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sábado, 7 de marzo de 2009

Café Ferroviario II: Con la frente marchita

Si en el mundo rielero existen tonterías, valga la redundancia que las hay. Pero una mayúscula, entre otras tantas, es permitir, de buena fe – no como otros que lo hacen por otras cuestiones – que algún conocido tuyo – o no, no ha de serlo tampoco – que ese sagrado vehículo, la locomotora, sea conducida por otros. Otros que no estén autorizados ni preparados, en el buen sentido de las palabras.

Esto se va a contar en tercera persona, para no poner al descubierto quien lo hizo. Por supuesto, no se va a decir el nombre real, por una cuestión de vergüenza. Pero él mismo prefirió que esto se contase para que otros compañeros suyos aprendan.

Marcos (ficticio) bien cumplió a rajatablas la frase que le dijeron cuando acabó el curso de conducción “Si te pescan que en el lugar tuyo hay otra persona, vas preso”.

Los primeros años los cumplió a rajatablas. Porque todo se cumplía a rajatablas. Los horarios… todo como un relojito.

Conforme fue pasando el tiempo, empezó a observar a sus compañeros y a cuestionarse si lo que ellos hacían también no era motivo para ir preso. Muchos le decían “No te fijes en esas estupideces, sé tú. Si no es de tu agrado, siéntate a leer un libro en el banco de la estación”.

¿A qué se dedican? El más honesto y decente, se conserva pulcro. Pulcro de día. La noche no. Ha visto, un tanto atónito, como son capaces de venderse ante lo más bajo de la sociedad. Pobres, ellas no tienen la culpa, sobreviven. Da pena porque luego pagan las consecuencias. Y es como querer remar contra un sistema entero………………..

Es posible creer que los jefecitos por delante exigen que sus subalternos hagan lo que ellos no hacen. Bajo el lema “Haga esto y lo otro”, más pecaminoso fue verlos bebiendo alcohol en servicio, a sabiendas de que eso está de por más prohibido. Calificado como “Conducir tomado”.

No falto quien por detrás lo tomó del hombro izquierdo y le chifló al oído “No se haga el piola, mejor dejemos esto aquí”.

La cara de fastidio de Marcos se tradujo en un elegante “Vete rápido que vas a salir con fritas de acá”.

Después veía como con naturalidad sus delegados transaban con la empresa. Algo que técnicamente está prohibido, como autorizar a circular un tren con un solo maquinista. Pero la transa escondía un dinero por debajo de la mesa, cifra que no interesa. Otro buen motivo para ir a la gallola. Pero ya lo habían hecho.

Pensó que si hacía por una vez, algo incorrecto, no pasaría nada. Según sus pensamientos, y lo visto, no pasaría nada.

Así invitó a su amigo a dar un paseo. Un corto paseo. Desde Plaza hasta Kilo 4 Gerli.

“Tomas aquí, abres para allá y aflojas de este lado” le indicó a su amigo cuando le hizo la sugerencia de tener por dos minutos la conducción.

Y su amigo estaba feliz. Era la primera vez que conducía una locomotora.

Ejecutó lo que le decía.

“¡Vos dale…!” – insistía una y otra vez.

“Pero… esta vía está muy deteriorada” – le dice su buen amigo.

Justo estaban entrando en el Kilo 4.

“¡Vos dale…! ¡Dale que estamos obstruyendo salida! ¡Dale… dale!” – volvió a insistir.

Le abrió el controller.

“¡Dale que de lo contrario van a pensar que estamos jodiendo!”

Cuando llegó aquella G-22, el ambiente estaba espeso. Algo hacía pensar que algo estaba pasando.

Marcos baja de la G-22 y detrás, un uniformado de la bonaerense le dice secamente “¡Sus manos contra la locomotora!”

Miró sin entender de qué se trataba.

“¿¡Usted no entendió la orden o necesita que se la repitan!?” le volvió a retrucar secamente.

Un temor paralizante le corrió a Marcos y apoyó las manos contra el bastidor de la máquina.

“¡Con las piernas abiertas!” – continuó el policía.

Su amigo, logró salir por otra puerta pero desde otro punto veía lo que el policía hacía con Marcos.

“¿¡Sabe cuál es el motivo por el cuál está pasando por esta situación!?” – le dijo secamente.

Marcos se quedó pensativo y pensó en aquella frase que le dijeron cuando había finalizado el curso de conducción.

Luego de unos largos y penosos minutos, el policía le dijo “¿¡Ya medito suficiente el motivo!?”

No contestó.

Le tomó la mano derecha, luego la izquierda y lo esposó. Sin ninguna clase de resistencias y se lo llevó al móvil policial rumbo a la comisaría.

“¿¡Sabe qué le espera cuando la empresa sepa su imprudencia!?” volvió a decirle tan secamente y fue a la oficina.

Tenía vergüenza de sobra. Al rato estaba su amigo del alma.

“Lamento haberte puesto en este aprieto sin salida”

“No te preocupes, yo estaré en esta, pero juro que si a mí me las hacen pagar pero otros van a terminar peor que yo, deberían estar de patitas en la calle” – quiso llorar Marcos. En silencio, sin consuelo.

“He cometido la mayor estupidez del mundo… nunca… nunca más… la próxima, bien lejos de acá” – lloraba Marcos abrazado a su amigo.

“No Marcos, soy feliz haciendo de acompañante” abrazó a su amigo.

De la oficina salió el policía. Se lo llevó para adentro.

“¿Sabe ahora que le espera? La empresa dispuso que usted debe pasar diez días preso en su casa y el resto del mes suspendido ¿Qué parte de la sentencia no entendió?”

“He comprendido todo oficial”

“Y agradezca que la empresa no lo ha despedido, eso sí, después del arresto, su próximo laburo será el pesado trabajo del obrero cuadrillero”.

Y así fue.

Pasó sus 10 peores días de su vida encerrado en su casa, sin poder salir a la vereda, únicamente al patio de su casa. Y el resto del mes sudando la frente bajo el sol abrazador reponiendo rieles y remaches en la vía.

Cuando todo acabó, un superior le dijo en la oficina “Ahora… ¿qué parte del trabajo de maquinista no has entendido?”

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