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sábado, 13 de septiembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Conversaciones de acero

Nota: Es un cuento de terror. Están avisados


Érase la tarde del jueves cuando a las oficinas de Plaza Constitución ingresó un memo donde detallaba el resumen de la junta médica donde declaraba al inspector Karpik no apto para las funciones. ¿Causa? Partiendo desde el principio, Karpik sostiene que está cuerdo, y jurará hasta las últimas consecuencias estarlo más que eso, sino cuerdísimo. Pero cuando en más de una ocasión se lo ha visto en ciertas ocasiones, más precisamente, en los talleres conversando con las locomotoras, la cosa si que no marcharía sobre rieles. Pero Karpik seguirá sosteniendo a brazo partido que no está loco. Que está bien. Que está apto para las funciones a las cuales se lo ha designado. Dirá que los médicos no entienden nada, que no entienden el lenguaje de acero.

Y una vez más, lo citarían a una mesa redonda. Karpik sería una suerte de acusado. Por un lado, los médicos y psiquiatras le pondrían las pruebas delante de sus narices. Por el otro, los superiores. En ese momento, por la mente del inspector se le cruzó la música de Alejandro Lerner. Hasta que le harían un fuerte llamado de atención por distracción.

Sin vueltas de ninguna especie, fueron a las pruebas. Y en el audio saltaba la voz del inspector conversando con una locomotora mientras le hacía una verificación técnica.

“¿Aciertas a saber qué me ha sucedido en pleno viaje?”

“Ahorita lo sabremos” – le contestó el inspector mientras el primer lugar donde metió mano fueron los motores.

“Me parece que el problema va más allá de los motores”

“Acá en esto todo es importante. El que revise los vehículos sin ninguna clase de responsabilidad es un negligente”

“¿Crees en la negligencia de los mecánicos?”

“Todo es posible muñeca” – y en ese instante encuentra la falla técnica: problemas en las baterías – “El problema que tienes está en las baterías”

Y su chica de acero respiró aliviada. Pero tranquila de contar de contar con una de las mejores lupas.

Los psiquiatras dirían nuevamente que el inspector Karpik no está cuerdo. Y recurrieron a otra prueba para refutarle las locuras.

“He visto una escena muy triste”

“¿Cuál?” – preguntaría el inspector mientras hacía la clásica verificación técnica.

“Las chicas del Bolívar lloraban lágrimas de sangre”

“Ese ramal siempre emana lágrimas de sangre”

“Ni siquiera por respeto a los muertos”

“Porque a esta altura de las circunstancias, los que pueden buscan sacar tajada para seguir prendidos, sea como sea”

Y cortaron el audio. Los psiquiatras hacían todo lo posible para demostrar que Karpik estaba loco. Hasta que lo consiguieron.

Si los psiquiatras habían puesto en legajo del inspector Karpik que padecía una cierta locura, delirios paranoicos, la tristeza de ese hombre se tradujo en carne y hueso al servicio de sus niñas de acero, y en el fantasma de terror para los compañeros y viajeros.

“Se lo tienen merecidísimo” – le dijo Bragado.

“No es bueno asustar a los viajeros”

“Sí que es bueno. Por culpa de los psiquiatras que te sacaron de funciones”

“Por eso mismo, mis compañeros y viajeros no tienen la culpa”

“Pero eso es lo que consiguieron los psiquiatras” – justifica Bragado.

Los pasajeros nunca lograban comprender cómo aquel inspector le arrancaba las conversaciones a las locomotoras. Más de uno denunciaba que era un loco. Que conversaba con vehículos que no tienen vida. No faltó aquel que quiso acercarse para tocarlo y se le desapareció delante de su vista. Y entonces Bahía, con toda la calma del mundo, le contestó “Por la culpa de ustedes, y de la mitad más uno de sus compañeros, han logrado que el inspector sea un fantasma de terror con el cual deban convivir en todos los viajes a Mar del Plata”. La cara del pasajero se transfiguró en una de terror.

“Cada día luces mejor” – le diría a Maribel mientras hacía unos ajustes en el tanque.

“Eres uno de los pocos que saben apreciar el alma y el espíritu americano”

“Pero a tu melliza hay que darle unos retoques de pintura y… una buena revisión técnica. ¿Sabes que fue de ella?”

“Lo ignoro. Pero supongo que la deben haber llevado a algún taller para ver si no se pudre definitivamente”

Un mecánico oirá la conversación a su paso por el andén 6. Indaga.

“¿Es usted chiflado? Si quiere le consigo un lugar en Open Door” – le diría despectivamente el mecánico.

“No lo requiero amigo” – se defiende Karpik.

“¿Y qué hace entonces conversando con esa locomotora?”

“Estoy haciendo arreglos, no más”

Hasta que Maribel interviene “Y si conversa conmigo ¿qué? Hablamos el mismo idioma. Ahora vé y dile al jefecito que el biólogo está loco”

Karpik solo se limitó a mirar.

Para rematarla, esperaría nuevamente un viaje de miedo y susto para viajeros y compañeros de trabajo.

Al inicio, todo empezaba muy normal.

“Pasajes… pasajes… pasajes” – anunciaba repetitivamente el guarda del 351.

Sin que nadie supiera como, apareció el inspector por detrás del guarda y le picó el boleto. Para cuando el guarda tocó el boleto, el mismo se transformó en una llave cuadrada.

“¿Qué pasa aquí?” – pregunta el guarda con llave en mano.

Como un eco, resonaría la voz del inspector “¿No te dijo acaso Pinamar que este viaje podía ser más tenebroso que lo normal? Si no has prestado atención, ella misma te lo anunció, pero como dijo ella, has osado pasar por encima de mis funciones y gracias a ti, muchos están creídos de que estoy loco desde el momento que varios de los tuyos me vieron conversando con las locomotoras. Permiso” y con su dedo volvió a convertir esa llave en un boleto.

El inspector Karpik cuando traspasó la puerta del salón se desapareció. Para luego volver a aparecer en la cabina y hacer desaparecer a los maquinistas de carne y hueso.

Hasta la fecha, el inspector Karpik sigue declarado no apto para las funciones. Y las locomotoras serán las cómplices número 1 de estas conversaciones de acero, a cambio de una revisión técnica y una buena charla de café.

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