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martes, 23 de diciembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: Cosas del amor

Todos los días Fernando envidiaba el metro setenta y cinco de Soledad. No le importaba donde estuviera, pero su sitio predilecto era la ventanilla de la locomotora, así le permitía una mejor imagen.

Cualquiera fuera la vestimenta de Soledad, para Fernando era su chica. La equis, según hacías los planteos en la jerga de las matemáticas, era cómo ganársela. El quid de la cuestión.

Sabía algunas cosas: todos los días tomaba el tren en Plaza y se bajaba en Berazategui.

Nunca usaba polleras. Siempre iba a los pantalones, zapatos comunes y corrientes. Pero jamás dejaba de mostrar el ombligo, tenía un arito hermoso. Y una silueta como la de ella sola.

Fernando siempre moría por tenerla consigo.

Entre idas y vueltas, un día se llevaron por delante. Sin querer.

“Disculpe” – le dijo Soledad mientras caminaba apurada por el andén 9.

Fernando se quedó mirándola “De algún lado me suenas conocida”.

“Te equivocas” – pegó media vuelta y siguió su paso presuroso.

Lo que no se percató Soledad, fue que Fernando, en vez de subir a la locomotora, subió a la formación. Y la siguió.

En Berazategui bajaron ambos. Soledad fue al baño, al único disponible. Al salir se lo topó.

“¿¡Otra vez aquí tú!?”

“Yo estoy en varios sitios, donde sea linda” – dijo muy sueltamente.

“¿Y se puede saber cuál es el motivo por el cuál me persigues?”

“Tú eres el motivo. Mírate en el espejo y verás”

Acabó en un fuerte palmazo en la mejilla izquierda. Solo hizo una mueca de dolor.

Durante varios días optó por tomar el tren anterior al cual tomaba habitualmente. Al menos consiguió tranquilidad.

Y al mismo tiempo planeaba hacerle algo para jorobarlo.

Se le ocurrió fingir un amor. Lo único cierto en todo es que le salió pésimo el plan.

Con sus raros artilugios consiguió dar con la dirección postal de Fernando. Y allí le mandó una carta.

“Fernando:

Antes que todo, me excusaré de pedir disculpas por la horrenda bofetada de hace un tiempo atrás en pleno andén, pero un mal día lo tiene cualquiera.

Me gustaría poder conocerte más a fondo, vivo apurada, tengo un trabajo un poco pedorro, pero bueno, me da de comer.

Me gusta poder compartir cosas con otras personas, pero quisiera que tanto tú y yo tuviéramos algo en común que nos lleve a buen puerto.

Tengo mucho para darte y poner a tu disposición, manos, boca, cuerpo… lo que se te ocurra.

Pero déjame conocer tu geografía, en cuerpo y alma, te haré sentir el mejor hombre del mundo. Te quiero. Te amo.

Soledad”

Leyó la carta, la dio un par de vueltas y la dejó metida en un florero restándole importancia.

“¿No tendrá otra cosa con qué romper las bolas?” – se preguntó asimismo mientras cocinaba un puchero. Justo sonó el teléfono.

Levantó el tubo “Hola”.

Del otro lado era Soledad, y se dio cuenta que era la voz de Fernando “Hola Fer, soy Sole, me supongo que as recibido mi carta ¿no?”

A Fernando la temperatura corporal se le subió más que cuando suele tener fiebre en las gripes.

“¿Tu carta? Ah… sí, que tonto, sí, la leí”.

“¿Te gustó?”

“Ni chicha ni limonada”

Metió la pata mal.

“¡Boludo al cuadrado! No conozco cursos para escribir cartas de amor”

“¿Y a mí qué carajo me importa? Me resbala un soto”

“Pues yo sí me fijo”

“Anda que vas a salir con fritas” – colgó Fernando.

Esa noche, le tocaron el timbre de su puerta. Pensó que no fuera Soledad. Por suerte era su novia Mariela.

“¿Te has enojado?”

“Una mina que quiere tenerme al jaque, le voy a dar con jaque mate y todo” – le contestó Fernando.

Pero Soledad iría más lejos.

Esperó a que llegara a su casa y ahí lo atracó contra la pared “No me cumpliste la otra vez” – le dijo Soledad.

“Estás loca, mil veces loca”

“No, porque me dijiste que me amabas”

“Yo nunca sería capaz de reventar a otra persona”

“Sí, a tu novia, Mariela Pajon. Nada se me escapa a mí. Pero no te vas a llevar esto de arriba”

“No me sigas jodiendo porque voy a llamar a la policía”

“¿En serio? Tu celular te lo afanaron”

Fernando se tocó los bolsillos y se dio cuenta que le faltaba su celular. Se quiso morir. Pero se le ocurrió una de último momento.

“¿Me dejarás ir en libertad si te invito a salir en este momento, a pasar una noche a solas?”

“¿A dónde?”

“A un telo. Donde estaremos juntos, sin que nadie nos vea”

Salieron en un tren rumbo a Sarandí, donde se bajaron. Allí fueron a un albergue transitorio donde uno y otro nunca se supo si disfrutaron la noche o no. Sí se supo que se quitaron las ropas y se tendieron en la cama.

Que se besaron y se acariciaron.

Que hicieron el amor.

Que así estuvieron toda esa noche.

Por varios días, Fernando creyó habérsela quitado de encima definitivamente. Pero aquel sábado de octubre, jamás olvidó cuando esperó a Mariela en Plaza Constitución.

Las cartas estaban echadas.

Fernando si bien miraba a Soledad, bien sabía que su corazón le dictaba que él estaba hecho para Mariela. Y ante la escena amarradita de Fernando con Mariela, jamás podrá perdonar todas las veces que le dijo que lo quería.

Sí cometió la mayor imprudencia de su vida: aprovechando la distracción de los empleados, sacó de la oficina un freno de mano y fue hasta la GR-12 estacionada en el andén 11. Se supo que la colocó y salió con la máquina.

Todos miraban estupefactos, Fernando estaba atónito.

Su locura acabó a los 50 metros, cuando la policía la llevó a la comisaría. Antes de ir al móvil policial, le gritó “Mentiroso resentido”.

Pero él siguió en la suya: Mariela ocupaba el lugar de privilegio.

“Lo siento si ella se sintió despechada. Pero primero está Mariela” - le dijo Fernando al superior.

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