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sábado, 13 de septiembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Los vivos se te vuelven en sueños

Según Milton, le contó a Manuel Vega Moreno que alguna vez existió un personaje no más detestable llamado Juan Carlos De Marchi. Milton le habla en el pasado, porque el viejo (De Marchi tiene varios años, es un anciano enfermo del corazón) “calandraca” (Así le dicen los que lograron sobrevivir) se especializó en borrar del mapa varias generaciones de jóvenes que constituyen un bache en el mundo del ferrocarril.

Conozco un caso salido de otro planeta – le dijo Milton a Manuel. F. Tron, ese que anduviera alguna vez con un tal Fleitas y un tal Anchepe, ese Tron apareció. Este sí que parecía que durante tantos años se lo había tragado la tierra y de la noche a la mañana, apareció vivito y coleando cuando le tocó el timbre a Fleitas. Esto cuando se supo, más de uno no lo podíamos creer pero dicen que el viejo De Marchi se revolcó en la cama de la bronca.

Mal que le pesara a De Marchi, Tron había vuelto. Dicen las malas lenguas que rondó la media Latinoamérica pero las preguntas que nos hicimos fue: ¿cómo hizo para nadar tanta distancia hasta la ribera? ¿se guardó en la selva? ¿por qué tardó tanto tiempo en volver?

Pero otro día le hicieron una placa en su honor. Y nosotros fuimos, solo para ver qué reacción tenía. Y el muy guacho nos reconoció a todos las caras. Ni siquiera se le cayó de la jeta pedirnos perdón por tanto martirio. Pero esa noche, sería la peor de su vida, creo que hubiése deseado haberse muerto hace tiempo y espacio.

Cuando regresó De Marchi del acto, se tomó unos mates, miró un rato la televisión, se puso el pijama y se fue a la cama. Tras darse vuelta por un rato largo, se durmió profundamente.

Soñó que él estaba enfundado en su uniforme militar, en sus años de trabajo en el ferrocarril, pero sentado y arrinconado.

Por otro lado, un gigante de tres metros y medio de altura, con el uniforme azul de grafa, con anteojos y con una espada luminosa muy larga le apuntaba con su mano derecha directo al corazón. Y él apenas podía defenderse, con sus manos trataba de protegerse de la gran luz que lanzaba la espada, temblaba de miedo.

El gigante era el maquinista Manuel Vega Moreno, quien sostenía una espada luminosa y le hacía presión sobre el pecho, o le tocaba los brazos, o cualquier parte del cuerpo.

De Marchi veía como Vega Moreno descargaba en él toda su ira verbal, guardada por años. Y le hacía la cruz sobre el pecho con la espada, sin lastimarlo.

“Pagarás maldito miserable por todo el daño que has hecho, por las veces que sometido a mi padre a las humillaciones y haberlo tirado al mar vivo a que se muriera ahogado. También pagarás porque a la Bety la metiste en el medio de cosas que nada tenían que ver con su mundo infantil. Por Milton que ya no cree en esta democracia inmunda, por Tron que tuvo el culo a toda prueba de hacer que la tierra se lo tragara para aparecer vivito y coleando por el barrio, después de haberlo tirado en altamar, que puta desgracia para usted ¿No De Marchi? Tal vez desearía verme a mí muerto, yo hubiera deseado moler tu asquerosa humanidad bajo las ruedas de una locomotora pero prefiero hacerte sufrir, penar... o sea, devolverte la misma gentileza, darte al mismo precio que le diste a los demás en algún tiempo. No se oculte De Marchi que por ahora estamos en la Tierra, pero haga de cuenta que soy San Pedro pasándole las facturas, con la diferencia que podría ser San Manuel juzgandote. No sea cagón, usted trataba de cagones a los rasos, pero parece que lo que nunca le dijeron es que por ahí, los rasos se convierten en esos gigantes llenos de maldad ¿no es cierto?”

Y De Marchi suplicaba que Vega Moreno no le atravesara la espada por su cuerpo. Pero Vega Moreno le hacía presión o le tocaba alguna parte del cuerpo con ella.

Y siguió Manuel: “¿Ve esta espada luminosa? No estire la mano, es inútil su esfuerzo, no vaya a ser cosa que quiera condolerse con nosotros para así le tomamos lástima. Todos sabemos que su corazón está mal, yo le aseguro que su diésel no tiene para mucho más. Le queda poco hilo en su carretel. ¿Sabe que Tron pagaría para que lo mataran? ¿Lo sabe o lo ignora?”. Mientras, De Marchi sufría el padecimiento al cual era sometido por parte del gigante.

De Marchi solo pudo decirle: “Por favor, no me mate, sé que cometí muchos errores, pero tenía mis superiores y a ellos me tenía que atar también. Si ellos mandaban tal o cual cosa, yo tenía que obedecer al pie de la letra, no es mi culpa, por favor, no me mate, no me mate por favor...” y tragó saliva.

Manuel miró a De Marchi para luego decirle: “¿Sabe que a mí no me sirven las lágrimas de cocodrilo? Porque lo que usted está haciendo son manotazos de ahogado. Yo en la Tierra, no soy San Manuel, no puedo darte ni una gota de perdón, porque la vida es una, no hay ni dos ni tres, y la terrible fama que te has ganado, lo siento, pero en el otro mundo, supongo, que las vas a pagar. Acá, sí” acabó para atravesarle la espada en medio del pecho. Y De Marchi solo aulló unos minutos hasta quedar tendido delante del gigante.

Muy asustado despertó De Marchi. Su corazón latía muy fuerte, y de los fuertes latidos le agarró un terrible dolor de pecho. Alguien llamó a la ambulancia, que vino hasta el domicilio y llevaron a De Marchi al sanatorio.

Allí lo mandaron a terapia intensiva. Debieron reanimarlo porque había tenido un paro. Cuando volvió en sí, le contó al doctor el sueño que había tenido. Pero a la noche siguiente, su corazón se paró de veras. Y De Marchi, a la muerte, parecía haberla soñado.

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