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lunes, 17 de noviembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: El diario de Dante I – Un viaje en el Transiberiano

Observaciones:

- Fantasía

- Todos los personajes son ficticios. Su coincidencia con la realidad es pura casualidad.

2ª parte

Me tomé una ligera siesta que acabó siendo un sueño pesado. Desperté con un mareo que al intentar erguirme, terminé contra la puerta. Tenía mi cabeza que se me partía en mil cachos del dolor agudísimo. Por favor, acá sí que no pude contenerme y empecé a putear a Ernesto como nunca lo hubiera hecho. A los pocos minutos alguien golpeó la puerta. Cuando abro, alcanzo a ver que era el inspector que, en ruso vino a recriminarnos que tuviésemos la buena conducta, o que nos expondríamos a que nos echaran del tren. Entre pelos y señas pudo comprender que estaba mareado. Así que vuelta vino el camarero con otro brebaje más amargo que el anterior. Lo mandé como haberme mascado un sapo, de un gusto asquerosísimo y acabó siéndome una anestesia por unas 12 horas…

Al cabo de ese tiempo desperté y me dí cuenta que Flora no estaba. ¿Qué había pasado? Pensé que estaba con otros conversando, entonces, no tenía de qué preocuparme. Cuando salgo del camarote, el tren había parado en un paraje desolado en el medio de la Siberia helada. Hacía un frío de cagarse pero me preocupaba Flora. Cuando me topo con el inspector, le pregunto si no vió a Flora. Él me dirá que no vió absolutamente nada, pero antes de salir del vagón, un pasajero de la tercera clase me dirá que el inspector sabe más de lo que me dijo. Que tuviera mucho cuidado con el personal porque… son algo mafiosos. Yo pensé que era un cuento, pero pasaban los minutos, luego se hicieron horas y Flora no aparecía. Ahí me acordé del pasajero que me aconsejó que increpara al inspector, que sabía demasiado.

Fui tras las huellas del inspector pero me dijeron los mecánicos que se había bajado en el paraje desolado. Estaba perdido, pero no tanto cuando por un ojo de buey ví a Flora. Corrí hasta allí pero alguien de atrás me puso un cuchillo en la yugular. ¿Por qué tanto sufrimiento en un viaje de placer? No lo sé, no encontré explicación. Quería llorar, pero si quería a Flora, me obligó a interceder en la empresa estatal ferroviaria para que no despidieran al personal del tren.

Pues… apelé a mi política de delegado, la de defender a los trabajadores, pero me causaba mucho dolor e impotencia defender a delincuentes, y por mi esposa, lo tenía que hacer.

***

En el segundo paraje desolado, aproveché para llegar a la máquina. Me supuse que el teléfono sería una salvación, un hilo para pedir auxilio al lugar más cercano. Ni bien logré establecer la comunicación y relatar lo que me estaba pasando, percibí que a la línea la habían pinchado. Algo me llevo a pensar que estaban escuchando mi pedido de auxilio. Estaba decepcionado, la desesperación estaba a un paso y el maquinista, que quiso mostrarse muy amable conmigo, percibí que era tan cómplice como los demás que integran la dotación. Quiso consolarme como la madre a su hijo, pero nada me haría quitarme de mi mente mi querida y amada esposa. ¿Qué le estarían haciendo? ¿Qué y qué…? Varias preguntas al mismo tiempo y cero respuesta.

Él me continuaría meciendo cuando de golpe salí de la cabina, bajé justo en otro paraje tan desolado como los anteriores. Pero en vez de hacerlo en los coches de pasajeros, se me dio por hacerlo en el único vagón porta cereal. Tomando todos los recaudos posibles, subí al techo y, gracias a una endija en el techo, encontré la respuesta a lo que buscaba: el inspector no se había bajado en ningún sitio, estaba ahí, con una ametralladora apuntando a Flora como si ésta fuera la delincuente. También estaban los camareros, el guardatren, los mecánicos y uno de los maquinistas. ¡Todos parecían asociados en esta mafia de despedidos! Hete aquí que debía apelar a mi cabeza sin negociar un laburo, lo que sí transaría sería que los mandaran a la gallola.

***

Lo primero era lo primero y consistía en sacarlos uno por uno del medio. ¿Y qué señuelo les mando? Justo se me prendió la bombita y me fui derecho a la máquina, mi objetivo era fraguar un desperfecto técnico y, con astucia y buen sudaca que soy, abrí la puerta del motor y, con mucha precaución y elegancia, con una navaja hice unos elegantes movimientos que luego se tradujeron en unos serios cortocircuitos. Luego cerré la puerta mientras el motor mandaba unos chispazos, pero tranqui, mi plan iba viento en popa. Volví al techo del vagón donde estaba toda la manga de mafiosos y sentí una enorme satisfacción ver que la locomotora se estaba incendiando. Todo iba perfecto. Y pararon.

Los mafiosos salieron todos excepto el inspector que quedó de vigilante, sin desprenderse de esa maldita ametralladora. Aprovechando esa distracción, yo me metí adentro y por detrás, con un movimiento rápido y certero, el inspector acabó quitándose la vida asimismo. Yo desaté a Flora y rajamos rumbo al camarote a seguir el plan, porque para completarlo, no bastaba con sacar al inspector del medio, había que sacarlos a todos. Flora, algo aliviada, me dice “¿Muerto el perro se acaba la rabia?”. Me quedé pensativo y luego le dije que sí.

Dormir tranquilos, ni en pedo, aunque tuviésemos el camarote cerrado, tipo un fortín. Y encima con una ametralladora…

Nos turnábamos de a 2 horas. Flora espió por la cerradura y vió las mismas caripelas. ¡Nos estaban vigilando! A pensar en un plan urgente.

***

En un papel, planeamos la huída. Por suerte, la ventanilla es de las que se levantan. Salimos por ahí, Flora casi se cae del tren pero la caminata por el techo con la nieve cayendo encima nuestro era peor que una expedición al Polo Sur… estábamos congelados al mango y nos fuimos al furgón, donde nos metimos en una caja desculada. En la siguiente parada, no sé, creo que tuve la impresión de estar en alguna isla helada perdida en el ártico. La línea estaba muerta. Sigilosamente, fuimos hasta la puerta y los rusos sabían de nuestra presencia, así que empezó la balacera… llegó la policía y todos rajamos en el tren. Para colmos de males, el único ferroviario que hallé más amable e inocente conmigo, al guardatren, resultó ser tan delincuente como los demás.

En una salida al baño que hice, Flora me esperó en la puerta. El guardatren sabía mis movimientos y aprovechó para llevarse consigo nuevamente a Flora. Pude saber que eligió mal el sitio, los gritos me llevaron derecho al camarote. Esos largos y tensos minutos me hicieron pensar que él la maltrataba. Cierto. Cuando huyo, Flora abrió el camarote. Entré corriendo, agitado, desesperado. Me abrazó. Lloraba desesperada. Me dirá que él se zarpó. Al inicio no entendía, pero acabé comprendiendo que él había abusado mal. Y me estaba rayando mal…

Maldito hijo de puta y por varios si los había, los tendría que haber hecho cagar fuego desde el inicio mismo. Ya ni sabía que número de día hacía que estaba en ese tren y que el viaje, lejos de ser de placer, era un infierno.

***

Un curandero que encontré ahí, le pude contar mis penas. Y me dirá que los motivos por los cuales he estado tan mal fueron muy simples: habían querido envenenarme. O sea, que me muriera. Que bueno, el tiro les salió por la culata.

En el camarote, cuando podía hallar dos segundos de paz, Flora se sentía mal. Y lo estaría así por varias horas. Me quería cortar las venas. Y nuevamente el curandero apareció, para darme unas soluciones caseritas.

Fueron un alivio, pero no el final. Después me dirá de un atraso. Yo casi me cuelgo, porque no tenía tiempo de ilusiones si debía hacer otra cosa primero: deshacerme de esta manga de mafiosos.

Lo tomé a la ligera y alguien golpeó fuerte la puerta del camarote. Recordé que tenía esa maldita arma pero al mismo tiempo pensé que de algo debía servirme. Me escondí detrás de la puerta y Flora abrió. Supuestamente no había nadie pero sorpresivamente el camarero, otro buen mafioso, entró al estilo asaltante. El hijo de puta empujó a Flora hasta que cayó al suelo y yo, para evitar que fuera a matarla – ya tenía la pistola afuera – fui un poco más ligero y le gané de mano. Lo hice cagar fuego.

Este hijo de perra se tenía otras intenciones. Alguno me había chiflado que quería envenenarme así me moría. Y a Flora la querían como una puta barata.

***

Los siguientes días en el Transiberiano fueron algo pacíficos. Pero más me late que era la nieve y el frío extremo el que los tenía quietitos. El día ¿8? Cuando me apersono en el comedor, se desató una balacera infernal. Me mandé al suelo y arrastré a mi esposa hasta el pasillo.

Arrastrándonos como los reptiles llegamos hasta el camarote. Por la ventana alcanzo a ver un misero poblado y pienso que va a ser un remedio santo. Que de hecho lo fue. El tren paro y todos aprovechamos para aprovisionarnos de lo que fuera.

Comida y alguna buena ginebra hubiera sido lo que hubiera deseado tomar y comer, pero fui derecho a la armería a comprar algunas cosas, en especial, dinamita y cables. Eso me consumió unos cuantos rublos, pero si eso al menos servía para sacar del medio a esta manga de delincuentes, bienvenido era.

Regresé al tren, por cierto, el frío que hacía era tan insoportable, que tuve que mandarme una ginebra. Algunos pasajeros me advierten de que Flora está mal. Luego me dirá ella de los males, los mareos y las nauseas. Pucha que no era el Tren de las Nubes, pero que estábamos fritos, seguro.

Mientras Flora seguía con nauseas, yo trataba de fabricar una suerte de explosivo. Y por allá se durmió. Yo hacía cuentas y números hasta que en el momento menos indicado el tren se detuvo. Ah, debo aclarar que a esta altura, ya teníamos que estar de regreso pero íbamos con un buen retraso, así que recién estábamos pegado la media vuelta.

¿Y qué con los chinacos ojos tirantes? ¿coreanos tal vez? Me hubiera venido anillo al dedo saber un poco de patadas voladoras, así le volaba las partes íntimas de una soberana patada y se hacían una ligera siesta.

Esa parada en la frontera con los chinacos fue la peor de todas. Irrumpieron los chabones, justo me salió chamacos enfundados en uniformes asquerosos, armados hasta los dientes y violentamente nos hicieron bajar del tren. Flora no podía más y yo tenía ganas de volar el tren en mil cachitos. Pero después me doy cuenta que haber bajado del tren fue una buena acción, miré de reojo el teléfono y haciéndome el sota, me acerqué a él y llamé por teléfono a Ernesto.

Le pedí un SOS, pero no sé si me entendió. Para mí que del frío intenso, la línea estaba hasta congelada. Colgué, me dí vuelta y el hijo de puta del mecánico me apunta a la cabeza con el revolver y destraba el gatillo. Estaba jugando conmigo a la ruleta rusa. Por suerte, el tiro no salió.

Yo salí corriendo y él me persiguió hasta que me dio alcance. No podía hacer demasiado contra un grandote que me aplastaba como una hormiga. Mi querida Flora se animo, tomó un pedazo de riel y se lo dio por la cabeza. Cayó pesado como una bolsa de papas. A mi costado veo un charco de sangre. Flora me dice preocupada que le partió la cabeza, y en realidad, se la hizo bolsa. En definitivas, uno menos.

***

Continua en la 3ª parte

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