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sábado, 18 de abril de 2009

Motorman Nocturno (Así se presentó)

Observaciones: Toda semejanza con los personajes es pura casualidad

El día no importa pero sí el horario: 6.45 de la mañana. Aún no ha despuntado y el viento sopla en tanto que la temperatura es baja.

Con mis borcegos y así no más, con guitarra al hombro, me encamino hacia esa locomotora estacionada.

Casi, con la naturalidad del mundo, subí. En la cabina me esperaba él: el Motorman Nocturno (así se presentó) me invitó a viajar.

“Seguro que sacas buenas melodías con esa guitarra” – dijo.

“Sí, claro” – alcancé a contestarle.

Era oscuro y no podía ver con claridad. Pero la luz de los focos externos me dio suficiente inercia como para relajarme con mi compañera de buenas aventuras: la guitarra.

La desenfundé con suavidad, como la chica que se desnuda ante su amado. Es un instrumento de música, valga la redundancia.

Estaba desafinada, solo unos minutos bastaron para ponerla a punto.

En tanto, los durmientes pasaban en una exhalación. Uno tras otro. Los rieles parecían quedar en el aire.

El día empezaba a despuntar despacito. Sin prisas pero sin pausas.

“Calienta el agua así tomamos unos matecitos” – me dijo.

Puse la pava a calentar y armé el mate.

“Después dale alegría al viaje, se está tornando aburrido” – dijo imperativamente.

Atento miraba y conducía. Yo cebaba el mate.

Me acomodé con la guitarra y justo se me ocurrió tocar una de León Gieco… porque me acordé de cuando me dijo del día que asumió como maquinista.

“Recuerda que esto se lleva en las venas… por ellos nos desangramos al igual que lo hizo San Martín por la patria, la pelea entre los unitarios y los federales que desangró este proyecto de país durante años y décadas…” – dijo en un suspiro.

La música salida de las cuerdas de esa guitarra parecía mezclarse con el ruido del motor de aquella G-12, que a pesar de sus años y su desgaste, aún corría. Libre como un corcel.

¿Importa el destino de esta carga que se lleva atrás? Al parecer no.

“Las vías se encargan solitas de llevarte al destino indicado” – agrega sin hacerse preocupación alguna por los 30 vagones vacíos.

El sol caía a plomo y sus rayos apenas alcanzaban para mitigar el frío que hacía afuera. Pero no daba ganas de salir de adentro.

“La música es la mejor compañera de viaje, alimenta el alma y llena de vida el espíritu” – dijo con palabras justas.

“Salido de otro mundo ¿verdad?” – le inquirí.

“De este, de donde habitamos. Tú y yo. Y las demás cosas existentes”

“En el reino de la naturaleza”

“En el nombre de los trenes”

Y seguí por un blues, que a decir verdad, ya no importaba qué tipo de música fuera, lo importante era que servía para distraer.

“¿Irías preso porque estoy aquí con usted?”

“No. A menos que pase algo, normalmente las cosas se tapan”

“Como los agujeros”

Y yo seguí con la guitarra, volando mi mente con la música. Nada podía molestar hasta que al paso de una ruta, un camión nos chocó mal… diré que tuve un santo aparte porque pude salir del infierno ilesa para llorar al Motorman Nocturno como se consumía en las llamas… ahí fue cuando recordé que era su primer día en línea pero algo me quedó de consuelo: partió haciendo lo que más amaba.

Tiempo después me compré otra guitarra, ya no para rasgar sus cuerdas en las cabinas, sino para hacerlo sentada en los bancos de las estaciones.

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