hacía semanas. Tenía tanta que dejó dos montañas a sus costados.
“Sí que tenías de sobra Elisabetta” – le dijo Miramar.
“Viste corazón, es así” – contestó Elisabetta.
A la distancia gritó Doris “¡Tienes tanta roña como la asquerosa Marchi!”
Miramar y Elisabetta se miraron. Ellas jamás le dirían Marchi a ninguna que tuviera un 9075 seguido de un apóstrofe. Lo sabían por Chas… Chascomús.
Con su densa humareda pasó Madariaga.
“¿Quieres hacer un favor? – le pidió Elisabetta – Asfixia a Doris a ver si se le cae la jeta de asco”.
“Es indomable” – dijo Madariaga y volvió a fumar como ella sola.
Llegó la hora indicada y ambas se encontraron. Se dice que una palmeó a la otra y la otra emitió un bocinazo que resonó en toda la estación. Por un momento pensó que volvería al mismo lugar de hace tantos años, pero le dirá que llegaría hasta el final del viaje.
El viaje en sí tuvo una característica muy distinta. Pudo ser uno más de los mismos hasta cierto punto pero cuando llegó a destino final, supo que su amiga de grandes momentos, iría al límite en donde los trenes corren y en el más allá, rieles pulidos que más de uno confunde las luces de los vehículos que andan por la calle con trenes de Ferroexpreso Pampeano provenientes desde Guaminí.
“FEPSA no hace bajar trenes a Daireaux vía Guaminí, hay algunos problemitas” – contará Elisabetta. El límite de eso es un paso a nivel. Nada, casi nada.
Pero como llegó, debió volver. ¿A dónde? Allá, a Bolívar. Dicen las malas lenguas que para evitar sabotajes “El intendente está en el medio…”.
Aunque algunos se empecinen en sostener que no se justifica tener más frecuencias de trenes a Daireaux, la escena que domingo tras domingo se repite es la misma: el paso del tren es el punto de reunión de pasajeros con ansias de viajar, a donde sea, la conclusión en todo esto es la siguiente: negocios de pocos a expensas de una mayoría.
Elisabetta siempre mira al cielo y suplica “Que hoy no sea el último tren…!”.
Al menos, El Hasi la tranquilizó diciendo “Por ahora, esta guerra la están ganando los trenes”.
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