2ª parte
“Sus intenciones eran muy buenas, estaba rodeado de tipos que, a mi juicio, los hubiera mandado a la gallola por varios años, lustros y, décadas también, porque la tarra, la desaparecieron, pero al menos que sepan que en libertad hicieron ese negocio sucio, ahorita que la paguen en un cuartucho de 2 x 1, hacinados, por cierto”.
“Nunca me dijo que quisiera ser delegado…”
“Estaba todo cocinado para que él representara una de estas asquerosas listas del arcoiris. Pero el día que vió lo que estaban haciendo todos los candidatos, los siete, les pegó un portazo mal”.
“¿Cómo un portazo?”
“Porque él supuestamente representaba a la lista amarilla, y, cuando vieran su nombre ahí, sabían que todos iban a votar esa lista y que los demás perderían por goleada mal. El problema era que los demás compañeros están podridos de siempre aguantar esta misma bosta, chupamedias, rastrera al mango, lambeculos de los de turno que nunca hacen nada, y cuando lo vieran, lo votarían porque conocían su forma de pensar y actuar. Pero les pegó el portazo porque usarían su nombre para hacer un fraude electoral, y seguir con más de lo mismo: afanando, mintiendo y metiendo gente a dedo, coimeando y amenazando”
“Y eso que es muy inteligente”
“Y mucho más de lo que imaginas. Cuando crees que no ve nada, ve más de lo que te parece. Lo observa todo. No por nada le generó un dolor de cabeza por una pésima liquidación de haberes que le hicieron. A solas me comentó, angustiado, que había decidido dar un paso al costado. Iban a hacer un fraude de urna doble fondo, hasta habían conseguido algunos documentos truchados… todo una falsedad. Era tarde”
En la mesa de la casilla de los maquinistas en estación Buenos Aires encontró una publicación del sindicato. Y el título destacado era el escandaloso fraude y violencia en las elecciones a delegados en la seccional Tapiales. Pero no encontró en el texto nada referido a Agustín Supalama.
Volvió en el tren a Marinos del Crucero General Belgrano. Pensó en la boletera Amparo, allá en González Catán. “¿Y por qué habría querido llevarme al cuarto?”
Sintió sed y al llegar a destino final, pidió un vaso con agua. Cuando lo bebió, sintió que tenía un gusto amargo. Pensó que le estaban dando alguna bebida tipo Terma o algo así. A los minutos cayó dormido.
Despertó en la casilla de los cambistas. Mareado, casi no podía ubicarse en tiempo y espacio. Le dolía la cabeza. Apenas tuvo conciencia suficiente para darse cuenta que lo habían desnudado. Le estaban acariciando el cuerpo, de arriba abajo.
“¿Qué… qué… ha…a…a…a… hago a…a…a…aquí…i…i?” – preguntó perdido.
Y Amparo le contestó – “Ángel, vos aceptaste venir acá conmigo ¿no recuerdas?”
Ángel no recordaba absolutamente nada. Solamente percibía que Amparo estaba teniendo relaciones.
Ella se fue. Él quedó tendido en la cama hasta que recobró la conciencia. Se vistió y llegó el señalero Félix González Berrocal.
“Peluffo… Peluffo… ¿Qué te pasó?”
“No sé…” – contestó aún algo perdido.
“¿Qué hacía esta mina acá contigo? ¿Tú viniste a…?”
“Cuerdamente no aceptaría estar con esta puta baratija de Amparo, pero tengo una amarga sensación…”
“Pero tenías sueño…”
“Me pedí un vaso de agua y me dieron algo con gusto amargo…”
“Y te trajeron acá… bien”
“No sé… pero me habían quitado hasta los calzoncillos”
“Sencillo Peluffo: la puta baratija de Amparo es la cómplice: aprovechó tu estado de inconsciencia, te desnudó y acabó contigo. No tiene vueltas. ¿Cuántas veces ha intentado traerte acá?”
“Creo que unas varias…”
“¿Ella será la cómplice de saber cuál fue el destino de Supalama?”
“Por supuesto, que no te quepe duda alguna”.
Sin dar demasiadas vueltas, en un zanjón al costado de la casilla de señales, encontró lo que no se esperaba: sumergido, en el barro podrido, estaba el cadáver de Agustín Supalama. Estaba atado de pies y manos, y en sus espaldas varios tiros. Olía a putrefacto.
“Esto lo han hecho mucho antes de las elecciones…” – le dijo Félix a Ángel.
“Ya tengo un motivo suficiente para empezar” – contestó Ángel.
Después del trabajo de la policía científica, apareció el resultado de la autopsia: estaba atado de pies y manos, recibió unos 15 balazos por la espalda y para continuar su lenta agonía, lo arrojaron al zanjón. Entonces, la justicia tomó cartas en el asunto.
No se tardó demasiado en saberse que detrás de esto estaba el sindicato. Alguien lo calificaría de crimen mafioso. Pero ellos, los delegados, usando los mismos artilugios de siempre, consiguieron zafar de ir presos.
Pero Ángel volvió a la estación González Catán. Vestía bajo su uniforme de ferroviario, un piloto largo. Fue derecho a la boletería buscando a Amparo y la encontró que recién terminaba de despachar boletos. Midiendo la distancia, se puso de perfil, abrió su saco y con el brazo izquierdo, escondiendo en el piloto tenía la escopeta. Tomándose el tiempo del mundo la levantó, apuntó y sin mediar palabras, efectuó un solo disparo. Suficiente para romper el vidrio y acabar en el medio de la sien de Amparo. Luego bajó el brazo con suma tranquilidad y se fue a tomar servicio.
“Lo siento Amparo, pero te lo merecías. Por hija de puta… por cómplice te ganaste el mote de puta baratija”.
Y se marchó con
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