martes, 27 de enero de 2009
ENTROPA
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De África
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domingo, 25 de enero de 2009
Café Ferroviario II: Juan trepador y corrosivo
Son las 23.16 de un frío lunes de junio y el tren recién llega a Mar del Plata. Los pasajeros bajan ordenadamente de la formación y automáticamente como un río humano buscan la salida hacia la calle. Ese movimiento fluido dura tan solo un rato.
A paso tranquilo camina el mecánico. Se mete para desacoplar la locomotora de los vagones. Arriba, el maquinista sale rumbo a la mesa giratoria. En el andén, un alguien mira boletos. Luego los guarda y mira en su reloj la hora. Camina hasta la oficina a dejarlos.
Vuelve a salir de la oficina y camina hasta la salida. Lo ataja el mecánico – “¿Cuándo hay que volver?”.
“En la oficina está el horario para regresar, vete que el jefe no te va a morfar” – le contesta y sigue camino.
El mecánico miró a su compañero. Se acerca el auditor - “¿Algún problema Díaz?”.
El mecánico giró la cabeza hacia la derecha - “¿Quién carajo es este personaje vestido de azul?”.
“El inspector. Se llama Juan Fernando Karpik. ¿Nunca tuviste trato con él?” – pregunta.
“Recuerdo que alguna vez conocí un sujeto de apellido Karpik…”
“Guarda que eran dos los mecánicos Karpik ¿A cuál te refieres?”
“Yo sé del mecánico capo”
“Ese es el que cagó fuego hace tiempo y espacio. Este es el que está vivito y tuvo el ascenso”
El mecánico tenía un cierto odio hacia su compañero.
“Díaz… ¿Qué drama tienes conmigo?” – le preguntó Juan. Estaban en el andén.
“¿Quieres saber qué me pasa? ¿Quieres que te lo diga? ¡Lo sabrás hijo de mil perra! – le grita Díaz - ¡Negro grasero, ahí debiste quedarte porque ni siquiera sabías como carajo meter dos tuercas juntas! ¡Chupamedias! ¡Jetón de mierda que le lustró las botas y ahora sos el fino pica boletos!”
Juan miraba asombrado a su compañero, pero por dentro no podía soportar los insultos de su compañero.
“¿Y qué carajo piensas decir de esto?” – le siguió profiriendo el mecánico.
Juan lo miraba en silencio.
“Ahora te comieron la lengua los ratones”
“Ningún ratón me la comió Díaz” – contestó Juan.
“Pero no te perdonaré jamás que hayas mandado a rajar a mi primo hijo de puta”
“Fui sincero y no me pienso retractar. Si lo tuyo es la suciedad, no me interesa y apártate” – Juan da dos pasos y con la mano izquierda hace a un paso a Díaz.
Desde la casilla de los cambistas, Emiliano llama a Juan “Juan, vení a tomar unos mates”.
Sube las escaleras y se sienta a compartir unos buenos mates “Emil…” – dice Juan.
“Disculpa Juan – le da el mate a su compañero – sin pecar de chusma, pero desde la ventana he oído la reñida que has tenido con Díaz”.
“¿Te vas a calentar en eso?”
“No, pero me sorprende que te hagan drama por una pavada sin sentido”
“En mi pasado de mecánico cuando llegué a supervisor de taller, solicité el despido del primo de Díaz por asalto a mano armada”
“Flor de muchacho”
“Si claro, yo delincuentes no me interesa tener y si este está, no sé, pero fuera yo el jefe de la línea, ya lo hubiera puesto de patitas en la calle, es tan delincuente como el primo. Un buen pillo, después tengo que oír a los pasajeros chillando porque le faltan cosas. Hace unos años casi, casi lo rajan pero lo salvó el sindicato”
“Que mugre” – se atoró con el mate. Tose. Juan le golpea la espalda.
“Cambiando de tema… ¿qué es de tu vida?”
“Lo mismo de siempre. Con la diferencia que terminé con
“A mí mi ex se me llevó los chicos a Enrique Carbó, casi más pierden el Gran Capitán después de tener el orto por 11 horas en Lacroze y cuando salió……..”
“Olvidaron algún…”
“Algún pelotudo de los que no faltan al clásico. No sé si lo habrá alcanzado al tren en Zárate”
“Fantástico…”
“El regreso mejor: un día y medio esperándolo más no sé cuántas más con el orto arriba, así que……………….”
Los dos se ríen. Intempestivamente entra Díaz. Emiliano y Juan se sobresaltan.
“¡Díaz! ¿Pasa algo?” – pregunta Emiliano.
“¿Qué hace este asno aquí?” – pregunta Díaz señalando a Karpik.
“Lo mismo que tú” – contesta Emiliano antes.
Díaz toma de la camisa a Emiliano “Qué putísima costumbre la tuya la de contestar sin que yo te lo haya preguntado pelotudo de mierda tan puto como todos los demás”.
“Te olvidas que tienes una bonita chica delincuente de mierda”
Juan mira. Al final llama por teléfono a la oficina “Por favor, necesito ayuda…”. De atrás, recibe un golpe que lo desmaya.
Semanas después, Díaz deambula con una muchacha. A Juan le llama la atención el hecho de una ver una mujer de buen aspecto con su compañero. Pero no irá más allá. Será ella la que irá más allá.
Así como Díaz se mostraba sumamente violento con sus compañeros, lo hizo con su chica.
“Qué puta costumbre la tuya de interceder en cosas que no te competen” – le gritaba Díaz delante de los demás sin ninguna clase de tapujos.
Estaba Juan. Oyó lo que le gritó Díaz. Pero no esperó a nada que se levantó rápido como un rayo, lo tomó de la camisa, lo llevó contra la pared, le dio un par de trompadas. Volvió a tomarlo de la camisa y al final le dio la cabeza contra una canilla que goteaba en una pileta. Y un golpe le dio en la cara, eso le aflojó tres dientes.
“¡Vos no vas a tratar así a tu novia hijo de re mil puta!” – le dijo entre dientes Juan. Lo dejó caer.
Esa noche, llamaron de la estación a la policía y debió comparecer ante el comisario.
“¡La próxima usted va a pasar veinte días parado de cabeza, a lo gallo!” – le dijo el comisario.
Pero Díaz terminó en el hospital.
Varios días después, la novia de Díaz se atrevería a hablar ante Juan “¿Él siempre tiene esas reacciones nerviosas?”
“¿Reacciones nerviosas? No, es un tipo violento de por sí. No es la primera vez que grita, bah, grita a todo el mundo” – habla Juan como si nada.
“No sé, pero no sé cómo decir pero tengo miedo…”
“¿A Díaz?...” – Juan no da mucha importancia.
“Lo digo en serio”
“Yo aprendí a ignorarlo. Otra no te queda. Pero te va a arruinar tu vida, yo sé, hazme caso”
Justo entra Díaz “¿Qué carajo tienes que andar charlataneando? ¿eh? Qué carajo hablabas!” – le gritó a su novia – “¡Contestá Natalia!”
La tomó de los brazos y la llevó violentamente contra la pared “¿Cuándo mierda piensas contestar puta barata!”
Juan se levantó por su lado, fue hasta una mesa, tomó una jarra de acero y una botella de ácido muriático, la vertió en la jarra y con ella en la mano, se da vuelta hacia Díaz “Si no sueltas a Natalia, derramo ácido muriático encima de ti y eso va a ser más corrosivo aún”. Díaz soltó a Natalia.
“Contigo tengo que dirimir algunas cosas. Ya vengo” – contestó Díaz y se fue.
Natalia estaba acongojada. Asustada. Nerviosa. “Ven que ahora Díaz no está” – le dice Juan.
“Quiero rajar… me siento en una cárcel”
“No te preocupes, tendrá aún más motivos para acumular odio” – le dijo Juan, la llevo hacia una pared y apretó con ella. Regresa Díaz.
“¿Qué haces levantándote a mi novia?” – le gritó Díaz.
“En definitivas, es lo que te mereces” – contestó suelto Juan.
Durante varias semanas, Juan y Natalia anduvieron juntos. Iban y venían. Díaz hacía rato que estaba sospechando que su novia se había ido con Juan. Y los dos fueron muy lejos “¿Vamos al hotel?” – le dijo Juan.
“Vamos” – le contestó Natalia y se dieron un beso.
En la habitación aprovecharon para darse besos. Para quitarse los atuendos. Tirarse en la cama. Y seguir apretando.
Pero todo se va a precipitar apenas unos días después: Juan ve que Natalia había vuelto con Díaz. No va a perdonar una traición de esa suerte.
“Ahora vas a comprobar que tan trepador puedo ser contigo” – se dijo Juan asimismo.
Una noche, Juan invitó a Natalia a cenar en su casa. La cena trascurrió normalmente.
Después de la sobremesa, se fueron a la cama. Él demoró un poco más. Abre el cajón de la mesada y saca un frasco de veneno, con la ayuda de un goterito, lo introduce en el contenido que está en la botella. Vuelve a guardarlo en la heladera. Y regresa a la habitación “Estoy contigo cariño” – le dice Juan y los dos se dan un beso.
Durante un rato se miman “Tengo algo para ti” – le dice Juan.
“¿Qué es?”
“Espera” – le dice Juan y sale caminando rumbo a la heladera, saca la botella de vino y sirve una copa. Se la trae hasta la habitación “Esta copa para celebrar nuestro amor” – le dice Juan y se la entrega a Natalia.
Natalia se toma la copa de vino sin saber que adentro del vino estaba disuelto el mortífero veneno. Se la da a Juan.
Se acarician unos segundos y por un espacio largo de tiempo, los dos mantienen una relación sexual. Ella después queda dura e inmóvil. Juan acerca su rostro para comprobar que esté muerta de veras.
“Lamentable pero ninguna mina me viene a joder de esta suerte” – dijo Juan sarcásticamente.
Al día siguiente, Juan va a la estación. En la casilla estaba Díaz y era todo un milagro que no estuviera alterado.
Juan se dirigió a la mesa donde estaba la jarra y la botella de ácido muriático. Cargó la jarra y se acercó hasta Díaz.
“¿Algo que no hubiera podido ser salvado en pleno viaje Díaz?” – preguntó Juan.
Díaz levantó la cabeza, giró la silla y Juan le volcó todo el ácido muriático contenido en la jarra. Díaz notó inmediatamente los efectos del ácido, se llevó las manos a la cara, gritó “¡Me estoy quemando! ¡Auxilio que me quema!”.
Mientras, el ácido muriático le iba carcomiendo la piel. Juan se apartó dejando que Díaz se revolcara en el suelo de dolor y ardor, en tanto que su cara estaba totalmente desfigurada “Te merecías esto por ser tan hijo de puta conmigo” – le dijo Juan.
A pesar del pedido desesperado de auxilio de Díaz, murió dos días después en el hospital. Juan purga una pena de 25 años por doble homicidio.
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Etiquetas: 2009: Café Ferroviario II
Café Ferroviario II: Sergio y la novia invisible II
Observaciones: Cuento de locura
Es de noche. En el hospital neuropsiquiátrico todos duermen. Los locos como dirían los comunes transeúntes. No molestan ni fastidian, punto. ¿Todos? No. Sergio no se ha dormido y mira las tinieblas. Ese olor típico a hospital y la convivencia con ese tipo de personas lo ha puesto extremadamente hosco. Antipático. Y por ahí, agresivo.
Está atado a la cama. Porque los médicos dicen que tiene sus facultades mentales alteradas. En la cama de al lado, descubre que su compañero también proviene de la camada rielera.
“¿Quieres que te desate?”
“Mira, si vas a hacerlo, hazlo, de lo contrario, tómatelas” – contestó enojado Sergio.
“Si vas a enojarte, te diré los que somos de tu camada podemos volverte en tu contra”
“¡Dale, desátame jetón!” – exclamó nuevamente con enojo Sergio.
“Primero he de recordarte que soy el jefe de la formación”
“¿Formación? De chitrulos será”
“No lo que usted cree. Sé muy bien que usted estuvo tanto como un suspiro. En la línea Roca, para más evidencias”
“¿Y cómo sabes tanto de mí?”
“Verás, entre gitanos no nos vamos a adivinar la suerte. Sé que eras conductor de la local…”
“¿Y tú que hacías entonces?”
“Estaba en la sección larga distancia. Te está hablando el Inspector Karpik”
“¿El… del Marplatense?”
“Por supuesto. El mismo que la empresa acusó de tener conversaciones con locomotoras”
“¿Y cómo hacías para conversar con ellas?”
“Astucia”
“Te lo tienes bien guardado en la chequera”
“No tanto… es que cuando había un problemita, me quitaba este bonito uniforme por una ropa de grafa para engrasar. Y ellas desfilaban como modelitos para la revisación médica”
Miró perplejo “¿Y tú viste fantasmas y vampiros en un viaje a Mar del Plata?”
“Fue un expreso fantasma… ¿Y por qué estás aquí?”
“Porque veía novias a miles por todas las estaciones. En los papeles de servicio las tenía a todas anotadas y cada vez que pasaba con los trenes, las veía. Eran chicas, divinas, maravillosas. Pasa que me había ganado la soledad y a esa altura que me dijeran sí te amo era todo un tesoro… no pude resistirme”
“Entiendo ¿y cómo sigue la historia?”
“Ellos dicen que en las estaciones veían tumultos de gentes pero yo las veía, algunas eran más osadas que otras pero bueno, con todas no se llegó a buen puerto. Ahora… lo curioso en esto es que de la noche a la mañana, todas las ví que se las tragaba una GT-22 camino a
“¿Esa que viene ahí?” – pregunta Karpik mientras ve venir a una señorita vestida de bordó.
“No sé…” – titubeó Sergio.
Karpik se retiró. La señorita vestida de bordó se acercó a la cama donde estaba Sergio atado.
“Por favor, quítame estos amarres que deseo ir al fondo a la derecha” – solicitó.
“Pues he venido por ti” – le dijo la señorita vestida de bordó. Y desató a Sergio. Lo acompaño hasta la puerta del baño y le entregó una muda de ropa. Minutos después, lucía la vestimenta de ferroviario de
“¿Por qué me has traído esta ropa? ¿acaso ya podré regresar a lo que era?” – preguntó.
“Nada de eso – se quitó el rodete dejando la larga cabellera suelta sobre su rostro – A mí me encontraste en San Justo, yo fui tu dulce y hermosa compañía en un tren y medio”.
“Dime que eres
Entre las tinieblas, se fueron en un coche hasta San Justo. En la estación, no había nadie. Salvo que un tren estaba estacionado.
“¿Qué habrá pasado para que este tren esté aquí y no en cochera?”
“Yo lo robé para seguir esta carrera contigo” - le contestó su novia y le clavó un beso.
“Sé mi cómplice, por favor amor” – le suplicó Sergio y subieron a la locomotora.
Puso la máquina en marcha y una vez que estuvieron en la cabina, Eugenia le dijo “Me encomiendo a tus noblísimas manos de conductor”
La miró fija a los ojos “Desde hace años, puedo decir que te quiero”. Y apretaron con todo.
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Café Ferroviario II: Un regalo de Reyes para Elisabetta
Dicen sus hermanas mayores, que cuando Doris supo de este regalo anticipado de Reyes y atrasado de Navidad, intentó quitarle las baterías a Elisabetta.
Pero ella hizo oídos sordos a las envidias de Doris. Ni le prestó atención. Dos días antes del viaje de Año Nuevo, ejecutó algo que nunca jamás lo hubiera imaginado: le pinchó el tanque de combustible.
Un maquinista, apodado como “El Hasi”, haciendo maniobras de traslado, es el que advierte el problema mientras se desplazaba rumbo a Escalada. El olor a combustible en el camino fue la evidencia.
“Hay tufo a combustible linda” – le comentó El Hasi a Elisabetta.
“De veras…”
“¿No notas que tienes algo pinchado?”
Recordó que mientras dormía en Gerli, alguien hacía un pinchazo.
“Hasi, desde que me comunicaron mi regalo de Reyes, mi melliza Doris tengo la impresión de que está muy celosa de mí”.
“¿Regalo de Reyes? Mmmm…”
“Es que tengo una amiga con la cuál tenemos buenos recuerdos de momentos vividos… me enseñó a darle sentido a los fierros”
El Hasi entendía a medias.
“Si tu lo dices linda…”
El día del viaje se sacudió toda la tierra que tenía acumulada encima de hacía semanas. Tenía tanta que dejó dos montañas a sus costados.
“Sí que tenías de sobra Elisabetta” – le dijo Miramar.
“Viste corazón, es así” – contestó Elisabetta.
A la distancia gritó Doris “¡Tienes tanta roña como la asquerosa Marchi!”
Miramar y Elisabetta se miraron. Ellas jamás le dirían Marchi a ninguna que tuviera un 9075 seguido de un apóstrofe. Lo sabían por Chas… Chascomús.
Con su densa humareda pasó Madariaga.
“¿Quieres hacer un favor? – le pidió Elisabetta – Asfixia a Doris a ver si se le cae la jeta de asco”.
“Es indomable” – dijo Madariaga y volvió a fumar como ella sola.
Llegó la hora indicada y ambas se encontraron. Se dice que una palmeó a la otra y la otra emitió un bocinazo que resonó en toda la estación. Por un momento pensó que volvería al mismo lugar de hace tantos años, pero le dirá que llegaría hasta el final del viaje.
El viaje en sí tuvo una característica muy distinta. Pudo ser uno más de los mismos hasta cierto punto pero cuando llegó a destino final, supo que su amiga de grandes momentos, iría al límite en donde los trenes corren y en el más allá, rieles pulidos que más de uno confunde las luces de los vehículos que andan por la calle con trenes de Ferroexpreso Pampeano provenientes desde Guaminí.
“FEPSA no hace bajar trenes a Daireaux vía Guaminí, hay algunos problemitas” – contará Elisabetta. El límite de eso es un paso a nivel. Nada, casi nada.
Pero como llegó, debió volver. ¿A dónde? Allá, a Bolívar. Dicen las malas lenguas que para evitar sabotajes “El intendente está en el medio…”.
Aunque algunos se empecinen en sostener que no se justifica tener más frecuencias de trenes a Daireaux, la escena que domingo tras domingo se repite es la misma: el paso del tren es el punto de reunión de pasajeros con ansias de viajar, a donde sea, la conclusión en todo esto es la siguiente: negocios de pocos a expensas de una mayoría.
Elisabetta siempre mira al cielo y suplica “Que hoy no sea el último tren…!”.
Al menos, El Hasi la tranquilizó diciendo “Por ahora, esta guerra la están ganando los trenes”.
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Feria de turismo y vacaciones
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Hielo en la capital y en el mar
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lunes, 12 de enero de 2009
Heladas
Jan
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viernes, 9 de enero de 2009
Sobre hielo
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