“Mirá al perejil que trepa a la locomotora” – comenta Demián.
“¿El gordito?” – pregunta Saúl.
“Obvio. El boludo aquel… ese hijo de puta” – responde Demián.
“¿Ah?”
“Nos va a reventar a todos”
“Se precisa ser guacho”
“¿Guacho? Hijo de puta rematado”
“Y pensar que… tenía pinta de ser otra cosa”
“¿De qué te ibas a imaginar?” – pregunta Demián.
“No sé… de bueno”
“¿Bueno o buenudo?”
“De pelotudo”
“Esa encaja más… bueno, ojo que los pelotudos pueden acabar serruchando el piso por donde menos imaginas”.
Esos fueron los comentarios entre Demián y Saúl desde el andén, en Retiro San Martín. Estaban dirigidos hacia un compañero en particular: Darío Plá.
“Plá es peor. Dijo que nosotros habíamos sido unos buchones en decir que el delegado Méndez se había afanado los inventarios” – comenta Saúl por lo bajo con Demián.
“¿Me querés explicar qué haría Méndez con los inventarios? Los usaría de papel higiénico” – contesta Demián.
“Nos manda al muere este…”
Darío Plá tiene la conciencia limpia. Porque sabe que él no actúa en mala fe, sino que hace lo correcto. No se tomó ni dos segundos de su vida en pensar que hablar puede arrancarle el tesoro más precioso. Su temperamento se lo indicó por una cuestión de ética y moral. De amor y pasión por su trabajo.
Ignora que estos son sus últimos viajes a Junín. Él no sabe. Ni lo imagina. Cree que puede llegar a caerle un despido de la empresa. Pero sabe mucho más que los delegados en Retiro. Sabe que se están robando los repuestos que deben mandar a Junín para reparar las locomotoras. Los vagones. Sabe que los venden a precios irrisorios. Y le duele.
“Pienso que hoy va a ser un gran día” – comenta Darío mientras en su cara pegan los rayos del sol amaneciendo.
“Sí Darío… ¿qué hiciste ayer?” – pregunta su socio, Felipe.
“Lo mismo de siempre Feli… bah, cambié el programa por uno más interesante”
“¡Que bueno! Por lo menos dejaste de andar en esas idiotas investigaciones de papeles y toda esa mierda”
“¿Y qué hay? A mí me gusta y soy feliz”
“Bue… ¿Y qué hiciste?”
“Después de comer, salí a dar una vuelta por Junín y finalicé en el sector rojo”
“¡Vamos!”
“Y bueno… ya sabes, no te diré como acabó el día”
“Sí, porque se te fue la guita”
“Al margen”
“Perdona que sea chusma… se puede decir el nombre de la chica”
“Claro. Decía llamarse Clara”
“¿Cómo era?”
“Flaca, morochita, buen busto, cabello lacio, maquillada y una vestimenta a tono”
En realidad, Darío le estaba mintiendo a Felipe: no había estado con ninguna chica, es más, con su Fiat 600 se fue a los talleres y allí encontró el origen al interrogante: ¿qué había sucedido con un par de compañeros que hace días andan desaparecidos?
Como si fuese un forense experto, se tomó el trabajo de revolver en todo el predio y analizar al detalle todo lo que hallaba a su paso. Pero al llegar a la mesa giratoria que utiliza ALL para invertir sus locomotoras, quedó atónito: oculto, en la parte de abajo, con signos de violencia había un cadáver. Estaba en estado de descomposición. Aún conservaba su ropa de guarda. Eso le permitió saber que a Wilson hacía tiempo lo habían asesinado. Brutalmente. Delataba signos de haber sido maltratado antes de morir.
Salió de la mesa y adentro de una locomotora abandonada encontró el otro cadáver: tenía un avanzado estado de descomposición. Tenía sus miembros separados del tronco principal. Presentaba signos de maltrato físico. Conservaba la cédula de identidad encima, eso le permitió saber que era Mateo Martos. ¿Por qué se ensañarían de semejante forma?
A su regreso a su casa, se sentó en la mesa y ató hilos. Wilson y Mateo supieron del negocio sucio: el desguace de cientos de toneladas de vagones, la venta de toda esa chatarra y los pesos que se llevarían. En Retiro halló de puño y letra una denuncia de pedido de despido para los delegados. Y estaban traicionando a sus compañeros: en su momento pregonaron la defensa laboral, estaban permitiendo los despidos fuera como fuera.
Felipe creyó a medias la mentira de Darío: sabía perfectamente que no había estado con ninguna mujer, lo había visto en el coche. Lo que no vió fue qué rumbo tenía.
“Pero… yo te ví a media tarde con tu coche” – dice Felipe.
“¿Y por qué iría de pasarme toda la tarde con ella?” – le da la respuesta de gracia Darío. Así justificó su paseo en el coche.
Aún así, con sus días contados, tuvo ánimo de acercarse a una mujer: Belén Martí. Sacaría a relucir su costado pasional, aquel que hubiera dejado tapado durante años mientras estaba metido de cabeza investigando los negociados sucios. Estaba harto de la corrupción. Del chantaje. Hacía rato que sospechaba que los compañeros mismos podían llegar a jugarle una trampa. Y que el sindicato contribuiría a hacerle una zancadilla.
El agente de seguridad de ALL hará el remate.
“Méndez”
“Sí Indarte… usted dirá”
“Mire que el domingo anduvo Plá”
“¿Plá? Que mierda fue a hacer al taller”
“Mi compañero quedó en la garita y lo seguí para ver qué hacía. Anduvo revolviendo todo y encontró un par de cadáveres”
“La puta madre… acá sí que se viene la noche”
Después de eso, Méndez se dio cuenta que se venía la noche: Plá iría a algún juzgado penal y radicaría la denuncia. Y tiene mucho para hablar. No perdió dos minutos y llamó a Demián.
“Demián… soy Méndez”
“¿Qué tal?”
“Dejá esa pregunta para otro momento… hay otra cosa más urgente”
“¿Qué pasó entonces…?”
“Plá encontró los cadáveres en los talleres, no sé quien pudo haber cometido esa barbaridad, pero al margen, hay que marcarlo porque este nos hace un buraco del tamaño del techo de una casa”
“Pero boludo, vamos a hacerla más cortita: para ganarle de mano, antes de que llegue a las oficinas de Retiro, a Plá hay que sacarlo de la vía”
“¿¡Qué!?”
“Sí pelotudo, lo que te dije: a Plá hay que hacerlo cagar fuego muy elegantemente, que nadie piense que se lo mandó a matar”
Colgó el teléfono. Quedó pensativo.
El tiempo pasó muy rápido, como un suspiro: muy poco fue el tiempo que tuvo para disfrutar de Belén. Ni siquiera de tener un noviazgo. Porque la fugacidad del tiempo ayudó a la pronta llegada de un hijito.
“Manitos…” – dijo Belén.
“Las manos tocan de todo, hasta lo que menos imaginas” – contesta Darío.
La noche previa al viaje a Junín, en el escritorio de la oficina de Retiro, tomó un papel y empezó a escribir unas líneas. Las dirigía hacia su novia, Belén.
Al día siguiente, apareció Méndez por allí.
“¿Cómo le va Plá?” – preguntó Méndez.
“Ahí Méndez. ¿Usted?” – contestó con una pregunta Darío.
“Bien. Todo en orden, aunque los líos están a la orden del día”
“Si usted lo dice” – le contesta Darío mientras sigue leyendo un libro.
“¿Pero algo al respecto?” – pregunta intentando arrancarle algo a Darío.
Darío no contesta.
“Me preocupa la larga desaparición de los dos compañeros… pobres, ¿qué habrá pasado?” – pregunta irónicamente Méndez.
Darío le va a contestar con otra ironía “Interrogue a su conciencia amigo”.
“Mi conciencia la tengo limpia, fueron malditos si alguien los secuestró”
“Yo no pensaría lo mismo, pero bueno, yo confío a pleno Méndez…”
Darío nunca confió nada a Méndez ni nunca le creyó ni cuando saludaba, porque desde el momento que pronunciaba las palabras, eran mentiras seguras. Siguió leyendo el libro.
Félix le creyó a Méndez cuando difamaba a su compañero Plá delante de todos. Ese día, se sentó a conversar con él.
“Darío… quisiera saber algo”
“¿Qué hay que te falte saber Félix?”
“En serio. Me hago cruces de los motivos por los cuales Plá siempre habla mal de ti delante de todos sin ninguna clase de escrúpulos”.
“¿Y qué dijo ahora?”
“Que tú acusaste a Méndez de que robó los inventarios”.
“Pues pienso contarte la recusación de Méndez. Eso sí, desde ya te digo que si quisiera, le hago un agujero más grande que uno negro”
“Te escucho”
“Tal vez te preguntes la historia del inventario. Esa es mentira. La verdad empieza cuando Wilson Hernández y Mateo Martos supieron que de los talleres Junín estaban mandando a la venta los repuestos destinados a la reparación de vehículos de esta empresa. Los venden a privados y se reparten la plata, pero previamente tuvieron que permitir el despido de muchos mecánicos, como fuera, sin importar los motivos. Y cuando se les hace el pedido de interceder ante la empresa por esos motivos, por delante decían que iban a hacer todo lo posible cuando en realidad lo que hacían ellos era cajonear todos los pedidos. No daban curso a ninguno, porque no les conviene a ellos que otros vean los negocios sucios. Y lo peor de todo es que todos los votamos, no se mostraban así. Pero no te hagas ninguna clase de drama Félix, que no me tiembla el pulso de hacerlos ir a pasar unos cuantos años en la gallola y que paguen todo el mal que están haciendo”
“¿Y qué pasó con Wilson y Mateo que hace rato no se los ve?”
“Los hicieron cagar fuego. Los cadáveres están tal cual los encontré en los talleres, allá en Junín. Estoy a un paso de pedir que vengan los forenses, eso sí, estate atenti que a Méndez, Demián y compañía se les pudre el rancho”
“Dios te oiga…”
“Si llego a tiempo de contar el cuento…”
A media mañana, fue a la cocina a calentar el agua y hacerse un café con leche. Cuando tuvo la taza de café servida, sonó el teléfono. Era Belén. En esos minutos que estuvo atento al teléfono oyendo la noticia de la llegada de un hijo, fue el tiempo que tuvo Saúl para ponerle unas gotas de un mortífero veneno en el café.
Cuando regresó del teléfono, se tomó el café y salió para hacer la maniobra. Pero en pleno hall central empezó a tener fuertes convulsiones. Eran los efectos del veneno ingerido. Se armó un revuelo tal que llamaron a la ambulancia, pero su tardanza fue suficiente para acabar con su vida. Cuando la policía hizo la autopsia al cadáver, descubrieron que había ingerido veneno.
Esa tarde, le tiraron una carta, de puño y letra, anónima, a Belén Martí. La felicidad por el hijito se convertiría en tristeza. Cuando abrió el papel, leyó lo siguiente:
“Su novio se durmió para el resto de su existencia”.
Hasta la fecha, nadie ha hecho nada para esclarecer los asesinatos.
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