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domingo, 4 de mayo de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Cuestiones de señales IV

Marto llevaba los niños al colegio cuando Vanesa recibió un telegrama de despido de la fábrica Balcarce. No acabó de terminar de leerlo cuando el papel tipo fax cayó redondo sobre el duro y frío suelo, y sobre él cayó ella, desmayada. Estaba apenas a metros de la oficina del jefe.

Despertó una hora después, en el hospital. Perdida, lo primero que recordó fue ese maldito telegrama. No tardó nada que Marto estaba avisado. Y estaba a su costado.

  • ¿Qué te pasó?

  • Marto... creo que me echaron de Balcarce...

  • ¿Crees?

  • Sí...

  • Pues... no es creo. Te rajaron sin darte las gracias – mostró el telegrama doblado.

  • No quiero verlo... – se angustia Vanesa.

Solo fue un ataque de nervios.

Marto llevó a Vanesa a la casa. Ella se fue a la cama. Seguía con mucha angustia. Y la tendría por varios días.

Le preocupaba tener que ir a trabajar por la noche y dejar a su pareja con los niños.

Si todo fuera poco, también había malas noticias para Marto.

  • Marto...

  • Dime Pepe – Marto se sentó y le dio un mate.

  • Supe lo que le pasó hace unos días a Vanesa.

  • Más me preocupa que termine con depresión por esto... está preocupada por el asunto del laburo.

  • No es para menos, pero hay otra más...

  • Ya tengo suficiente...

  • ¿Suficiente? El hijo de puta del delegado de acá te puede llegar a iniciar acciones penales.

  • ¿Cómo?

  • Sí. ¿Recuerdas cuando Castello casi se levanta a Vane cuando eran novios?

  • Si.

  • ¿Recuerdas que aprovechaste un momento que hacía una maniobra con una locomotora?

  • Sí.

  • ¿Y qué hiciste?

  • Yo habilité a propósito la vía equivocada...

  • Por eso no es nada... en realidad es lo que hiciste después.

  • ¿Lo de arrojarlo a que terminara moliendo su humanidad bajo las ruedas?

  • Exacto. Por eso el mandinga este busca ponerte tras las rejas.

  • Me muero si me pasa esto...

Una noche, después de varias semanas, mientras los niños dormían en la casa de los abuelos, Vanesa fue a meter las narices a la estación. Para nada estaba enterada de lo que se estaba tejiendo. En el sitio menos pensado.

  • ¿Cómo sigue la historia de Castello?

  • Ya va por vía legal. Solo falta la pericia que dictamine que el culpable de la muerte de nuestro compañero fue el señalero. Y ahí sí que le va a venir un largo tiempito a la sombra... no sabe la que le espera.

Vanesa recordaba la clase de tipo que era Castello: principalmente por haberla perseguido durante un largo tiempo.

Subió al cabín. Estaban Pepe y Marto. Hablando del tema.

  • Vane... ¿Sucede algo?

  • No preciso que me lo digan... sé todo.

Marto se quedó helado.

  • Son cosas del trabajo, no debes hacerte problema.

  • Pepe, mira, acá los rieles son la misma mierda que la política, con la diferencia que más sucios todavía. Son muy lindos, pero demasiados sucios. ¿Por qué tengo que soportar un tipo acosándome todo el tiempo? Yo sé por donde vino la cosa: a Castello le cayó muy molesto que en vez de haberme quedado con él lo eligiera a Marto. Pero no te hagas ningún problema, ese delegado, no sabe con quien se metió.

Una noche Marto recibió una suspensión, que le significaban 30 días sin goce de sueldo. Su reacción fue simple: se negó rotundamente a efectuar los cambios. Pero permanecía en su puesto.

  • Marto, dale, tengo que hacer la inversión de la loco...

  • ¿Sí? – leía un libro – hazla tú.

  • Pero tienes que mover las palancas...

  • ¿Las palancas? Que bueno, hazlo tú, ahí las tienes, haz tu los cambios.

  • Dale Marto, sos el señalero, tienes experiencia sobrada en ellos...

  • ¿Crees que como vidrio en esto?

  • No pongo en duda esto, pero sos el señalero y es necesario mover los cambios, hay que maniobrar y despachar trenes, dale, por mí.

  • Si aflojo por ti, estoy dando a torcer el brazo. Lo siento Pepe.

Y Pepe no pudo conseguir que Marto moviera las palancas. No le quedó más remedio que hacerlo él. Eso sí, al ejecutar los cambios, varios le salieron mal, lo que ocasionó el descarrilo de una locomotora. Los maquinistas que estaban en su momento, querían morirse.

  • Marto... no sabes la cagada de la noche...

  • Bueno, ve y arregla esto ante el hijo de puta que me suspendió.

Pepe se quedó mudo y quieto como una estatua. Marto siguió leyendo.

Finalmente llegó una citación vía judicial para Marto por el caso de la muerte de Castello. Debe testimoniar sobre los motivos por los cuales llevó a matarlo.

  • Vane... por favor, acompañame.

Vanesa acompañó a Marto. Cuando llegó al edificio de la justicia, supo que por algo debía ir. Luego cuando compareció ante el fiscal, comprendió.

  • Detalle cómo fue que usted mató a Castello – pidió el fiscal.

  • Castello era un maquinista como todos, hasta que conocí a quien es mi mujer hoy. Yo estaba noviando y él empezó a acosarla de diversas formas. Y un día, no sé porque, pero habilité un cambio equivocado... no era mi intención matarlo, quería que... que supiera que no debía seguirse metiendo más en mi vida...

  • Pero no detalla el momento de la muerte.

  • Cayó en la vía y fue arrollado por un locomotora que hacía maniobras.

Al fiscal no le terminaba de convencer el relato de Marto. El delegado, lo culpaba de haberlo empujado hacia la vía para matarlo. Cuando debió declarar Pepe, no pudo hacerlo. No recordaba absolutamente nada. Al último, pasó Vanesa.

  • En realidad, el señor Castello cuando lo conocí, era todo un señor. No sé que lo llevó realmente a perseguirme por cielo, tierra y mar. Recuerdo que una vez me arrinconó en el cabín que yo para huir, agarré y salí por la ventana.

  • ¿La acosaba?

  • Hasta me amenazaba si yo no empezaba a tener una relación con él. No me interesaba en nada tener una relación, quería que me dejara en paz.

Al final, la causa quedó en la nada. Pero no la suspensión, que mandaron a extenderla por tres meses.

Vanesa seguía desocupada. Pero algo la llevó a intuir que todo provenía de la casilla de los maquinistas.

  • Mira viejo, dejate de joder con mi marido porque a vos te hago cagar fuego – se fue directo al delegado con una navaja.

  • No me amenaces porque no te das una idea hasta donde puedo llegar – le contestó tomándole la muñeca de la cual sostenía la navaja.

  • ¡No te tengo miedo gusano!

Ambos forcejearon. La pulseada final se la ganó el delegado, haciendole pasar un mal trago manoseándola.

Luego salió como si nada al andén.

Vanesa también fue al andén. Cruzó la vía y subió a la locomotora. Salió de la cabina con una barreta. Volvió al andén. Esperó a que estuviera solo. Alzó la barreta y con todas sus fuerzas, se lo asestó sobre la cabeza. Ese golpazo fue suficiente para causarle la muerte.

El delegado cayó al suelo, en medio de un charco de sangre yacía su cuerpo sin vida. Y Marto vió como la policía se llevaba a Vanesa. Volvió a verla, que fue cuando recibió la orden de poder visitarla, en el penal de Batán. Haría con los niños este camino por lo menos, unos 8 años.

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