“¿Sabes algo Mario?” – dice Mateo a su socio.
“Te escucho mientras conecto la radio” – le contesta. Mario estaba conectando la radio. Ese día jugaban Ríver y Huracán.
“Hoy es un día precioso, amén muy placentero para conducir y escuchar el partido por la radio”
“Todos los domingos son buenos…”
“Excepto cuando llueve. Es una verdadera cagada chapotear agua por todos los rincones”
“También los no domingo son una garcada también”
“Los jefecitos”
“El día Ariadna. Otro que día Osvaldo”
“Bueno, eso es para subir la bronca diaria. Ayer tuve doblete”
“Sí,
“En el jardín de mi casa. Uno de los cactus se me hizo percha y se me está muriendo lenta y cancino”
“Negro, las plantas van y vienen, así las hizo la madre natura. Aparte, a tu jardín hay que envidiarlo con todas las letras”
“Porque es lo bueno que tengo. Bien pinchudo”
“¿Tienes idea por qué la radio no anda?”
“¿Qué te hace pensar que emite ningún chillido?”
“Porque doy vueltas en las estaciones y no pasa nada”
“¿Accionaste el on?”
“Sí”
“¿Quitaste el mute?”
“Sí, está a todo lo que da”
“Mostrame la radio”
“Es la que me dio Sancarranco en la estación Boulogne. Me dijo que me la llevara porque en el taller no la querían más”
Mateo mira la radio mientras espera con el tren en estación Padilla – “¿Dijiste que fue Sancarranco el que te dio la radio?”
“Sí, ¿por qué?”
“¿Acaso cuando has pedido algo te ha dado algo que andara?”
“Yo nunca le pido nada a él”
“Vos no, pero compañeros míos me han dicho que este cristiano regala todas las cosas que no andan, así que si la radio no funciona, no es de extrañar que te haya dado un aparato fundido”
“Bueno, que se vaya a la cloaca” – dijo Mario, desconectó violentamente la radio y la sacudió por la ventanilla.
“¿¡Qué hacés bobo!?” – dice Mateo.
“Bueno, vos dijiste que ese cristiano da objetos que no funcionan”
“Sí, es cierto, pero debes devolverlo, así que ahora paro el tren, te bajas y me esperas al regreso, porque a Boulogne regresas con ese aparato ¿entendiste?” – dijo mateo, paró el tren y su socio Mario debió bajar para rastrear la radio. Él siguió con el tren camino a Grand Bourg.
Al llegar a Grand Bourg le extrañó ver algunos jerárquicos, entre ellos Ariadna. Mateo pensó que algo raro podía haber sucedido que todos habían salido de sus cuevas. Tomó su celular y llamó a Mario:
“Mario, soy yo!!!”
“¿Qué acontece compañero? Ya conseguí la radio si era por eso”
“Independiente de la radio”
“¿Qué?”
“Salieron todos de sus covachas, así que atajá el primer tren que pase por el lugar…”
“A la distancia viene uno…”
“Haz señas como puedas, subí y avisá donde puedas así te levanto, si saben que estoy sin ti se pudre el rancho boludo!”
“¡Vos por pelotudo me hiciste bajar a buscar esa radio choronga!”
“Chau” – le cortó Mateo a Mario. Éste atajó el tren que iba pasando. Fue hasta Los Polvorines, donde logró reencontrarse con Mateo.
“Che – empezó a quejarse Mario – eres suicida. Casi me ahorcan…”
“¿Quién estaba en el otro tren?” – pregunta Mario.
“Pipino y Uriarte”
“Pará, esos me suenan feo”
“Sí, los delegados”
“Amén de eso. ¿No sabías que el marido de
“Algo sabía, pero no tanto. De ser así me perdí uno y medio”
“Mejor deberías parar las antenas porque
Mario puso cara de neutro “Ah, bueno……………..”
“Otra que ¿qué dijo el abuelo José?”
Días después se supo de la aparición de un cuerpo sin vida en las inmediaciones del taller de Boulogne. Hasta el momento que hicieron la autopsia, no sabían a quien correspondía. Si pudieron determinar que había recibido varias picaduras de un reptíl venenoso y que había sido atado a la mandíbula de la locomotora. Se supo que fue arrastrado con ella.
Pero no había culpables. Sospechosos sí.
Mateo se enteró del asesinato dos meses después. Tuvo un buen motivo para pensar raro de que la señorita de las relaciones laborales tuviera algo que ver. Evitó pasar por la oficina.
Lo evitó hasta que un día pasó a retirar su recibo de sueldo.
Adentro había un ambiente espeso. Restó importancia.
Volvió a los trenes. Como la costumbre diaria.
“Mario, algo huele apestoso acá” – comentó Mateo.
“Sí, desde que apareció este cristiano muerto” – le dijo Mario.
“¿Alguno de nosotros tiene que ir a Boulogne?”
“Yo no, pero no creo que tu tampoco”
“Mira, te soy sincero, tengo un cagazo terrible, pero quisiera ir porque algo me late que todo empieza y termina acá dentro”
“Yo pienso que ha sido un perro desalmado”
“Si fuera un desalmado no lo hubiera sido tan pero tan desalmado. Aparte ¿quién de nosotros andaría con los reptiles?”
“Lo pidió prestado del zoo”
“No me interesa. Pero había que serlo cuando lo hizo”
Días después Mateo se extraño cuando fue a tomar servicio en Villa Rosa que su compañero Mario no estaba. Al día siguiente pensó que le cambiaron el diagrama y pensaría lo mismo hasta el día que lo enviaron a buscar un traslado a Boulogne por la noche.
Encontró a su compañero Mario atado de manos, con picaduras de reptil venenoso y arrastrado con una locomotora en el lugar. Entre los yuyos y en medio de las penumbras encontró al reptil.
Tomó coraje y levantó al reptil.
“Dios mío ¿qué hago con esta fiera?”
Fue hasta el taller y con herramientas provisorias sujetó al reptil. Esperó escondido en Retiro y una vez que se aseguró que todos los jerárquicos estuvieran en la oficina, irrumpió sorpresivamente en la oficina:
“Lamento molestar en pleno desayuno señores jerárquicos… - dijo Mateo y exhibió el reptíl delante de las narices de todos – pero acá algún hijo de puta está haciendo cagar fuego a la gente, así que si están libres de cargos y culpas, ya confiesen serlo, de lo contrario, llamo a la policía”
Ariadna parecía dispuesta a declararse inocente cuando le dijo tajante “Usted es el culpable de las muertes, así que tiene sus días contados”
“Me importa un pito y un poto, pero no confiesan, me encargaré de que se vayan a la gallola”
“Le muestro el informe de la policía – decía Ariadna sarcásticamente – usted está sospechado del abuso, muerte y ensañamiento de sus compañeros. Y lea lo que sigue abajo”
Mateo lee sin soltar el reptil “La próxima en este hilo de muertes serás tú”.
“No amenace” – dijo Ariadna.
“¡No sea cínica si usted es tan cómplice como otros personajes de la muerte del compañero! Sin lágrimas de cocodrilo”
Ese día, Mateo entregó el reptil a la policía.
Cuando fue sometido a la autopsia el cuerpo de Mario, se supo que presentaba los mismos signos de violencia. Algo lo llevó a pensar que Ariadna estaba en todo esto. Todo se precipitaría aquel lunes nublado de septiembre.
“Señorita Ariadna, necesito hablar con usted” – solicitó calmo Mateo.
Del otro lado del teléfono, Ariadna contestó “Dígame en qué anden lo puedo ubicar”
“En el número
Al rato, mientras hacían la maniobra con la máquina, Ariadna se acerca a donde se encuentra Mateo “Usted me dirá que desea” – dijo sugestivamente.
“Yo… ¿sabe qué puedo hacer para revertir mi situación?”
“No lo sabría, yo sé que la empresa te ha despedido ahora en 15 días más”
“No fui, señorita Ariadna, yo sé quien los planificó”
“¿Todo?”
“Absolutamente todo”
“Dilo pues ante la policía”
Acompañó a Ariadna hasta el sector de boletería donde se detuvo nuevamente “¿Sucede algo? De lo contrario, vuelva donde estaba”
“Sí, claro, no que fuera molestia” – contestó muy calmo Mateo y aprovecho para arrinconarla, sacó de su bolsillo una jeringa llena de veneno para ratas, con una mano tiró el capuchón que recubre la aguja y pinchó en una arteria cerca del corazón.
Con la aguja en la mano amenazándola, a los gritos, llevó a Ariadna hasta donde estaba estacionada la locomotora. Como hicieron con los otros muertos, la ató a la mandíbula, subió y la arrastró varios metros por la vía.
“No puedo creer en una mujer ferroviaria tan hija de puta como tú”.
Dos días después, Mateo le confesó a la fiscal ser el autor de la muerte de Ariadna. A pesar de eso, nunca pudieron comprobar que Mateo haya sido el asesino.
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