Nota: Es un cuento de terror. Están avisados
1ª parte
Andrés gritó. Valeria estaba en el baño. La edad de Andrés supera los 40, un poco pelado y algunas canas en su barba. Contextura normal para ser hombre. Podía gritar e insultar muy fuerte durante un tiempo prolongado. Valeria conocía a Andrés como si este fuese su hermano mayor. En el trato que tenían, la mayoría de las veces se reducían a visitas a las cabinas, suficientes para conocer las idas y las vueltas, y la forma de ser de este gran amigo.
Pero Andrés gritaba y gritaba muy, muy fuerte. Tan fuerte lo hacía cuando tenía un accidente en el trabajo, cuando alguien se le atravesaba en la vía imprudentemente, cuando se le perdía el abrigo olvidando que lo había dejado en el coche, cuando discutía con sus compañeros y cuando peleaba con su novia. Todos los gritos parecían similares en volumen, en pasión, en intensidad. Solo cuando sabía de la visita de Valeria u otras amistades a las que quería con todo, se volvía asombrosamente silencioso, esperando el momento para saltar callado, felino, sobre su presa. El silencio era, entonces, más peligroso que todos los gritos: ese silencio en el que Valeria había encontrado una vez a Andrés oprimiendo a Carolina, la bebe de Valeria, haciendo presión sobre su rostro (la boca y la nariz), la dejo casi azul.
Andrés grito, gritó y gritó. Valeria había ido al baño, se enjuagó con cuidado, con urgencia, bajo el chorro de la canilla y, secándose todavía con una toallita que tenía encima, corrió por el pasillo hasta el camarote donde estaban ella con la bebe, Andrés y Nelson. Andrés estaba tirado en el suelo, gritando. Nelson le estaba dando trompadas y patadas en la cabeza y el cuerpo, en forma rítmica. Por suerte Nelson no tenia puestos los zapatos colegiales.
Valeria tomó a Andrés de la chomba y lo puso contra la pared, con fuerza, tratándole de demostrarle, con calma y con firmeza, que le estaba dando el castigo merecido por haberle querido hacer daño a su hijita. Tratando de no demostrarle que tenía ganas de vengarse, de hacerle daño.
Después se acercó a Nelson y lo ayudo a levantarse. Lo calmó para que dejara de agredir a Andrés. Le acariciaba el rostro y los hombros, sentada en el borde de la cama. Nelson lloraba en silencio. Era un hermoso milagro que la bebe no hubiera despertado. Entonces, Valeria buscó en su bolsillo del saco un caramelo, Nelson continuaba llorando pero se lo agradeció. No lo comió.
Te agradezco, guardalo para ti – dijo Nelson.
Yo sí lo quiero – dijo Andrés -. Si le ofreces a Nelson, no lo hagas delante de mis narices.
Eres caradura. Tú, Andy, más bien no te mereces que te nada de parte mía después de lo que quisiste hacer con la bebe.
No jodas Vale, dale que tenés caramelos – dijo Andrés. Y ahora Nelson estaba de su lado. Entre los dos intentaron meter las manos en el saco de Valeria, que quería quitárselo. Andrés la llevó contra la pared mientras Nelson le metio las manos en los bolsillos. Valeria sacó las manos de Nelson de los bolsillos con brusquedad. Calma. Firmeza. Autoridad. Amor.
¡No! Mis bolsillos no se tocan.
Tenés más, tenés más, no seas ¡dale! – gritaba Andrés.
Dale, sacalos, tenés – se sumó Nelson.
Chicos, es muy tarde, sugeriría apagar la luz por la beba, hay que dormir – dijo Valeria. Autoridad. Firmeza. Culo.
Andrés y Nelson la dejaron y se pusieron sus pijamas. Ambos se fueron a sus camas, en tanto que Valeria se acostó junto a la bebe. Andrés había fijado sus ojos en Carolina. Valeria pensó que dormidos iban a hacer un viaje a Córdoba más tranquilo. Apagó las luces y apenas dejó un foquito encendido.
Ambas dormían en la cama plácidamente cuando Andrés se levantó silenciosamente y fue al baño. La bebe despertó y empezó a llorar. Como una respuesta automática de su cuerpo, empezó a manar leche de su pecho derecho empapándole el camisón. Sonó la puerta.
¡Un momento! – dijo Valeria hacia la puerta.
Buscó el pasaje y con la bebe en brazos abrió la puerta. Era el guardatren que pedía los boletos. Era un hombre medio gordito, canoso y algo petisón. Nunca lo había visto, pero ninguno permitiría, salvo alguna emergencia, que ingresara al camarote.
El olor a leche enloquecía a Carolina, que lloraba y picoteaba el camisón como un pollito buscando granos. El guardatren revisó el pasaje, lo picó y se lo devolvió. Valeria quedó mirando al guardatren alejarse y pasar por los restantes camarotes pidiendo los pasajes. Después volvió adentro. Sacó un vaso y puso un poco de la leche que le había quedado calentita en un jarrito. Se sentó para amamantar a la bebe. Cuando se le prendía al pecho, ella sentía una sed repentina y violenta que le secaba la boca. Sentía también que una parte de ella se iba a través de los pezones. Mientras Carolina chupaba por un lado, del otro pecho partía un finito chorro pero con mucha presión. Cuando Carolina estuvo satisfecha, se la puso sobre el hombro para hacerla eructar. Ahora había que cambiarla. También debía quitarse el camisón mojado ella. Sin que sus amigos lo supieran. Primero cambiar a la bebe.
Fue al baño. Le quito los pañales sucios. Los enrolló y los metió en una bolsa para luego llevarlos al cesto de la basura. La chiquita se sonrió con su boca desdentada y agitó las piernas, feliz de sentirlas en libertad. Le lavó la cola en una bacha con agua tibia y con una toallita le pasó óleo. La cola no estaba paspada. Apareció Andrés.
Andy ¿Me puedes llevar a la beba al camarote mientras tiro esta bolsa y me lavo las manos? – pidió Valeria.
Andrés llevó la bebé con inesperada, inhabitual rapidez. La dejó en la cama y regresó por Valeria. Traía las manos mojadas.
¿Qué pasó que tienes las manos mojadas?
Nada, Vale, estaba curando una herida.
Nelson gritó. Valeria corrió al camarote. Los gritos eran muy fuertes y provenían de ahí, del camarote de donde estaban. Andrés se plantó delante de la puerta.
No entres ahí, Vale, de verdad, por favor, no entres, perdoname.
Los alaridos de Nelson eran más fuertes que el mismísimo sonido del tren. Deslizándose por debajo de la puerta del camarote, un flujo lento y constante de agua jabonosa inundaba el pasillo haciendo crecer una mancha de color oscuro. Valeria sacó del medio a Andrés y abrió la puerta. Nelson tenía la cara pintada de varios colores y en el pelo de Carolina un pegote de pasta dentífrica. Su bolso estaba revuelto y sus cosméticos, tirados en el suelo, empapados, en medio del charco de agua que provocaba el desborde de la bacha. Andrés había salido del lugar, seguramente, para evadir la situación.
Valeria saco el tapón de la bacha y forcejeó con las canillas.
No pude cerrarlas – lloriqueó Nelson.
Para Valeria tampoco era fácil. Habían sido abiertas hasta el punto de ser trabadas. Después de varios intentos, lo consiguió.
Continuará...
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