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sábado, 13 de septiembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: El expreso fantasma

Nota: Es un cuento de terror. Están avisados


Aquel frío lunes de agosto era como una noche cualquiera. Muy normal para el inspector Karpik cuando a las 23.46 dio la orden al maquinista de partir con el tren rumbo a Mar del Plata. Aquella partida se demoró más de lo normal cuando al cerrar la puerta del vagón pullman, ese suave cerrar sonó a un fuerte portazo, resonando varias veces en un eco. Pensó que solo sería un portazo y punto.

Para cuando se dio vuelta y seguir camino al sector del salón, a sus espaldas el tubo del lavatorio se cayó. Volvió a darse vuelta y vió el tubo hecho añicos. Miró al techo y vió cables sueltos. Cuestión de reparar la luz y punto, fue el pensamiento, pero luego pensará en quién podría haber metido mano para dejar algún tornillo suelto…

Al llegar a la puerta, giró el picaporte y la misma no se abrió. Lidiaría con ella durante un largo rato, hasta que en el vidrio vería una mano colgada… toda ensangrentada. Gritó hasta donde pudo, pero su grito fue silenciado por una mano que le tapó su boca. Con sus manos intentará quitarse aquella mano que le hacía presión sobre su boca, para evitar que se escuche ese grito. Automáticamente empezó a moverse deliberadamente con todo su cuerpo, así podía conseguir quitarse de encima aquel fantasma que le aullaba en los oídos.

Sin quererlo, se deshizo del fantasma pero su corazón latía a un ritmo galopante. Nunca jamás en su vida de inspector pensó que haría de un viaje a la perla atlántica uno de terror. Miedo. El calificativo que encajaba.

Su mente se transformó en una cruz, pues no sabía qué le podía seguir escondiendo el viaje.

Dejó el vagón pullman y puso sus pies en el clase primera. Ver a los pasajeros durmiendo fue una postal demasiado inocente. Que el vagón estaba apenas iluminado, no sonaba a sorpresa. Pero despertar a uno de esos pasajeros dormidos fue la peor pesadilla porque el boleto que le entregó para picar, automáticamente se convirtió en un vampiro que buscaba chupar sangre. Perdió la picadora mientras que con sus manos se espantaba el vampiro. Pero ese vampiro se multiplicaría en 72 cuando todos esos inocentes pasajeros le ofrecían sus boletos para que se los picara. No pensaba en picar ni nada, pues cuanto boleto tocaba accidentalmente eran vampiros que se venían encima. Hasta que el vampiro 54 se le posaría en el cuello, en especial donde se encuentra la yugular y empezó a succionarle sangre. El inspector Karpik se dio cuenta y más desesperó. Se sacudió hasta terminar en el piso. Pero al final los vampiros lo pudieron más y se le posaron en cuanta parte al expuesto tenía.

Desahuciado, sin fuerzas, llegó hasta el lavatorio. Empezó a llorar. A odiar. A maldecir el viaje. Insultar. Gritar muy, muy fuerte. Hasta quedar afónico.

Juntó fuerzas de donde no tenía y llegó hasta el tercer y último coche: el turista. Se preguntó asimismo si le sería más leve su paso.

Se metió en ese oscuro coche y mala fue su idea de encender la linterna. Alumbró en los asientos y de ellos salieron fantasmas a miles. Lo rodearon. El inspector gritó y retrocedió hasta quedar contra la puerta pero una mano empezó a acariciarlo por todo el cuerpo. Se le coló por debajo de los pantalones y empezó a patalear, saltar, trotar en el lugar. Y los fantasmas se turnaban para aullarle. Hasta que uno de ellos le dio a beber un generoso vaso con bebida. A la simple vista se percibía que era licor. Karpik se negó, pero el fantasma le oprimió las vías respiratorias y él abrió la boca. Junto a ello gritó y allí le mandó el brebaje. Una vez que había ingresado a su boca, se daría cuenta que estaba bebiendo su propia sangre. Entonces sí que nuevamente quiso darse por vencido. Quería llorar y no le salió. Se rindió. Se dio cuenta que este era un viaje infernal. De terror.

Logró correr atravesando el tren hasta el último lavatorio. Se topó con la puerta que comunica con la locomotora. De su bolsillo sacó una llave cuadrada, que al meterla en la cerradura, quedó trabada. Con sus fuerzas quiso girarla pero en su nuca se dio cuenta que le soplaba un aliento. Se dio vuelta y tenía encima al fantasma. Nuevamente, y rápido como un relámpago volvió a darse vuelta para seguir forcejeando con la llave, en tanto que el fantasma seguiría molestándolo. Y lo sería así hasta que tiró una trompada al aire. Se lastimó los dedos de la mano izquierda.

Al final consiguió abrir la puerta. La cerró tan rápido como pudo. Corrió por el bastidor de la locomotora hasta la cabina pensando que ahí podría encontrar un instante de tranquilidad. De seguridad. De calma. Pensamiento erróneo.

Cuando abre la puerta de la cabina y ve al maquinista, piensa en buscar cobijo ahí. En contar su tétrica experiencia. Porque la luz de la luna hace reflejo en el marco metálico de los anteojos. Se acerca para gemir con hilo finito de voz las letras que componen el nombre Manuel y se lleva la desagradable sorpresa de que el maquinista es otro fantasma. Deja el asiento del conductor para arrinconarlo. Karpik estaba harto. Quería matarse. Esquivó el fantasma y corrió a abrir la puerta de la cabina delantera. Salió. Se paró en el borde del bastidor mientras el tren corría. El fantasma le puso ambas manos en los hombros. Era evidente que quería tirarlo a las vías. Y de veras, lo sujetaba bien fuerte.

El inspector Karpik se tomó lo más fuerte que pudo del pasamanos y se tiró para atrás. Dio contra el capot corto. Se incorporó, corriendo se metió en la cabina y se encerró. Apoyó su cuerpo pesadamente contra la pared, se deslizó suavemente hacia el suelo y empezó a llorar. Y lo hacía incontroladamente. No podía más. Por ahí alzó la mirada y vió que el tren no tenía maquinista.

Oyó unos ruidos estruendosos. A cadenas. Corrió a ver y vió que los fantasmas estaban desacoplando los vagones. Volvió a la cabina a buscar una barreta y al regresar, en ese corto lapso, estaban a un paso de desacoplar los vagones de la locomotora. Optó por espantarlos con la barreta, pero desde adentro salieron vampiros a miles. Y otra vez repetía la misma pesadilla de cuando pasó a picar los boletos.

Logró huir de los vampiros y se encerró nuevamente en la cabina. Se sentó en el asiento del conductor, pero al tomar el timón, notó que las palancas se movían por si solas, como si estuviesen haciendo un compás. Luego, en plena marcha, empezó a moverse la palanca inversora. No hallaba forma de volver las palancas a su lugar. Cuando tocó la palanca inversora, se escuchó un ruido a descarga eléctrica. Pensó que la locomotora se había dañado.

Al revisar qué había sucedido, vió que salía humo de los motores. Cuando abre la puerta para ver, ve que solo es humo pero no había fuego. Dirá que la culpa es del burro de arranque y lo vuelve a activar. De atrás, sin que Karpik lo note, un fantasma le inyecta sangre de vampiro por las venas. Lo notará cuando ve la aguja que ya le había atravesado la vena. Ahí cerró la puerta de un portazo. Corrió. Hasta que lo empujaron para hacerlo caer a la vía.

El tren tomó velocidad mientras el inspector se levanta del suelo. Lo corre hasta colgarse del pasamanos del último vagón. Ahí los vampiros aprovechan para seguir succionándole más sangre. Karpik pensó que para contar este cuento de terror, debía juntar fuerzas y resistir.

Como pudo, logró subir. Tomó su teléfono y llamó a Natalia. Fue su pedido desesperado, que cuando el tren llegó a la estación ferroviaria de Mar del Plata, bajó corriendo a buscarla a ella. Pero se daría cuenta de que abrazaba y besaba a un fantasma cuando por detrás apareció la Natalia de verdad.

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