1ª parte
Acabó de meterse las manos a los bolsillos. Caminaba arrastrando los botines sobre el polvoriento suelo de tierra. Por su pensamiento tenía presente que había votado para el sindicato. ¿El sindicato? Un arcoiris de listas: siete. Una roja, una naranja, una amarilla, una verde, una azul, una añil y una violeta. ¿Para qué siete listas en un roñoso galpón como este de Tapiales? Cuatro ferroviarios roñosos votando una manga de inútiles e ineptos que se cagan en todo y absolutamente todo. Y por cierto, uno a cuan lleno de expedientes en la justicia…
Una agria sensación tenía Ángel Peluffo. Se apoyó pesadamente contra una columna. Y miraba hacia las vías como pasaban los trenes por la estación.
“Acabé de votar Ángel” – le comentó Edson Mejía.
“Ya eché ese puto papelito” – le contestó Ángel.
Y siguieron mirando los trenes pasar. Hasta que se oyeron gritos a lo lejos.
Edson fue a ver de qué se trataba, pero Ángel ni se inmutó. Ni le interesaba quien ganaba. Le resbalaba totalmente.
Cuando se le ocurrió, salió al patio trasero hasta que llegó al sitio. Había una batalla campal por el asunto del recuento de votos. Piñas y patadas entre los candidatos.
Ángel tomó su celular y llamó al 911 así se iban un rato a la gallola.
“¿Qué hace Peluffo?” – gritó uno de los que estaba en el suelo.
Otro le contestó “¡Está llamando a la cana boludo!”.
Al rato vino la policía y se los llevó a todos. Pero fue más el tiempo que tardaron el llevarlos que en regresar al taller de Tapiales.
“¿Para qué carajo llamó a la cana Peluffo? Usted siempre haciendo cosas de idiotas” – le increpó el candidato de la lista azul.
“¿Acaso no pasaron un ratito hermoso?” – le contestó con una pregunta irónica Ángel.
“Usted absténgase de hacer lo que debe hacer, que nosotros sabemos qué debemos hacer”.
“Sí Ojeda ¡robar!” – increpó Ángel al candidato de la lista verde.
Un día fue solicitado para cubrir a un compañero en el servicio a González Catán.
Al día siguiente, por el mismo motivo, también debió suplir al mismo compañero.
Al tercer día le tocó hacer lo mismo. Se preguntó qué estaba pasando con Agustín Supalama que hacía tres días le estaba haciendo el reemplazo.
Se le ocurrió preguntar en boletería. Y estaba en ese momento Amparo.
“¿Eres Ángel Peluffo, quien hace el reemplazo de Supalama?”
“Sí. ¿Alguien por casualidad no sabe nada?”
“¿De Supalama?”
“Digame… ¿Usted se hace o es…?”
“Peluffo… puede que esté deseando saber de otra persona” – le dijo por detrás el jefe de estación.
Amparo no se quedaba atrás “Por detrás Ángel… ¿hasta dónde serías capaz de llegar por conseguir algo?”.
“Si esperas que me quede en bolales, vete con el añil” – le tiró una indirecta Ángel.
“Nunca sería capaz de pedirle una cosa semejante… aparte, conociéndolo, si debiera elegir, elegiría un buen apretón y arrancarte un flor de chuponazo”.
“Andá a mamarte al boliche más grasa de todo González Catán”.
Obviamente que Ángel Peluffo no transa así porque sí. Se corrió hasta Merlo Gómez donde lo esperaba la novia de Supalama. Ella le había pedido expresamente que su novio no se metiera en esa campaña electoral del sindicato. Había recibido amenazas anónimas.
Cuando Natalia vió venir a Ángel, vió en él un hálito de esperanza de encontrar a su novio. Corrió a tomarlo de las manos. Ángel la llevó hasta un banco. A charlar a calzón quitado.
“Seguramente hace mucho tiempo que te dije que convencieras a tu novio de que no se metiera con estas ratas del sindicato” – le comentó Ángel.
“Me dio la impresión de que me mintió…” – se bajoneó Natalia.
“¿Qué te decía?”
“Que no tiene nada que ver, que no se mete y… y esas cosas”
“Agustín en realidad por andar atrás de las elecciones, descubrió algo que nunca debió haber descubierto”
“¿Algo del sunga?”
“El sunga fue así: Parece que durante dos años casi tres, estos tipos se estuvieron guardando la platita destinada a la reparación de los coches en la línea. Entonces, truchaban todo y eran los que manejaban quien entraba y quien salía del ferrocarril, quien hacía los cursos y quien no. Cuando se vino la hecatombe en el San Martín, de alguna forma había que justificar las actuaciones de Metropolitano”
“El nunca me dijo del sunga”
“Te debe haber contado lo del bolales…”
“No entiendo…”
“Verás… ¿alguna vez has pensado que tu novio te haya metido los cuernos?”
“He tenido algún presentimiento que hacía eso, pero no sé…”
“Sé más de lo que a Agustín le pasó”
Natalia miró al piso, algo angustiada.
“Ya no hay remedio, da bronca pero desoyó lo que le dije desde un inicio. No lo hacía por hinchapelotas, sino por su bien”.
“¿Y cómo siguió lo del sunga luego de la hecatombe en el San Martín?”
“El sunga lo disfrazaron por un tiempito con el nombre de Sauna”
“¿Sauna?” – interrumpió.
“Sí, sauna, que en realidad lo que era Tapiales era el aguantadero de estas mierdas del sindicato”
“Y me supongo que el sauna continuó siendo la misma mierda de lo mismo que era el sunga…” – supuso.
“Exacto. Un lavaje de caras. Y cuando rajaron de una patada en el culo a Metropolitano, hicieron al mismo tiempo otro lavado de caras”
“Y siguieron bailando dentro de la misma mierda”
“Con el mismo olor, lo peor de todo”
“Veamos… si el sunga, el sauna o como fuera, era una tramoya del sindicato… ¿qué carajo hacía Agustín ahí?”
“Agustín pecó de inocente. Siempre le advertí que estos tipos eran de la última y peor calaña, y que como que siguiera así, le iban a serruchar el piso mal. Él se justificaba diciendo que algún día podría llegar a ser delegado y hacer las cosas políticamente correctas”
Natalia miró el tren pasar.
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