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martes, 27 de mayo de 2008

Cuentos de Alcoba XIX: Elisabetta

1ª Parte


En los galpones de Remedios de Escalada, conviven locomotoras de dos concesionarias: Ferrobaires y Metropolitano. Entre las locomotoras que conviven en el lugar, se encuentra Elisabetta.

Elisabetta no está sola obviamente, pues a ella la acompañan algunas hermanas más, sumando también aquellas que transitan cortos tiempos. Hace mucho tiempo, tanto que no se tiene ni idea, ella vino a parar ahí después de un incendio en General Rodríguez.

Pasó mucho tiempo ahí, pero en el sector de reparaciones. Mientras era reparada, tenía tiempo de sobra para compartir con sus hermanas del lugar. Pero un buen día, su reparación acabó: era hora de volver a los rieles.

Estaba muy contenta por regresar a servicio: es que volvería a uno de los corredores más abandonados de todos: precisamente, aquel que muere en Bolívar, un poco más allá con Daireaux.

Sus primeras veces le resultaron muy apasionadas, máxime si ella tenía en cuenta que hacía mucho que salía a la vía. Y hasta se daba el lujo de hacerle burlas a su melliza Doris por el arrebato que le hacía.

Doris... ¡Mira que te arrebaté el Bolívar!!!!” – le hacía burlas Elisabetta mientras salía con el tren desde Plaza. Y Doris la miraba con envidia. Le decía “¡Algún día las pagarás!”

Su pasión terminó convirtiéndose en una rutina. Elisabetta, cansada de rodar todos los días el mismo ramal, un día anunció a sus hermanas de Kilo 4 “Creo que daré un paseo”.

Sí, dale, acá nadie te dice nada muñeca” – contestó Madariaga creyendo que era un comentario sin interés alguno.

Pero sí, hasta si quieres, te consigo una pequeñita estancia en Polvorín” – le dijo Bragado.

¿Me dejarás el Bolívar a mí?” – preguntó Doris inmediatamente.

¿El Bolívar? Pues sí, llévatelo entero, te lo doy con estuche y todo” – le contestó Elisabetta.

¡Gracias! ¡Ahora es mío!” – gritó Doris.

Mientras Doris festejaba, Elisabetta armaba su valija viajera. Tomó un mapa, fue al surtidor donde cargó combustible y se dirigió a La Chabona “Me voy a probar suerte a otro ferroca”.

La Chabona la miró sin entender, hasta que le dijo “Te aconsejo Ferrocentral, pero si no quieres tantas vueltas, vé allá debajo de esta provincia, la vas a pasar bien”.

Pero Elisabetta le dijo “No Chabona, tal vez en unas horas más esté navegando por el Atlántico” y se fue rumbo al puerto de La Plata.

La Chabona, ante la frase de Elisabetta, corrió a decirle a las demás “Che, esta está pirucha!”

Ya va a volver” – le dijo Chivilcoy a La Chabona.

En Kilo 4 no le dieron interés alguno a los anuncios de Elisabetta de irse a probar suerte a otro ferrocarril. Solita enfiló embocando los cambios que la llevaron finalmente hasta el puerto de La Plata.

Una vez en el puerto, los operarios portuarios la cargaron al buque que saldría con destino a Rótterdam. Elisabetta, miraba y trataba de despedirse de las últimas veces que estaría en el país, pues así ella lo había indicado.

Cuando el capitán del buque dio la señal de partida, a Elisabetta se le cayeron algunas lágrimas de ver cómo se alejaba del puerto, que dejaba atrás su tierra, sus vías donde la vieron rodar por varios años... mientras el puerto platense iba alejándose cada vez más y más, su tristeza parecía no tener consuelo.

Así vió perderse en el horizonte el puerto platense y solo se vió a bordo del buque y en el medio del agua. Ella solita ignoraba el tiempo y el espacio, solo tenía tiempo para pensar en los mejores momentos.

Cayó la noche, el cielo se pobló de estrellas. El buque seguía camino a Rótterdam. Ya estaba muy lejos de América, ahora navegaba solitaria por el medio del mar.

Y poco se durmió. Despertó en el medio de la noche. Miraba y seguía mirando pero ella seguía su camino rumbo a Rótterdam. Cada tanto volvía su mirada hacia el Oeste, sabía que yendo hacia el Oeste llegaría nuevamente a su tierra prometida, su país que la vió nacer, crecer y ser lo que es hoy.

Pero Elisabetta tenía puesto bien en claro que su país le está dando muchos dolores de cabeza. Solo empieza a recordar los dolores de cabeza en Ferrobaires, que sabe mucho del maltrato y cero mantención, de la última y cancina reparación.

A la vez también le invadieron los mejores recuerdos: sus andanzas junto a Doris, Loretta, María, Mónica y tantas otras hermanas suyas en el Urquiza en épocas memorables, sus paseos por el litoral, estancias en los galpones de Lynch con Monte Caseros y Yatay... Hasta que un día sintió que la estaban arrancando junto a Doris para ir a parar a vías sin destino a no se sabe donde.

También pensó en la época dura: entonces se sintió sobreviviente, porque su ciclo de rodar no finalizó, como el de varias hermanas suyas. Pero lamentó a la vez haber perdido todo contacto con ellas...

Sus pensamientos pasaban como una cinta sonora y los kilómetros seguían pasando. Finalmente, al amanecer en el medio del mar, se volvió a dormir.

Horas más tarde, el buque tocó puerto en Coimbra. Luego siguió navegando unos largos kilómetros más hasta que se internó por el Canal de la Mancha, luego lo hizo por Paso de Calais y volvió a tocar puerto en la localidad de Calais, en Francia. Allí cargaron un coche y el próximo destino era Rótterdam.

El buque siguió camino hasta internarse en el Mar del Norte. Elisabetta despertó y aún seguían en el medio del mar. Solo el capitán del buque sabía la dirección a seguir para llegar a destino.

Elisabetta estaba ansiosa de llegar. Sus ansias aumentaron cuando vió el gran puerto de Rótterdam. Pensó “Que gran ciudad de contenedores”. En efecto, Rótterdam no solo es una gran ciudad de contendores, sino también una ciudad de barcos y buques que en todo momento, a toda hora entran y salen con diversas direcciones.

Y el buque aflojó la marcha hasta adentrarse por un canal donde estacionó. A tierra bajaron los tripulantes y los operarios del puerto comenzaron a descargar el buque. Descargaron tres contenedores, un coche, un cisterna y después le tocó a Elisabetta.

Por un momento, Elisabetta estuvo en lo más alto que podía estarlo. Es que una grúa de gran porte la sujetó del bastidor, la sacó del buque y la bajó a tierra.

Los ingenieros de los NS que la estaban esperando, verificaron que la trocha de Elisabetta era mayor que la que ellos acostumbran a utilizar. Entonces la embarcaron en un carretón y se la llevaron a un taller en Rótterdam. Allí lo primero que hicieron fue el retrochaje: le adaptaron sus ruedas a la trocha media que utilizó alguna vez en sus servicios en el Urquiza.

Pero pasó una semana solamente en el taller de Rótterdam: allí, ingenieros y mecánicos la examinaron detalladamente, sin dar lugar a que no se escapara de su ojo ningún elemento sin funcionar o que estuviera dañado. Aunque debió quedar allí dado que le detectaron una de sus ruedas con una severa falencia.

Elisabetta no entendía la lengua de aquellos nuevos ferroviarios. Tampoco podía ubicar con quienes poder entablar un diálogo. Solo sabía que en su entorno las cosas estaban bien moviditas.

Al inicio, esta aventura de probar suerte en un nuevo ferrocarril, estaba saliéndole bien, se sentía a gusto. Pero llegó el momento de prestar servicio.

Su primer corrida fue un tren carguero, un tanquero. Se desplazaba desde Rótterdam hasta Haarlem. Ese viaje lo hizo sin anomalías, más también la estaban poniendo a prueba y ella estaba conociendo nuevos paisajes.

Luego siguieron diversos viajes, Haarlem a Ámsterdam, a La Haya, a donde fuera, pero de tantos lugares donde la mandaban, la terminaron mareándola. Un día, en el depósito de locomotoras de Hengelo, dijo “Este país es muy chiquitito y se conoce en pocos tiros, encima, la red ferroca es más complicada que perdí la noción del rumbo”. Otras locomotoras que estaban ahí, no entendieron qué fue lo que dijo, solo se limitaron a mirarla, pero solo una le dijo en inglés “Who is you?”

Elisabetta le contestó en un inglés trucho “Yo am Elisabetta”.

Ah... Elisabetta... Where are you?” – volvió a preguntarle.

Yo soy argenta, a toda honra” – dijo en castellano Elisabetta.

What Elisabetta?” – preguntó la locomotora.

Argentina” – contestó Elisabetta.

Entre pitos y flautas, hacía como cuatro meses que Elisabetta estaba en Holanda. Sus hermanas, en Kilo 4, estaban desesperadas por su desaparición. Habían reportado su extravío a la concesionaria, fueron a la policía y a cuanta autoridad tuvieron a mano. Pero parecía que a Elisabetta se la había tragado la tierra. Ahora estaban probando con la distribución de panfletos por todas las líneas de ferrocarril. Los panfletos llegaron hasta los depósitos, a Lynch, Tolosa, Saldías... hasta en Polvorín, donde están los tranvías había panfletos. Pero nadie sabía nada de ella.

Elisabetta, en tanto, continuaba prestando servicio en la red holandesa de ferrocarriles en óptimas condiciones. Uno de sus conductores, una vez la elogió ante sus compañeros por el rendimiento. Y eso la ponía muy contenta.

Hasta que un día pensó “No puedo seguir recibiendo alagos y alagos si extraño mi tierra, a mis hermanas... estas chicas de acá nada hacen a mis hermanas que podremos jugar con el soplete, podremos hacernos percha con él, pelearemos, nos insultamos pero nos queremos y nos cuidamos... las extraño afanosamente y extraño hacerle burlas a mi melliza Doris cuando le arrebato el Bolívar... no puedo dejar de pensar en esas estaciones donde más de una vez soy el fantasma que llega para darle alegría a los pasajeros... ellos que se aguantan todo cuanto pueden y yo dejé la tierra, mi tierra, del tango y la chacarera cuando podía, alguna vez me he escapado a Mar del Plata y a otros lugares posibles... Pero bueno Elisabetta, tomaste la decisión de venirte acá, ahora me las he de aguantar, porque es imposible dar vuelta este destino, por el momento, me condeno a seguir acá pero no sé si alguna vez volveré con mis hermanas...”.

Ese día despertó con demasiada melancolía. Fue conducida a reparación a Hengelo, donde allí se encontró con unos muchachos poco usuales: los tranvías.

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