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sábado, 18 de abril de 2009

Sótano

Observaciones: Es un cuento de terror. Están advertidos.

A Pehuajó se la conoce por Manuelita, una tortuga en la rotonda en la ruta 5, a la entrada de la ciudad.

De día es como todo centro poblado, no es Buenos Aires, pero tiene una línea que lo conecta tanto a Once como a Santa Rosa.

En la estación, se dice, el jefe no tiene ni la pálida idea que debajo de ese modesto edificio, hay un sótano. Solo los ferroviarios jubilados saben de su existencia. Flota el mito de que varios jefes que han bajado ahí nunca han vuelto. Otros, comentan que allí dentro se encuentran flotando en el ambiente las almas de ferroviarios muertos. Otros, más osados, dicen que está inundado de porquerías, pero en especial, de vampiros y fantasmas. Muchos son los que cuentan que han bebido ese maldito licor de la vida y la muerte, pero diversos han sido los destinos que corrieron. Se comenta que existe una suerte de mazmorra: un cepo donde te estaquean y… nadie dijo cuál es el final, o al menos lo imaginan.

Hasta la fecha, muy poco es lo que se sabe. Porque reina un miedo el momento en que se comenta ese tema. Algo más peor fue cuando hace dos semanas atrás, el supervisor de tráfico de ALL pidió un papel y, esas vueltas del destino, había que ir a buscarlo al sótano. La cuestión fue que cuando el operario oyó dónde debía ir, cayó al suelo redondo y pálido. Y no despertó nunca más. Y al supervisor de tráfico le fue peor: se supo que a las 18.56 abrió la puerta del suelo, bajó las escaleras, encendió la luz y… hasta el día de hoy no se sabe de su paradero.

Ninguno se ha atrevido a llamar a la policía para investigar ese sótano.

Y al jefe Casafús no le hizo mucha gracia cuando el inspector lo mandó a buscar unos libros. Todos saben que el sótano es el último lugar donde las cosas se archivan.

Con la amenaza de despido, Casafús se armó de valentía y coraje, tomó la llave y abrió la puerta.

Puso el primer pie en la escalera y le corrió el miedo desde los pies hasta la cabeza. Pero terminó de bajar los 30 escalones de esa escalera de madera y activó la llave de luz.

Apenas iluminaban esas lámparas aquel reducto inundado por arañas, telas colgando por todos sitios, en especial del techo, olor a humedad, suciedad… miró a todos sitios y sus pasos empezaron a sonar en múltiples ecos contra el suelo y las paredes… una sensación de angustia iba en crecimiento. Desde arriba, el inspector volvió a dirigirle la misma amenaza. Casafús se calentó:

“¿¡Por qué no baja usted a buscar lo que quiere a este maloliente sótano!?”

El inspector bajó las escaleras pero algo lo desapareció.

Casafús abrió la puerta del cuarto donde estaban todos los libros guardados y le avanzaron los vampiros. Quiso encender la luz y la misma no funciona. Alguien le empezó a aullar en el oído.

Y se hizo la luz de repente. Un trajeado fantasma lo invitó a pasar:

“Pase don Casafús, pase, venga a tomarse un traguito”

Con un poco de adrenalina de acero, contestó “No, gracias, estoy de servicio”

“Venga, no es nada, es solo un poco de agua para calmar su sed”

“¿Agua? ¿Y cómo sé que es agua lo que me vas a dar?”

“Dale, vení, no temas que somos tus amigos que habitamos bajo tú cama Casafús”

Casafús se dio vuelta como un rayó y quiso correr, pero la puerta se cerró de un golpazo.

“No huyas Casafús”

Tomó violentamente el picaporte pero la puerta parecía atrancada.

“Casafús, no huya y calmese. De lo contrario será despedido de la Unidad

“¿¡Qué!?” – dijo Casafús, tomó un garrote de madera y lo arrojó al fantasma, pero el garrote dio contra la pared.

La luz se volvió a apagar para volverse el sitio en un ensordecedor ruido de vampiros aleteando. Tuvo la sensación de que los tenía consigo.

“Sabe algo Casafús – le dijo el fantasma y encendió la luz nuevamente – tengo algo mejor para usted”

“Dame ese libro y me largo de aquí” – maldijo Casafús.

El fantasma desapareció y la puerta se abrió sola.

En la habitación contigua, donde se supone que se guardan libros contables, encontró un ropero. Lo abrió y de adentro salieron arañas a montones. Había ropa con signos evidentes del paso del tiempo.

En la tercer habitación, contigua a la anterior, había ataúdes.

“¿Qué es esto? ¿Una estación de trenes o una empresa funeraria?” – se preguntó asimismo.

Empezó a destapar los ataúdes y se encontró con esqueletos. Casafús tembló. “No sé cómo seguirá la cuestión pero lo único que sé que soldado que huye, sirve para otra guerra” – dijo y se fue.

Tratando de buscar la salida, un séquito de fantasmas y vampiros lo atajaron “No tan pronto Casafús… como todos sus compañeros, una parte de su vida pasará en este sótano, por cierto, le sugerimos que marche derechito”.

Algo lo llevó a pensar que en la puerta que está delante de sus narices hay algo peor. De hecho, lo es.

“¿Qué es esto?” – preguntó Casafús.

“Bienvenido a la Mazmorra, donde usted será juzgado” – le contestó el fantasma.

“¿Juzgado? ¿Por? Causa, razón, motivo, circunstancia…”

“Por desmerecer a quienes moramos aquí debajo. Irrespetuoso”

“Yo vine buscando otra cosa, no ustedes, así que nos vemos luego” – intento evadirlos pero al intentar levantarse de la silla, quedó amarrado automáticamente.

“Ah, por cierto, antes de su próxima desaparición, porque ya su sentencia de muerte está sellada, le vamos a dar el gusto de saber acerca de sus compañeros que no lograron salir de acá ni tampoco lo harán, así sabrán que quienes moramos aquí debajo de este edificio fuimos en vida también eso, ferroviarios”

Casafús masticó bronca.

Caminando, como condenado a muerte, fue llevado al sector donde había una gran cantidad de cadáveres. Pudo identificar a varios, entre ellos, al supervisor de tráfico de ALL y al inspector.

Muy poco duró esa visita para regresar a la mazmorra. Y a esa maldita silla.

“Su próximo destino es ese cepo. Eso sí, prepare su súplica”.

Casafús no sabía si pensar o qué.

“¿Qué mal he hecho para merecer esto?” – preguntó.

“Desmerecernos”

“Lo único que pido es que me dejen en paz y que este sitio deje de ser un infierno”

“Antes de ir al cepo, nuestro vampirazo tendrá el honor de dejarle su marca” le dijo el fantasma y el vampiro voló hacia Casafús, donde se le posó en la mano para succionarle una cantidad considerable de sangre. Casafús pataleó y gritó.

Los fantasmas llevaron a Casafús al cepo. Estaquearon su cabeza y sus manos al pesado artefacto, en una incómoda posición boca arriba en el suelo. Oyó el candado que sellaba la libertad.

Las horas pasaban y Casafús seguía condenado a ese maldito cepo. A su lado lo vigilaba el fantasma con traje elegante.

“¿Y Casafús? ¿Se arrepiente de todo lo dicho en sus años de jefe arriba?”

“¿Arrepentirme? Sería venderme ante una manga de espíritus inexistentes”

“Puedo darle un tormento mayor si sigue en su postura, si desiste, le tendré la contemplación de que pueda salir de acá”

“¿De acá? Si salgo lo primero que pediré es que demuelan este maldito edificio y vuelen al diablo este podrido sótano”

“Deje de maldecir Casafús que muerto o vivo, lo vamos a molestar hasta debajo de la cama”

Así pasó el primer día.

Al segundo día sentía dolores físicos de todo tipo, sumado al acalambramiento de su cuerpo.

“¿Tenemos un prisionero de lujo?”

“Obvio. Será un placer que te presentes ante Casafús, que está haciendo su pena de muerte”

El fantasma vestido de azul se dirigió a Casafús “Me supongo que usted Casafús tendrá honor en saber quién soy”

“El idiota chupamedias del delegado de la Unión Ferroviaria de acá, desde la venida de los monos”

“Que gran memoria la suya Casafús… hubiera querido que se volara de esta Unidad hace tiempo”

“Qué suerte que te llevó San Pedro al más allá”

“Error Casafús. Hace tiempo moro acá abajo. Ah, por cierto, para que distraigas esa inteligencia que dices tener, te dejo esto de un sordo tan sordo como vos”

“¡No soy sordo tonto!” – gritó Casafús.

Con una marca de animales le dejó una marca en la pierna. El número 11. “Ahora ponele una música que lo tranquilice a este sordo”

“Estúpido Torres que ahora que sos un fantasma te crees con todo derecho a cualquier maldad” – le grita Casafús.

“Silencio Casafús, disfrute del Claro de Luna, antes de que vengan los vampiros a torturarlo, que esta noche es luna llena y el lobazo venga a comerselo como bocado de churrasco vivo”

“Que me mate el medieval ya!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!” – pidió Casafús.

“No se preocupe que su funeral será con todos los honores” – le dijo el fantasma y le dio a beber el licor del sueño y la muerte. Casafús se durmió en un sueño, pero soñó con la muerte. Su alma se desprendía del cuerpo y, de golpe y porrazo volvía al cuerpo. Eso fue el segundo día.

Como se dijo en la sentencia, al tercer día debía perecer bajo las garras del lobo en el segundo día de luna llena. Pero no fue así.

Despertó de esa pesadilla e intento recordarla. Miró a su costado y vió que el cepo no tenía candado. Solo, se lo quitó de encima.

Caminó por sus pasillos mugrientos pero no había fantasmas, pero sí estaban las estelas. Marchó tan pronto como pudo, quería irse para siempre de ese sótano. Cuando asomó a superficie y vió a Pehuajó ciudad, echó llave para siempre, para nunca más pisar ese sótano.

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