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lunes, 17 de noviembre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2008: El diario de Dante I – Un viaje en el Transiberiano

Observaciones:

- Fantasía

- Todos los personajes son ficticios. Su coincidencia con la realidad es pura casualidad.

1ª parte

Por una vez diría que estaba por disfrutar de unas merecidas vacaciones. ¿Y qué? Todo el año llevo y traigo pasajeros en el Martita. Con mi señora, Flora, no habíamos hecho planes de ninguna especie, hasta que se nos ocurrió una de último momento: salir de viaje a Córdoba capital. Hasta ahí, todo marchaba sobre rieles, cuando inesperadamente un vecino mío, Ernesto, allá en Junín, me regaló su pasaje en el tren. Yo pensé inicialmente que estaba loco, por eso desconfiamos, pero diré que tenía un buen motivo para dármelo. Por empezar, acusó a último momento andar con problemas en el hígado – él es un pan de Dios pero cuando toma… toma hasta el jugo de los ladrillos y no hay tren que lo pare -, así que me dio el costoso pasaje y punto. Cuando caminé esos 70 metros de mi casa a la de mi vecino Ernesto, pensé que podría tratarse del Tren de las Nubes o La Trochita. Ernesto me dirá que es uno que da por suerte la vuelta al mundo. Pensé en El Expreso de Oriente, otro que expreso de lujo, pero hay que tener los billetes uno arriba del otro! Pues nada de eso era. En mis manos tenía un pasaje clase camarote para… el Transiberiano. ¿¡El Transiberiano!? ¿Y qué es eso? ¿Acaso me internaría en un tren que es como dar la vuelta al mundo en 180 días? Cuando lo vió Flora, terminó con un ataque de nervios, pues a decir verdad, no disponemos del dinero suficiente para un viaje de esa envergadura.

Si no fuera porque Ernesto fue aún más obstinado, me regaló también su pasaje aéreo. Tenía todo listo para partir y muchas ganas de llorar porque no podía salir. Yo tenía un sentimiento ambiguo, pero mi vecino me metió todos los pasajes y las reservas hoteleras en el bolsillo. Ah, el día que lo ví en Retiro me llevó de las narices a hacer el pasaporte, no sé como lo tuve en tiempo récord… ¿cuánto me estaba costando esta joda? Hasta el momento, la módica suma de 34 dólares… una buena parte de mis ahorros del año. Flora hacía más cuentas que todos los contadores de Junín…

***

El día de la salida, estaba como el culo. Por empezar, llegar a Ezeiza fue un verdadero infierno. A los piqueteros ese día se les antojó hacer un piquete por el mero hecho de romper los huevos, ya me puso los pelos de punta, así que nos bajamos del auto y caminamos los 3 kilómetros que nos llevaban por asfalto al aeropuerto.

Pasar las maletas por la cinta transportadora podía resultarnos una acción muy inocente. Ernesto nos acompañaba, hasta delante de nuestras narices encerraron nuestras valijas en un film transparente hasta que se fueron adentro… obvio que no llevábamos droga ni nada por el estilo, eran nuestras cosas personales, muy inocentes.

La salida de nuestras maletas de aquel cuarto oscuro me hizo sentir un cierto alivio. Bien no recuerdo porque se me ocurrió buscar un abrigo en una de ellas que la abrí y me llevé una sorpresa desagradable: la cámara filmadora, digital, no estaba. Pensé que yo tenía una muy mala memoria y que requería un tónico para ella, pero consultando con Flora, estaba en lo cierto: en el hueco que estaba libre, estaba la cámara y faltaba. No estaba loco, pero sí me agarró la chifladura porque había pagado los malditos 120 dólares de una maldita tasa de embarque cuando somos los únicos pelotudos del mundo que pagamos esa basura!!!!!!!!!

Obviamente que no nos íbamos a quedar con los brazos cruzados, así que enfilamos con nuestras maletas al mostrador a que nos dieran una explicación sobre la filmadora que faltaba. El empleado, con cara de naipe, me dio una explicación burda, imposible de ser creída! Ahí sí que me salió el indio Miranda (Así me conocen mis compañeros del laburo cuando me reviro mal) y casi me voy a las manos… como había que aquietar el despiole, uno de policía aeroportuaria nos llevó hasta un cuarto donde pudimos reconocer nuestra filmadora. Ya sabía que, de ahora en más, la filmadora la llevaríamos con nosotros encima, pues no sabríamos que otra sorpresa podía seguir deparándonos el viaje…

Con la filmadora con nosotros, nos sentimos satisfechos y, con la más absoluta tranquilidad abordamos ese avión que nos llevaría con destino a Moscú. Ernesto se quedó mirándonos hasta que seguimos por el pasillo que nos conduce al avión. Ahí se marchó de vuelta a Junín con la promesa de que lo llamaría en cuanto llegásemos, sea la hora que fuera.

***

Jamás en nuestra vida nosotros habíamos pisado un avión hasta ahora. Me pregunto todavía los motivos sobre los cuales aceptamos hacer un viaje a las tierras heladas rusas. Nos hubiera dado lo mismo pasar unas buenas vacaciones en nuestra tierra que salir al exterior, bah, sin un mango no vas ni a la esquina… me generaba una sensación nunca sentida eso de los motores acelerando a todo y volando como aves… Flora se ató el cinto de seguridad como si ante una eventual catástrofe la fuese a salvar. Bueno, estaba aterrorizada, en cambio yo, me até el cinto, cerré mis párpados y no supe más nada qué sucedió en esas horas en las cuáles cruzamos varios husos horarios.

Entonces fue como yo le saqué por unos momentos el diario a Dante. Estaba, dicho con todas las letras, cagada hasta las patas. No entiendo como mi esposo Dante dormía como si nada, todos dormían, y yo era la única que estaba al borde de un ataque de nervios… aunque creo que en lugar de escribir nervios encaja mejor la palabra pánico. Desde que despegamos de Ezeiza lo único que hice fue pensar en todas las catástrofes aéreas acontecidas y en todos los muertos ¡Y Dante duerme como si nada!!!!!

Allá a las perdidas me dormí con el diario y la birome en la mano…

Cuando desperté y ví a Flora dormida con el diario, sigilosamente se lo saqué sin que se diera cuenta y ví que algo había escrito. Lo leí y punto.

Por ahí viene la azafata con la comida o algo parecido. De hecho, si no fuera porque era gentileza de la casa, si la hubiera tenido que pagar, hubiera optado por los mates que tomo en la cabina cada vez que salgo de viaje. Con Flora no vamos nunca a restaurantes pero las veces que hemos comido en esa clase de lugares, ya sea por viaje en el hotel, diré que esta era horripilante. Reconozco que me gusta alguna vez comer un bocado de fideos con un lindo tuco pero este no sé… ni siquiera habían tenido habilidad para comprar unos Punta Mogotes con espinaca y una salsa de esas que vienen elaboradas, le das unos pequeños toquecitos y… listo. Un buen tuquito pipí cucú.

Como me trajeron el plato, cuando ví a la azafata regresar con la mesita con ruedas la atajé. Le pedí que me cambiara los fideos por una tazona de café con leche y azúcar, con unas rodajas de pan tostado, si era posible de que hubiera. La cara de la tipa se transformó: de esa leve sonrisa de atención al pasajero abordo cambió por una de certero desprecio, con la mirada clavada en mí me mandaba varias indirectas, traducidas en “Loco de mierda”. Menos mal que no me tocó oír su pensamiento, pero yo no me quedé atrás. Y ahí me salió el Indio Miranda, con la diferencia de que pude largarle lo que quería decirle. Lo que dije, era lo que sentía “¿Me vas a hacer el café con leche o tengo que ir yo a la cocina a hacérmelo?”. Muda, al rato me trajo el café con leche. Doble viaje tuvo que hacer cuando, al estilo de cacique – indio le recordé que el pedido estaba incompleto. Por idiota hizo tres caminatas, una a traer el azúcar y la otra con el pan tostado. Eso sí, que me rajó a puteadas, seguro, me importa un soto.

***

Menos mal que el copiloto anunció por el micrófono que habíamos aterrizado en Moscú. Internamente tenía una rara sensación, imaginaba que afuera era de noche, bueno, es que mi reloj daba como las 3.27 de la madrugada. A ver, la sensación que tuve fue que crucé medio mundo a bordo de un avión. Cuando salí afuera, es decir, al pasillo, grande fue la sorpresa porque en Moscú… ¡era de día! Pero… ¿cómo podía ser que acá fuera de día si en Junín es plena madrugada. Ah, por si algo había que rematar, todo el mundo habla no sé, una lengua distinta a la nuestra. O a lo mejor éramos nosotros que teníamos conversaciones de chinos… todos los carteles estaban escritos en una simbología imposible de entender, me agarró un ataque porque “¿qué demonios vine a hacer acá?”. Ahí sí que le desee la muerte viva a Ernesto mi vecino…

Lo primero que quería era un teléfono. Entre pelos, dibujos y señas, me indicaron donde encontrar un teléfono. Por fin lo tuve a mano, discar ese maldito número me costó un perú. Flora no voy a decir cómo estaba, si no me mataba era porque se iba en cana. Cuando logré establecer la comunicación, solo le salieron unas palabras para Ernesto “¿Dónde nos mandaste de viaje maldito de porquería?”. Sobrada razón tenía.

Cada cosa era hacer un curso hiper acelerado de lenguaje de señas. Nos tomamos un taxi que yo creo que nos hizo dar la media vuelta en toda la ciudad porque nunca un viaje me había costado tan caro… ¿o será que la moneda está muy devaluada? Sea lo que sea, que costó un platal, seguro.

***

Esta Rusia no sé, huele a mafia, comunismo… radiactividad… cosas raras del otro lado del charco. Al día siguiente nos fuimos con Flora rumbo a la estación, por suerte, el conserje del hotel nos mandó que nos tomásemos el Bondi a la esquina ¡Por fin una al derecho!

Cuando llegamos a la estación de trenes, no sé, pero el edificio olía a viejo. No estaba nada mal la construcción, es más, tiene mucho que envidiarle Retiro! Adentro, atravesamos el gran hall hasta el andén donde estaba el tren. Solo unos escasos pasajeros se embarcaban en él, fue lo que ví, pues dos coches dormitorios, dos vagones de pasajeros y el resto para carga. Entonces miro el pasaje y alcanzo a ver que era un viaje tipo circuito de ida y vuelta a Moscú.

Cuando llegamos a nuestro camarote, no voy a decir que era el lujo, pero bastante modesto. No pasaba más allá de un camarote argentino.

El tren salió con una hora de retraso, cosa que me hizo recordar inmediatamente que estaba por dos segundos en Argentina.

Al rato vino el guardatren pidiendo los pasajes. Le pregunté, como pude, cuánto duraba el viaje. Y en ruso me contestó 12 días, pero como no le entendí, escribió en el boleto el número 12. Con el dedo índice le señalé el número escrito y me quedé mirándolo como queriéndole decir “¿12 días a bordo del tren?”. El guardatren me hizo un gesto como diciéndome “Y bueno viejo, desde el momento que adquiriste este pasaje sabías las reglas del juego”. Después pasó el camarero avisando que se podía pasar al comedor.

Haber ido al comedor fue la peor acción que hice. Me sirvieron una especie de palitos crocantes, pero bien picantes con unas tajadas de queso gruyere, para entrar en calor. Con Flora optamos por volver al camarote y… ¡pa´ que vi’a contar! Esos malditos palitos fueron como haberme comido una dinamita! Me cayeron tan como el culo del que los cocinó que, menos mal que había escondido un balde, inicialmente pensé que no quedaba bien que estuviera ese balde ahí pero cuando me pasó lo que me pasó, agradezco al amigo que lo dejó ahí. Terminé hecho pelota ¿médico? Pues… golpean la puerta, Flora abre y vé que era el camarero. No quería que se preocupara, pero fue a buscarlo y trajo una bebida rara para pasar el mal momento. Después de todo, el raro trago funcionó y volví a quedar 0 kilómetro.

***

Continúa en la 2ª parte

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