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martes, 23 de diciembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Intimidades de la cabina

Historia del suicidado

Camilo Farias todos los días conducía trenes en el ramal Villa Ballester – Zárate. Le gustaba escribir poemas de amor a una amiga íntima de la localidad de Campana.

Un largo tiempo después, ambos lograron ser muy felices. Después de dos años de noviazgo, su amiga resolvió abandonarlo sin explicaciones.

Los días pasaban y pasaban, mientras Camilo esperaba sentado acodado en la ventanilla de la cabina de alguna gallega mientras trabajaba, que apareciera en alguna de sus pasadas por Campana su gran amor, pero ella estaba ausente.

Pero un día le brotaron las lágrimas, y no encontraba consuelo a la ausencia. Cometió los peores pecados de su vida: suplicó, se humilló, tiró un frasco de tinta china al río Paraná y lloró en cuanto rincón pudo encontrar.

Su amiga se mantuvo firme en la decisión y, según dicen las malas lenguas, empezó a salir con un conocido de la localidad de Ramallo.

Pasado el tiempo, Camilo descubrió que lo mejor era recobrar la dignidad y recordar los buenos momentos vividos. Del sufrimiento sacó fuerzas y empezó a mirar el presente con otras ilusiones, sin dejar de soñar en el regreso de su amiga. Pero no se ilusionaba, porque bien sabía que ese amor era imposible.

Sin quererlo, un noche de invierno, cuatro años después, su amiga apareció nuevamente, en estación Zárate. Por su rostro brotaban las lágrimas cuando le confesó a Camilo:

- Otra vez te amo.

Frente a esto, Camilo no supo como actuar en ese momento. El caso es que salió corriendo del edificio principal y al ver que una ALCO RSD-16 hacía una maniobra, cruzó las vías y se tiró sobre la vía donde corría la locomotora, que finalmente terminó perdiendo la vida porque sus huesos se molieron bajo las ruedas de esa ALCO y la vida se esfumó delante de aquel amor imposible.

Historia del terraplén

Mario Fleitas es el “conductor bobo” de Metropolitano Roca. Le dicen así porque siempre hace los rellenos. Su última tarea que se le conoció fue estar mirando los pajaritos en un cabín en estación Remedios de Escalada. Solo conducía los fines de semana, nunca tenía un destino fijo.

Supo tener amores con una muchacha quince años menos que él, de la estación de Gerli. La muchacha no hizo cuestión cuando una noche Mario la levantó en el andén de estación Avellaneda y se la llevó en la cabina, tampoco puso reparo en la diferencia de edades, y, además, es cierto que Mario es medio refinado frente a lo que son sus compañeros.

Pronto empezaron las dificultades.

Una noche de lluvia, Mario llevó a la muchacha y en el pajonal de Kilo 4, entre unos vagones convertidos en chatarra, apretaron apasionadamente.

Otra noche, en un desvío en el silencio de Escalada, desvistió a su compañera en su totalidad. Luego le acarició todo el cuerpo.

Días después, en un cabín abandonado en General Alvear, hicieron el amor. Lo que sí se supo es que no puso muchos reparos en que debía cuidarse.

Tiempo después se separaron. Un buen día, la muchacha rastreó el celular de Mario. Lo llamó para darle un aviso inesperado:

- Mario, estoy esperando un hijo.

En ese momento, Mario palideció. Su celular cayó al suelo, al igual que él. Y nunca más despertó.

Días más tarde, la muchacha le comentó a un compañero de Mario:

- Pobre Mario, no pudo soportar el peso de semejante noticia.

Historia de dos mundos muy distintos

Reyes Tabuenca Hernández sabe del marcado acento español, a pesar de los largos años de residencia en el país y de ser argentino naturalizado. Conduce trenes a Bragado y hace un largo tiempo empezó a fijarse en una chica con guardapolvo que todos los días espera el eléctrico en estación Liniers.

Como estación Liniers no es parada del tren de larga distancia, Reyes se las arreglaba para ubicarse en la ventanilla y observar a aquella chica del guardapolvo mientras reducía la velocidad del tren. Siempre que podía, clavaba sus ojos en ella.

Un día, sin quererlo, la chica se acercó a Reyes:

- ¿Sabe dónde debo sacar un pasaje con destino a Junín?

Amablemente, Reyes le contestó:

- En Retiro San Martín. ¿Pero qué médico va a tomarse un tren si la mitad más uno de ellos no usan el transporte público?

La chica enmudeció y Reyes quedó mirándola.

- Es que no sé conducir autos – le dijo la chica.

- Yo tampoco, pero aún así sé conducir – comentó Reyes.

- ¿Conducir?

- Claro. ¿Y quién lleva el tren si no es un hombre?

Días después volvieron a verse en Once, pero solo se saludaron. Finalmente, una noche, se encontraron en estación Liniers.

Reyes tomó de la mano a la chica y salieron caminando por Barragán. Al llegar a la avenida Juan B. Justo, en un rinconcito, Reyes puso contra la pared a la chica y la apretó apasionadamente.

En el encuentro siguiente, Reyes llevó a la chica a un telo cerca de estación Liniers, donde hicieron el amor.

Tiempo más tarde, la chica empezó a fugarse con Reyes en la cabina, con destino a Bragado.

En tanto, Reyes empezó a darse cuenta que la médica con la cual mantenía una relación sentimental, no podría llegar a buen puerto. Por más que le demostrara sus finezas, resultaba imposible continuar y que en cualquier momento, ella se inclinaría por una persona más cercana a su oficio.

Y resultó efectivo el pensamiento de Reyes: en el momento menos esperado, ella se enamoró de un contador de la localidad de General Rodríguez. Entonces, cada vez que conduce los trenes a Bragado, detrás de su uniforme de ferroviario, recordará que aquel amor, fue una simple aventura.

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