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viernes, 3 de octubre de 2008

2003 – 5 años de mí – 2005: Almas en pena

Observaciones: Es un cuento sobre la base del accidente de Quebrada del Agua, con una mirada filosófica


En una imagen de paso rápido se aprecian los restos de aquel tren que desbarrancó la medianoche de un día de 1996. Es que es de día, el sol cae a plomo bajo ese cielo diáfano sobre el ramal C-14, en Salta.

Según pasan los años, hoy por hoy hace más de una década que pasó, es imposible no recordar ese suceso. Máxime para quienes hacen travesías, al ver esos hierros retorcidos, son la prueba del delito. Conforme pasó el tiempo, los restos se preservan ahí, en la ladera de la montaña, entre las rocas.

Entre tanta soledad y tanto silencio, el calor del día y el frío de la noche, se sabe que Quebrada del Agua tiene mala fama: la de cobrarse víctimas. Dicen, las malas lenguas, que en la montaña está lleno de almas errantes. Pero… ¿qué es el alma en sí? Un espíritu que da vida, que anima la parte material, el cuerpo. ¿Y cómo erran estas almas? Lo que pasa es que, por un motivo u otro, no encontraron el camino de regreso a sus hogares y recalaron en estos parajes.

Varias son las almas que vagan por ahí, por eso es que uno de los conductores – el Fede Mansilla específicamente – sostiene la teoría de que cada travesía por la cordillera es como el cruce de San Martín. Aparte, prefieren esquivarlo. Aunque llega un momento en que alguien debe dar el primer paso y animarse, frente a todos los miedos. Incertidumbres.

Más importa saber cómo vagan esas almas. A simple vista son imperceptibles, no se sabe si están volando, o qué. Están vagando. Por ahí.

Los pocos trenes que frecuentan el lugar, temen a ese fenómeno: es una tradición, es común que los conductores y los peones de vía y obra oigan ruidos extraños… como si el viento les hablara.

Federico Mansilla tembló el día que bajó del tren y fijó su mirada en la tumba, para recordar a sus compañeros caídos. Por suerte Sheila mantuvo la calma y ese viento que le hablaba, se le apareció una persona.

“No temas niña – le decía – estás acompañando a tu padre en esta infernal travesía, mientras te deleitas viendo las montañas, él tiene la mente puesta en otra cosa. Muere del susto de no saber qué aguarda la noche, pero es de día. Dile que los conductores pecan de cobardes, que si son hombres de firme valentía, deben hacer frente a los peligros. No porque estén en las alturas solo deben pasar el miedo, sino en los llanos y en los bajos también lo sienten, a diferentes niveles”.

Sueltamente, Sheila le preguntaría “¿Y cómo es que usted a llegado a hacer de la montaña su lugar de residencia?”

“Simple. Mientras tu padre guarda silencio frente a esa tumba, delante de tus ojos veís esa maraña de fierros inservibles. Verás, de los llanos salí, repté las montañas y acabé desbarrancando aquí. Y aquí me guardaron… hasta que la pacha Mama diga basta”.

Sheila miró.

“Fue un mero accidente. Hoy vago junto a varias almas más acá. Nunca más volveré a casa. ¿Sabes? Era como tú, en facultades mentales, lo intelectual y físico. Pero al final acabé perdiendo la vida… mira, es complejo, porque no camino más sobre la tierra, pero materialmente. Espiritualmente sí”.

De ahora en más, cada vez que Sheila acompañe a su padre en esta clase de travesías, cuando el viento susurre cosas en el oído, ya sabe automáticamente que alguien le está confesando algo.

“No me llores. Recordad este momento, y recuerda cada vez que pases por aquí”.

“¿Sheila? ¿Tú hablabas?” – pregunta Federico a Sheila.

“¿Sabes una cosa papá? El temor de ustedes se ve reflejado en esas almas en pena que esperan que algún tren detenga su marcha, por unos dos minutos y que las escuche” – le contestó sueltamente Sheila.

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