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lunes, 30 de noviembre de 2009

Café Ferroviario II: Esa solitaria casilla de señales…

Observaciones: Ignoro si hay trenes en Caipé.

Muchos creen que un señalero es un tipo que se la pasa ocupado las 24 horas del día, pero en nada es así, acá en Caipé. Al menos que para mí, mi mundo empieza y acaba en una casilla de madera, que cuando hace frío, tengo tanto frío como el que hace afuera y cuando hace calor, no alcanzan los ventiladores.

Seguramente que alguno de los que viven en las grandes ciudades, pensará en la tecnología ¿no? Pues yo voy a lo clásico: libros, diarios, radio, música, televisión… nada del otro mundo. Nada del otro mundo fuera de mover las palancas o del rato que demoran los trenes con las maniobras. Punto. Listo, ya está.

Para muchos, Caipé es un simple lugar de tránsito. Puede ser, para quien no acostumbra a vivir en el desierto, la belleza solo puede ser descubierta al paso, pero de habitar en ese sitio inhóspito, no cabe en sus cabezas. Pues bien, durante el año también recibo turistas sin buscarlo y una vez me dejaron una foto de esta estación. Y la tengo en un portarretratos colgado en la pared.

También pensé en conseguirme un amor que me haga compañía en mis largas noches. El resultado de ese amor fue que… más vale solo que mal acompañado. Mi mejor compañera es la soledad.

Aburrido, un cumpa me trajo una guitarra “¿Querés una buena compañera? Acá tenés una para matar soledades” y empezó a rasgarla.

“¿Estás solo?”

“Muy solo”

“No te creas que la tarea de ser el ayudante del conductor es más ocupada que la tuya. A menos que te toque un rompe pelotas que pida mate continuamente”

“¿Le cebas mate al conductor?”

“Siempre”

“¿Y la guitarra?”

“La uso cuando voy en viaje y tengo un hueco libre. Es mi mejor compañera de viajes. Mata soledades”

“¿No crees que debieran dar explicaciones?”

“¿O será que siempre fuiste un tonto que creíste en la legalidad?”

Me quedé pensando.

“¿Siempre creíste en el sindicato?”

“Creí en la legalidad y soy un tonto”

Y siguió rasgando la guitarra. Afuera pasa un tren de carga que acaba descarrilando a los 20 metros.

Alguien golpea la puerta. Abro “Necesito que me prestes un teléfono para llamar” me dice.

“¡Un momento! Acá nos tomamos el tiempo para cada cosa”

“No hay tiempo hay que llamar…”

Le quito el tubo. “¿Qué apuro tienes en medio de esta soledad donde todos pasan y ni siquiera se conduelen de un bocinazo para el gil que está las 24 horas en esa casilla?”

Se quedó pensando. “Es cierto… en medio de este desierto de cuatro gatos locos, en este paraje de morondanga… vaya por los trenes que pasan por acá, por Caipé”

“Me pregunto si acá llegó la revolución internética”

Y nos quedamos pensando… “Aún creo que no… no, me parece que no. Sigamos en los clásicos”.

El silencio y la soledad ganan terreno en Caipé. Solo que parecen una postal detenida en el tiempo.




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