Tal vez hoy no sea el mejor día para nosotros, máxime si tenemos en cuenta que aún estamos masticando la bronca de habernos quedado afuera de la copa mundial, en fin, más allá de todo eso, antes de seguir lamentándonos, mejor, pasemos a las reflexiones.
Los argentinos tenemos un concepto muy erróneo de honrar al país: creemos que con gritar como locos durante un partido de fútbol de la selección, nuestro deber está cumplido.
Hay variadas formas de honrar al país, muchas, diversas, de todas las que se puedan imaginar. Pero bajemos este concepto a los rieles, que es lo que más nos interesa.
¿Cuántas veces deshonramos al país? En nuestra historia tan pisoteada, digamos que esto empezó un 10 de marzo de 1993, pero tuvo su antes, como así también, los coletazos que aún estamos padeciendo. Desde el momento que se decidió privar a los pueblos de interior del tren como medio de transporte público, dejándolo a la buena de Dios, fue la mayor deshonra que se hizo al país entero, hasta diría que una falta de respeto a quienes habitan este vasto y extenso territorio.
Despojar a unos para enriquecer a otros tampoco es signo de desigualdad parar todos. Enriquecer a Buenos Aires en servicios significó la muerte de otros miles de pueblos. Si hemos de hablar de coletazos, no solo perdieron de las vías para afuera, perdieron vías adentro, sobretodo si se hiciera un recuento total de todos los ferroviarios que fueron excluidos porque a lo mejor “sobraban”, por así llamarlos. Crear nuevas generaciones de ferroviarios fue y es lo que menos se está haciendo. ¿Así pretenden honrar al país? De ninguna forma, pero con lamentarnos, no nos sirve de nada.
Con promesas electorales usando de carnada al ferrocarril, parece haberse convertido en un clásico. Bien sabemos, podemos recordar al ex gobernador de Río Negro en 1995, a Duhalde en 1999, aquellas ideas descabelladas de Rodríguez Saa y sin dejar de recordar a Kirchner. Profunda vergüenza es la que se debiera sentir, en especial, estos sujetos, que prometer es lo mismo que beber un vaso de agua. Que a lo mejor cuando llegan al poder se les olvidan las promesas.
Y así seguimos con los coletazos, que lejos de poder hacer un bien a la patria, seguimos la deshonra de par en par. Hasta el momento hemos revertido una milésima de todo el desastre de 1993. O por ahí decir revertir anda lejos, porque la situación no deja de ser un caos. No deja de ser injusta. Tal vez, no deje de ser un poco infernal. Y bien... son coletazos, coletazos de una era en la cual siguiendo el plan ideado por un gran cerebro Made in USA fue el inicio de nuestra caída... caída que nos está costando sangre, sudor y lágrimas.
Pero si queremos honrar de verdad a nuestro país, hagámoslo de verdad. Que anunciemos el regreso de un tren de pasajeros a algún destino, bienvenido para la alegría de todos. Pero dejemos de lado las falsedades de adornar un tren inaugural con millones de banderitas, de discursos políticos que nos conducen a ninguna parte. Hagámoslo callados la boca. Pero otra cosa: cuando pongamos en marcha un servicio, no lo hagamos a medias, como está sucediendo con los trenes a Córdoba, Tucumán, el mismo Gran Capitán y otros corredores. Dejemos de lado la mediocridad, empecemos a actuar como personas responsables que somos, empecemos de una buena vez por todas a pensar y repensar en nosotros, de las fronteras para adentro, ocupémonos del dueño de casa, sintámonos argentinos haciendo lo que debemos hacer, porque así vamos a sentir que honramos al país de verdad, y no como hacen muchos que gritando hasta quedar afónicos en un partido de fútbol el deber está cumplido.
Esto así funciona para los trenes. Y así lo será para los demás ámbitos de la vida.
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