Hace bastante tiempo, en años casi nada, muy poquito hice uso de la tiza. Renegar con los alumnos, un clásico. Los cursos de adultos los codicio porque me puedo permitir todos los gustos que quiera, sin hacerme ninguna clase de problemas. Pero los adolescentes... sí, los adolescentes que van al nocturno pienso que van porque... no lo sé. Porque el nocturno es el último receptáculo del día. De adolescentes que repiten eternamente, que van cuando les parece y al final abandonan, porque no les interesa nada. No les importa nada. Porque percibo que no quieren tener obligaciones que tener. Se creen que la escuela es la que tiene la obligación de darles todo... no lo entiendo. No estudian...
Estoy harto. Harto porque cuando estoy explicando, pienso que a ellos no les queda nada. ¿Les quedará algo? Dicen que sí. Me piden que me abra, pero nadie piensa un poco en mí. Siempre pienso que es porque ha llegado un punto en el cual todo se ha dado vuelta, como que se han perdido los límites y en vez de vivir en la libertad, vivimos una suerte de libertinaje. Sí, libertinaje, donde pienso que tengo por encima mío un montón de caciques que intentan mandar pero ninguno corta ni pincha. Desde los rectores que no salen de sus despachos hasta los preceptores que en plena hora de clase se van a la vereda a fumar. Mejor que no necesites un auxilio, estás en la vía total...
Cuando estoy fuera del escritorio, me meto de lleno en los trenes. Sí, ellos. Ellos me transportan a otro mundo. Todo dentro de la geografía, pero bien al natural. Soy feliz cuando saco un pasaje y, aunque sea, como pasajero, me embarco y salgo corriendo y esos paisajes pasan y pasan...
Pero me pudre cada sábado de por medio tener que ir a un ateneo a escuchar un recetario de cocina de pedagogía para clase. Ya no hay receta para curar ese mal, me pudre. Entonces, es cuando me falla la expresión en esos sentidos y no doy pie con bola. Hace tiempo que he descubierto que lo que hace a pedagogía no va ni para atrás ni para adelante.
Todavía no sé pero por esas casualidades caminaba por el hall central de Constitución. Me senté en el solitario andén 14 a no se qué. A pensar que tengo ganas de largar la tiza porque me tienen harto. Harto de obligaciones pero que bien poco velan por uno. Es entonces cuando ví al nohab en silencio en la vía 12.
Le clavé los ojos a ese nohab estacionado hasta que la alsthom se interpuso en mi mirada y me tapó todo. Casi me agarra un ataque de histeria! Debí contenerme porque no es la culpa de los muchachos, fueron a maniobrar, pero la mejor solución la hice dando la vuelta. Y lo tuve delante de mis ojos...
Era viernes. Saqué mi billetera y conté los pesos disponibles. Me subí. Me senté. Sentí ese aire de viajero... hacía mucho tiempo que no lo hacía. En ese momento lo que menos me importó fue que tenía que ir al colegio a dictar clase. Que se fueran al diablo todos juntos...
Y así pasó. Porque en la hora que tenía que estar en el aula, estaba de viaje. Alejarme era como irme alejando de todos los problemas de la maldita Capital, esta ciudad de porquería de gente que por cualquier cosa te está juzgando para el otro lado. Busco otra cosa. Irme de ahí.
Me dormí como nunca. Nunca un viaje, lejos de la eternidad nocturna, se fue tan rápido. Lo supe cuando el guardatren me puso la mano en mi hombro “Amigo, estamos en General Alvear”. Desperté, me desperecé y me fui a tomar aire fresco. La gran felicidad pero lo bueno, tiene su final...
...y así fue. Volví al nohab, al mismo que me trajo. Estaba cansado, aunque dijera que había dormido, pero mi físico requería un descanso como corresponde. Y durmiendo volví, hasta que las primeras luces del día me hicieron despertar. No sé qué hora era y nuevamente estaba en el mismo punto de partida... en Plaza Constitución.
Mi segunda vuelta al nohab, por esas cosas raras de la vida, uno nunca sabe cuales son sus vueltas, lo que menos iría a pensar que pudiera patear el tablero de veras. Cuando supe que sería el mecánico del nohab, me dije “Es un chiste”. No es en serio pibe. Sí, fue cierto, y eso que no tengo ninguna palanca en los rieles, por eso me considero un super suertudísimo el haberme metido. Cómo, no sé. Que lo hice y lo logré, ya está.
No tuve otra que largar la tiza, ejem, perdón, es decir, le dí de patadas al tablero. Del día que me fui de viaje a esto, no volví más al colegio. Me llamaron pidiendo mi renuncia, cosa que nunca firmé, así que no sé cómo hicieron. En definitivas, me habían hartado, todo el mundo me medía con una vara de dos metros y ahora yo les estaba dando la vara por el tuso... esa misma vara, bien merecida la tenían.
Todo eso dejé por el nohab. Por eso, el 17 de septiembre, al pasar por delante de un busto de Juan José Paso, me echó en cara haberlo dejado en la vía. Como un niño, le saqué la lengua. Burlas le dicen. No me importa, soy feliz haciendo lo que hago. Pienso que mi pasado con Paso fue algo positivo en mi vida, pero es algo que está irremisiblemente cumplido, no tiene vuelta atrás.
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