**Publicado en Crónica Ferroviaria**
La Patagonia, tal como muchos la imaginan, nada es como es, esos campos inmensos, tantas hectáreas que dan cuenta de más soledad y silencio quede la presencia de sus dueños, a los cuales no tenemos ni la más pálida noción de lo que es verles las caras porque desde afuera mandan todo... Zapala, es mucho más que esa playa donde convergen los trenes de Ferrosur cargados o vacíos, esperando la cosecha o el mineral para ir a los puertos. Pero las distancias mandan...
Por suerte estuvo la sabia mano del hombre. Sí, esa mano que se atrevió a desafiar este duro y bonito paisaje, donde encontrar un camino de tierra, parece salido de otro planeta. Bah, que a los trenes de pasajeros se los trago la tierra, yo sostengo otra cosa distinta: a los trenes de pasajeros se los tragó un alma riojana. La última vez que supe de su paso fue cuando se hicieron los festejos por la beatificación de Ceferino Namuncurá.
Sí. Más que tarde, era la noche la que iba ganando terreno. El calorcito del día iba desapareciéndose por la brisa otoñal que estaba anunciando que esta sería una noche fría. Aún estoy en el playón de cargas en Zapala preparándome con mi socio para partir con un convoy de 30 vagones cargados con frutas... de las mejores. Pienso en ese licorcito que mis abuelos nos enseñaron a elaborar pero como quien dice, lo primero, es lo primero.
De pronto, obtengo la orden del jefe de tráfico, con el termo en la mano, el mate, luces, bocina, motores acelerando y... adios Zapala. Hasta dentro de unos días. Por unos días estaré atravesando todo un país en el sentido de los paralelos, parece mentira ¿no? Sea como sea, estoy en camino a Bahía Blanca.
Yo no sé cómo está la noche, porque en la cabina estamos calentitos, tenemos calefacción ¡Qué bendición! Pero en la noche hay que estar muy atentos, porque dos por tres nos juega una mala pasada. No es la primera vez que he quedado en el medio de la nada sin comunicación, tengo experiencia de sobra. Pero así es el sur. Todos los sureños lo sabemos. Y matamos el viaje entre mate y charlas. No hay lugar al sueño, para eso debemos descansar lo suficiente. El tren es como un camión, pero nosotros vamos sobre rieles. En el largo trayecto que hacemos, siempre hay tiempo de sobra para recuerdos.
Alguno se preguntará tal vez sobre qué conversamos en el largo viaje. De todo. Del fútbol dominguero y la liga local. De algunos compañeros nuestros que están haciendo el colegio secundario, que adeudan materias o que quedaron libres. De nuestros enfermos en la familia... ellas, nuestras familias. A ellas que buena parte del año se bancan solas con los chicos esperando nuestro regreso. Y después conversar de otros temas menores, que la televisión, la radio, pero este tema, que al menos entre los neuquinos nos da vueltas en la memoria de las blancas palomitas: Carlitos F.
Ya a esta altura no sé cuantas curvas y contracurvas he hecho, pero sé de todas las otras tantas que quedan. Afuera hace frío y en demasía, pero no lo siento. Tuve que apagar la calefacción porque al final me estaba empezando a provocar sueño con el riesgo de quedarme dormido. Más vale prevenir que curar.
Después de unas 13 horas y algo más he arribado junto a mis compañeros a Bahía Blanca, más específicamente, al puerto. A descargar la mercancía y regresar con el tren vacío. Ya a esta altura, sabemos que otras personas están esperando para hacer las maniobras con el tren para la posterior descarga de la mercancía. Y yo me voy camino al hotel porque a esta altura de la jornada, aunque sea pleno día soleado, estoy cansado... de tanto viajar.
Llego al hotel – no es el lujo de 5 estrellas, pero para apoyar la cabeza y dormitar un poco, suficiente – y en una habitación de uno por uno nos metimos los tres y teníamos que dormir en 1 cama! O sea, 2 debían dormir en el suelo. No me interesa, lo que sí sé es que pasé por la ducha y en una bolsa de dormir, puse mi humanidad. Ni bien lo hice, me dormí, como le dicen a los chicos que duermen como los angelitos, yo era feliz durmiendo. Ni supe del paso de las horas porque despierto y me doy cuenta de que estaba atardeciendo...
Salí al patio del hotel y justo me acordé de mi señora, Jimena, que a estas horas estaba en camino al cole ¿o no? Que los chiquis están con la abuela. Los amo. Son mi familia. Ah, eso del cole, ya lo padecí hace... unos dos años atrás cuando por orden de la empresa me obligaron a hacer el secundario. Recuerdo que Jimena me sugirió que hiciera el acelerado de 3 años y terminé haciendo uno en 5 años orientación letras, o sea, nada que ver con el laburo que hago. Bueno, ya que tenía que ponerme el delantal, le insistí a Jimena que volviera porque había dejado el secundario en el 4º año... después de que había repetido creo unas 2 veces 3º y en 4º se quedó libre... y como quien dice, bolas de nieve, todo empieza como algo chiquito y después acaba yéndose de las manos. Casi me ahorcaron – con amor! – cuando llegó el primogénito. Y Jime tenía... 20 años. Casi nada. Y yo ya tenía como dice una frase “barba y pelo en pecho”, 28.
Ya sé que ella sale a las 22.35 de la escuela y está contenta. Sé en qué curso está: 5º 4ª de físico – química, en la misma escuela donde estuve. Viene cansada, pero es el último año. ¿Para qué lamentarse sobre las cosas que no hizo a su edad? Siempre me dice “Vos estuviste peor, empezaste el industrial y lo dejaste en 1º no más...”. No importa, por lo menos, es un grado más en el nivel de los estudios.
Me fui a la cocina para hacerme algo de comer porque me estaba picando el bagre. Mis compañeros seguían durmiendo como las rocas. Un buen puré de calabaza con una presa de pollo fue una santa cena. ¡Qué bendición! En casa nunca falta nada, pero hoy, estaba lejos de mi familia... comiendo despacio y pensando en algún fin de semana para estar allá, tan lejos, tan cerca... sentir en la cara el viento, ese mismo viento que en el invierno, es como una fina agujita que se te cuela por las venas de tu cuerpo...
Varias veces he salido a jugar con los chicos y Jimena en la nieve. Lo que nunca he pensado que me fueran a preguntar, realmente ahí es cuando quisiera que estuviera cierta persona para dar explicaciones, es porqué no pueden viajar en tren. Recuerdo que esa noche nevaba con todo, hacía unos 10º bajo cero. Pero si la temperatura era tan baja, para mí se fue por las nubes: sudé de forma tal que me corría el sudor por mi frente... ¿cómo responderle a ellos, dos chicos de 6 y 8 años que alguna vez hubo trenes de pasajeros en Zapala y que vino Calitos y les pegó un tijeretazo? Mi esposa la quiso arreglar, pero no había forma, intentó decirles que algún día “nos íbamos con papá en el tren de carga”.
En la tarde del día siguiente, es decir, del día miércoles volvimos los tres hasta el puerto. Hubo que rearmar el tren y... como aprendí de conocidos del campo, el caballo cuando vuelve para la querencia, lo hace más rápido que cuando salió. En fin, cuando partí, tenía carga y ahora solo llevaba vagones vacíos.
Tantos años oyendo ese mismo traqueteo de los convoyes, ruidos de máquinas, bocinas, el silencio del paisaje de confería una cierta soledad. Porque el viaje en sí era solitario. Como lo estaba la playa cuando arribó, con algunos hombres cumpliendo horario nocturno.
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