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martes, 29 de diciembre de 2009

Café Ferroviario II: Sueños belgranienses 2010

Hace varios días el cielo parece caerse a pedazos del color plomizo. Mateo se va al teléfono público. Disca un número “¿Hola…?”

La llamada duró apenas un minuto. Mirando el rojo tren parado en el andén descubierto, se fue a la máquina.

Una vez ahí dentro, se sentó y se puso a pensar. Estaba muy absorto en sus pensamientos que no daba cuenta de que afuera tronaba. Solo se dio por enterado cuando hubo que mover nuevamente ese tren con destino incierto.

Lo tomó como un viaje más. Mejor dicho, le pasó por indistinto.

Aquella vía que, en tiempos otrora fuera un juguete, ahora era una tortura. Pero echaría las culpas a la empresa de cargas.

Muy poco le preocupa del destino de ese tren. Tampoco le importa de la vida de ese pobre caserío de chusmas.

Pero no todo le fue “no le importa”: recordó a la chica que lo fue a buscar a la pulpería aquella vez que se puso en pedo, o cuando se perdió en un monte lejos de toda civilización.

Como era de suponer, en el medio de la noche llegó el colorado tren. La estación apenas tenía un cartel de madera pintado de rojo y un modesto edificio. Toda la formación fue conducida a un desvío apartado.

Por un camino de tierra se alejó de la estación, que era lo único que iluminaba el lugar y las casitas todas estaban oscuras. Supuso que todos estaban descansando. Solo él caminaba buscando algo… luego recordó qué.

Llegó hasta una casita modesta y prolija, de barro pintada con cal por fuera. Llamó a la puerta. Nadie contestó.

Golpeó un poco más fuerte.

De adentro, alguien se levanta, se pone las pantuflas y arrastrando los pies, se acerca a la puerta. Pregunta “¿Quién es?”.

No contestó.

Abrió, pensó que podía ser un caminante o un viajante.

“Buenas noches. Oso molestar su dulce descansar”

Se quedó muda. Luego le contestó “No, para nada, pase” – inquirió.

Pasó. “Sí que sigue conservando la misma gracia de la última vez que la ví”

Mientras le hacía una leche con unas tostadas, le contestó “Tan llamativo como aquella vez que lo fui a buscar borracho a la única pulpería del pueblo. En esta casa todos tienen lugar”.

Mateo recordó su borrachera “Es cierto”

“Como también lo poco sociable y lo uraño que es… a lo que supongo que lo sigue siendo”

“Estás en todo tu derecho de recriminar que soy eso, no puedo evitarlo… tampoco puedo evitar mirarla a usted”

“¿A mí? No creo que tenga nada de provecho para usted”

“¿No? El físico y su temperamento” – y se metió las manos a los bolsillos.

Le sirvió la leche.

“Hacía mucho no disfrutaba de que alguien me sirviera la leche”

“Cuando vuelva a su casa seguro va a tener que servírsela solo… a menos que se lo haga su novia o su mujer”

Le dio un trago. Miró al techo. Luego volvió a mirarla a ella “Es que a pesar de tenerlo todo, algo me falta”

Lo miró.

“No soy malo… qué se yo… me siento solo”.

Por dentro, tenía el ardiente deseo de tener aquella chica consigo.

“Mira, sin ser bruja ni adivina, en tus sabiola hay pajaritos volando…” – le dijo sutilmente.

Después se fue a dormir. Antes de partir, le propuso “¿Por qué no viene a pasarse unas vacaciones conmigo a Villa Rosa?”

“¿Villa Rosa? ¿Y qué plan tiene?” – le preguntó.

La mirada de Mateo echaba chispas. Odiaba que le preguntaran tanto.

“Mire, se la hago simple. Las vacaciones las paso donde yo quiero. ¿De acuerdo? Y si no, igual” – le dijo, le alcanzó el bolso y lo despidió.

Mateo volvió a mirarla “Los trenes son mucho más que este caserío, hay mucho para que descubras y unas vacaciones escolares descubriendo el sistema ferroviario, no te viene mal. Te doy cinco minutos antes de que me marche”.

Por una enésima vez, ganó la actitud antisocial y uraña de Mateo. Ella tenía ganas de… de matarlo, en el sentido figurado. En el fondo, lo quería.

“Conociéndolo a usted, con sus rarezas y sus actitudes extravagantes, no creo que encuentre mujer que quiera compartir un solo segundo de su vida, y entre ellas me incluyo”

Y salieron caminando a la estación.

“Pensé que usted podría darme una cuotita de comprensión…” – balbuceó Mateo.

“Mire… usted es un adulto hecho y derecho, de lo contrario no hubiera llegado hasta acá. No sé cómo habrá sido de niño pero solo me limitaré a darle un consejo antes de su partida en el tren rojo: deje de reprimir sus emociones o lo que no sean las emociones, realmente siente ganas de hacer cosas que nunca ha hecho por algún motivo equis. En definitiva, dar rienda suelta a sus expresiones interiores no está mal, siempre y cuando no te dañen a ti mismo ni destruyan tu entorno. Y cuando hayas entendido este palabrerío, puede que yo te pueda admitir en un viaje de vacaciones”

Se quedó pensando. “Tengo la impresión que mi intimidad es con soledad” – dijo Mateo.

“¿Tengo? ¿Por qué no lo afirmas? Tienes una novia guardada bajo la manga”

“No lo entiendes……. Distinto sería si en vez de decir soledad a la nada, lo invisible se lo pudiera decir a un alguien de carne y hueso, por ejemplo, que te lo diga a ti”

Tras un breve apretón de manos, subió a la máquina, tocó la bocina y se marchó raudo, rumbo a Retiro.

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